Juan Russo en LJA / Elecciones en México: los nuevos desafíos - LJA Aguascalientes
16/11/2024

Vencer y convencer

La política no se termina con las elecciones, y al mismo tiempo las elecciones son un proceso mucho más complejo que el resultado electoral. Este proceso electoral mostró varias cosas: la primera es que los ciudadanos “castigaron” al partido de gobierno. Hubo un fuerte voto castigo contra el PAN y, si bien nadie logró convencer a la mayoría de los ciudadanos (es decir a más del 50 por ciento del electorado) con su propuesta, el PAN es el partido que más votos perdió respecto de las elecciones de 2006. Mas allá de la evaluación que pueda hacerse sobre la eficacia del gobierno, y por qué no se trata de hacer leña del árbol caído, es claro que se vivió un sexenio de circunstancias difíciles (gripe A, crisis económica internacional, crecimiento del narcotráfico). ¿Estaba condenado el PAN a tener ese desgaste político? ¿Estuvo determinado por las condiciones externas, por la mala suerte? ¿Otro tipo de liderazgo, podría haber convertido esos desafíos en oportunidades? Lo segundo es que las encuestas se equivocaron. Esto hay que repetirlo, porque en los medios en general hay “amnesia” después de las elecciones, y una semana antes afirman que Peña Nieto llevaba de ventaja 15 puntos a López Obrador y a la siguiente el resultado provisional habla de entre seis y siete puntos. No es menor el error. No digo que hicieron mal las encuestas, digo que las empresas de opinión publica deberían ser responsables y explicar qué ocurrió, por qué tanta diferencia. Pues es una información muy importante porque orienta al elector sobre su decisión.  Y por ello son armas frecuentes de manipulación.

Lo tercero es que el PRI no alcanzó la mayoría, es decir más del 50 por ciento de los ciudadanos. La mayoría de los mexicanos no votó por Peña Nieto. Ello da poder a la oposición, y permitirá mayor control sobre el gobierno. ¿No es hora de insistir con el cambio del sistema electoral a sistema de doble vuelta? Es decir, optar por un sistema electoral que implique gobiernos respaldados por la mayoría. ¿Qué hubiera pasado en esta elección  si hubiera doble vuelta? ¿Tendríamos el mismo presidente?

En cuarto lugar López Obrador, no obstante su perfil “poco televisivo” y la artillería de difamaciones en su contra, hizo muy buena elección, y puso al PRD como segunda fuerza en votos.

Además del triunfo electoral del PRI hay otro ganador político: el movimiento #YoSoy132. Tuvieron impacto muy importante en el proceso electoral: sacaron a la elección del estereotipo de empresas de marketing e hicieron que la elección fuera un hecho interesante, dando un sentido ciudadano distinto, prescindiendo del formato idiota de la televisión. Mostraron que es posible hacer política sin los tradicionales medios, que se puede discutir la agenda política, y presionar a las élites a tener prioridades más profundas y cercanas a los ciudadanos. Enrique Peña Nieto ganó las elecciones, pero sólo eso. Para decirlo con Unamuno: venció pero no convenció.

 

Alternancias

México ha cambiado con esta elección. Y si bien los resultados electorales no aseguran contar con un presidente de mayoría (más de 50 por ciento de los votos), el proceso político es positivo. La incorporación del PRI en el gobierno implica un nuevo umbral en la instauración de la democracia. La inclusión plena del partido que gestó el anterior orden político parece contradictorio. Sin embargo no es un hecho tan raro. Pasó en España, cuando después de 13 años de gobierno socialista, ganó el Partido Popular, cuyo origen se remonta al franquismo. Pasó en Chile, cuando después de 20 años de gobiernos de la concertación, ganó en 2010 Sebastián Piñera con muchos votantes pro Pinochet. Ahora pasa en México con “el retorno” del PRI.

Se habla de retorno, pero no lo es. Sencillamente, porque estos partidos nunca se fueron. Durante los gobiernos del cambio, estuvieron siempre presentes en la escena política y compitieron palmo a palmo por el poder. En México, ello se puede ver en la importante cantidad de municipios y de gubernaturas que logró el PRI después de la alternancia. En verdad, que este partido llegara a la presidencia dependía de pocas cosas: instalar un candidato y que el gobierno panista sufriera una fuerte erosión. Ninguna de estas dos cosas ocurrieron en el 2006, pero sí en el 2012.


Ahora México atraviesa desafíos importantes para el conjunto de los actores. Para la sociedad, que en su mayoría no votó a Peña (más del 60 por ciento), y que debe acatar las reglas preestablecidas.  Para el PRI, que debe mostrar su compromiso, no sólo de haber cambiado, sino con políticas para mejorar la democracia, y no para regresar al PRI como sistema político. Para la oposición que deberá mantener el difícil equilibrio entre responsabilidad y convicción. Para los movimientos sociales, que deben lograr que la participación política y el debate sobre la cosa pública no cesen después de las elecciones. Para todos, para el bien de la democracia en general, el desafío es efectivizar el principio democrático de “alternancia para todos”.

