En la feria de los centenarios promovida por el Estado mexicano, este año, pródigo en nombres notables, les toca turno a varios escritores. Entre los miembros de nuestro panteón literario encontramos a José Revueltas, Efraín Huerta y Octavio Paz, cada uno con obras que en su momento serán recordadas. Los días que corren le corresponden al tercero, uno de los escritores más importantes en nuestra lengua, tanto por su obra poética como ensayística, además de traductor y editor de revistas que congregaron a algunas de las mejores plumas de la segunda mitad del siglo pasado. Y que mantuvo una lucidez y una actitud crítica poco frecuentes en nuestra vida cultural. Dos de sus ensayos más conocidos dejan verla: “El ogro filantrópico” y “La otra voz”, uno dedicado a la política y el otro a la poesía, dos de sus grandes pasiones que lo acompañaron a lo largo y ancho de su existencia.
Paz se refiere al primero, publicado en Vuelta en agosto de 1978, como “un puñado de reflexiones” sobre la realidad política de ese momento, cuando se implementaba la reforma política que abrió la puerta a la participación democrática de las oposiciones en los procesos electorales. Desde entonces, ante la posibilidad de una alternancia en el poder, el poeta decía que el PRI sólo podía encontrar una rivalidad seria en Acción Nacional; las izquierdas carecían de arraigo en el electorado, nunca hubo unidad entre sus grupos y mucho menos libertad para pensar fuera de sus murallas ideológicas. Con más pena que gloria, el PAN ya entró y salió de Los Pinos, mientras que el PRD se ha mantenido en el gobierno de la capital nacional. Con y sin alianzas estratégicas, ambos han gobernado en estados y municipios. Hay una participación social más amplia en la vida nacional que en aquel tiempo, pero los partidos conservan la indigencia de ideas y la mentalidad patrimonialista señalada por Paz al caracterizar a nuestra casta política gobernante o en esos partidos que, con el tiempo, se han convertido en las tetas más vastas de nuestra prodigalidad republicana.
Otras cosas han cambiado el signo de la relación entre el Estado fuerte y la sociedad débil de hace 36 años. Sin embargo, las fortalezas adquiridas por las mayorías siguen resultando insuficientes para hablar de un equilibrio de fuerzas. El crimen organizado, personaje ausente en la reflexión paciana, aunque ya activo en aquella hora, ha usado la corrupción para crecer y llevar su desafío al grado de la ingobernabilidad en algunas regiones. Por su parte, sectores con un peso específico nada despreciable en el cuerpo social ya no expresan su descontento sólo con abstencionismo y escepticismo; maestros o autodefensas, han pasado de las demandas a la adopción de medidas más adecuadas para ellos que cualquier reforma o la captura de algunos cabecillas criminales. En este ambiente donde denunciar ya no basta para que se cumplan las leyes y la desobediencia parece cada vez más un callejón que desemboca en más violencia, la crítica ya no protege sólo contra las ortodoxias ideológicas sino contra la desesperación, el ofuscamiento y otras formas de abandono que, finalmente, enmascaran la obediencia a la voz del amo.
No obstante, Paz esperaba que la reforma de 1977 iniciara un proceso que a largo plazo nos llevara a la verdadera democracia. La función de los intelectuales, escritores y artistas consistiría en nutrir la crítica desde sus trincheras. Nuestro autor también habló del asunto en otros ensayos; el segundo de los mencionados lo desarrolla y culmina una reflexión que, según avisa en el libro al que da título, publicado en 1990, inició en 1941. En esta “profesión de fe” en la poesía, ésta nos recuerda las realidades que la modernidad reprimió o negó, pasiones y visiones amenazadas por el capitalismo, única vía tras la demolición del muro berlinés. Antídoto contra el mercado y la técnica, nuevos peligros que enfrenta el arte, la poesía enseña a reconocer diferencias y descubrir semejanzas, pues relaciona realidades contrarias o disímbolas.
En esta perspectiva, si la modernidad fundó la tradición crítica que la hizo posible, la poesía moderna resulta profunda y paradójicamente antimoderna. Su cuestionamiento alcanza el origen de la Edad Moderna, cuando la humanidad occidental despertó de un sueño de obediencia a las jerarquías y las tradiciones para adoptar otro de libertad, igualdad y fraternidad, formidables impugnadores de toda aquella basura. De ellas, la clave se encuentra en la fraternidad, puente entre las otras dos. Voz de la tradición crítica, la poesía se define como espejo de la fraternidad cósmica y, por tanto, se opone a la destrucción de la naturaleza y de nosotros con ella.
Por eso, concluye Paz, los creadores del nuevo pensamiento político deben oír la voz otra, la poesía que así ha unido su destino al de la especie humana, definiéndose claramente como actitud vital, irrenunciable para nuestro espíritu.