Si en términos de alternancia, el desafío anterior consistió en salir del PRI como sistema, y se alternó con el PAN; y el desafío actual es alternar con el propio  PRI, el futuro debería construirse con las garantías de mayor equidad en la competencia.  Es decir, superar otro umbral de la alternancia pendiente, por cierto, desde 1988: la alternancia con la izquierda.  Hay otro escenario, por cierto menos positivo: la de un gobierno que busca afanosamente permanecer en el poder. ¿Cuánto puede el PRI perpetuarse, al estilo peronista en Argentina, en el poder? Peña parte con algunas ventajas, la primera es la bajísima expectativa sobre su desempeño, de tal modo que un mínimo acierto será altamente apreciado. El segundo es la herencia de ineficacia en las políticas públicas y en lograr acuerdos para avanzar con reformas. Sin embargo, la principal respuesta estará en la evolución del sistema de partidos. Si se mantiene el actual sistema de tres partidos fuertes, gobierno dividido, será difícil para cualquier partido durar mucho en el gobierno. Por el contrario, si el sistema actual “se desequilibra”, y el PAN (lo cual es probable) inicia su declive hacia el partido minoritario que fue, entonces las posibilidades de perpetuarse del PRI serán altas. Sin embargo, no habría regreso a la hegemonía, sino cambio hacia un nuevo predominio.

 

La democracia no está sólo en las urnas

Hay democratizaciones que admiten a todos como la española, que después de cuarenta años de régimen franquista legalizó al Partido Comunista y admitió al PSOE en el gobierno. En esa democracia puede ganar cualquiera de los partidos nacionales. Hay otras democratizaciones que no admiten a todos, que son excluyentes, como la italiana de la segunda posguerra. Entonces, el Partido Comunista más grande de Occidente, fundado por los más lúcidos y originales marxistas de Europa (Antonio Gramsci y Palmiro Togliatti), a pesar de ser protagonista en la lucha antifascista, y de ser coautor de la propia constitución italiana quedó definitivamente fuera del juego para dirigir el país. Algunos politólogos, desde una posición crítica, hablaron entonces de bipartidismo imperfecto, otros, pensando que la exclusión de los comunistas era mejor para la democracia italiana hablaron de pluralismo polarizado. Lo cierto es que el Partido Comunista no gobernó nunca Italia, sino (y con nuevo nombre) hasta después de la caída del muro de Berlín.

¿Cómo opera la exclusión de un partido en la democracia? Hay formas groseras y explícitas de excluir, y formas más sofisticadas y menos visibles. En México, durante la elección presidencial de 1988 ,“la caída del sistema” fue una forma grosera de exclusión. Pero hay formas más sutiles que operan a través de la institucionalización de la cláusula ad excludendum; del veto de las coaliciones dominantes. En Italia, durante décadas, el Partido Comunista no gobernó nunca. Se podría aludir que sencillamente no obtuvo los votos de la mayoría, los “votos suficientes” para liderar una coalición de gobierno. Pero en verdad ningún partido en Italia lograba esos votos suficientes de la mayoría, sin embargo, sí lograban armar alianzas para conformar gobiernos. El problema verdadero no estaba en las urnas, sino en el veto del establishment. Ese partido fue durante décadas presentado como “una amenaza” (claro, para el establishment). La cláusula ad excludendum actúa admitiendo al actor en altos cargos en los municipios y en los estados, pero no en el nivel federal. Es decir, el orden político no supera el umbral de la exclusión. La ideología de la exclusión argumenta que el partido excluido destruirá un orden, y producirá caos. Por supuesto, el miedo es un arma eficaz, un gran disuasor “de las ilusiones” políticas. En esta elección se confirmó que los dos partidos de centro de México (PRI y PAN), son partidos con mayor proximidad entre sí, y que la alianza liderada por el ex alcalde del DF está en un espacio ideológico más alejado. La diferenciación de la candidata panista respecto de López Obrador fue, durante la etapa final de campaña, mayor que de Peña Nieto. Ello obedeció, sin duda, a la estrategia de conservar a sus electores frente al avance del candidato perredista. Pero también reflejó la distancia ideológica. Después de las elecciones, quedó en claro quiénes son los conformes y los disconformes con el estado de cosas existentes. No se trata, sólo de que unos aceptan y otros rechazan los resultados electorales. Se trata más bien de una aceptación y un rechazo más hondo: la cuestión de la calidad de la democracia. La protesta de los jóvenes tiene que ver con el rechazo a la calidad del orden establecido: el de la manipulación y el cinismo institucional. El orden donde los recursos se imponen de modo bestial, si no sobre las formas, sí sobre los principios de la democracia.

El problema político de México no está hoy en las urnas, ni en la legalidad de las elecciones. El problema es más fuerte. Y ahí está el reclamo de las nuevas generaciones: el rechazo a la intolerancia de las dirigencias del mainstream, la cultura de las dirigencias dominantes. Este movimiento muestra su fisonomía más completa en el rechazo a la televisión (Televisa, pero no es la única) como principal canal de comunicación política. El rechazo es al propio formato televisivo de concebir la política que defiende a capa y espada a sus mejores clientes, imponiendo la lógica del mercado por sobre la del debate igualitario de los ciudadanos. El rechazo es también una exigencia al IFE; la de reconocer que los tiempos han cambiado, y también los reclamos. No se trata sólo de controlar “la caída del sistema” en el recuento de los votos, sino de controlar que no se caiga antes con las prácticas clientelares (sic). Todo esto no es más que la protesta contra una dimensión de fondo de la actual política mexicana: la exclusión de la izquierda.

México ha cambiado con esta elección, y es un cambio positivo. Este proceso electoral dio lugar a dos resultados simultáneos y contrarios: el triunfo del PRI y el rechazo colectivo a las prácticas del sistema hegemónico.


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