Ghiribizzi de primavera / Minutas de la sal - LJA Aguascalientes
22/11/2024

La llegada de la primavera es inminente. Ya hablé de flores la semana pasada. Pero así como son buenas para comer y buenas para hablar con la Alicia de Carroll, hoy me sirven de pretexto para traer un cuadro de uno de mis pintores favoritos. Se trata de la Alegoría de la primavera, de Giuseppe Arcimboldo, quien nació en Milán, Italia, en 1527. El primer cuadro suyo que vi fue en un libro; ahora bendigo la red por permitirme contemplar las alegorías que este hombre hizo allá en el siglo XVI. Estos curiosos juegos caricaturescos tienen su nombre: ghiribizzi. Arcimboldo tiene una serie de alegorías de las estaciones y los elementos en las que logra hacer magia visual con frutas, flores y otros ingredientes. También existen sus cuadros invertidos, supuestos bodegones que, al girarlos 90 grados, muestran retratos grotescos.

Supongo que mi amor por este pintor se relaciona con mi afición de buscar rostros donde sea. Me gusta animar lo que se ponga a tiro. Desde niña me han gustado las películas, libros e ilustraciones en los que se anima a lo inanimado. Me gusta que los platos corran, que las manzanas salten la cuerda, que los huevos hablen sentados en un muro o que los bisteces bailen. Me gusta creer que animar lo inanimado es darle permiso a la imaginación para crear golems. Este juego también nos ofrece otra visión: la de observar nuestro entorno desde otro ángulo. Creo que por ello los niños son más capaces de expandir su horizonte. Lástima que los adultos se nieguen a hacerlo, y terminan viviendo, o sobreviviendo, tras la misma línea punteada trazada por ellos mismos.

Arcimboldo tuvo su periodo de olvido. En su tiempo se decía que sus cuadros eran ordinarios y hasta de mal gusto. Para nuestra fortuna, fue redescubierto por Salvador Dalí. A partir de entonces, los ghiribizzi han dejado de ser meros divertimentos. Por cierto, Arcimboldo no sólo ha influido en pintores, también en cineastas. Uno de ellos es Jan Švankmajer, nacido en Praga en 1934. Sus películas de animación pueden encontrarse en la red. Podría decir que todo es un ghiribizzi coleccionable. (No se lo pierdan: algunos títulos fáciles de googlear son: “Meat love”, “Lunch”, “Dimensions of Dialogue”).

No hay duda, hoy en día se pueden encontrar obras inspiradas en el buen Arcimboldo, a veces elaborados con materia prima actual. Porque hay que mencionarlo, los cuadros de Arcimboldo son verdaderos almanaques de lo que se sembraba, cosechaba y comía; de lo que se pescaba, cazaba y asaba, pero también de lo que se leía. Basta buscar su cuadro de El librero, toda una maravilla. Pero regresemos a las cuestiones de la alacena. En efecto, en algunos casos la pintura es un registro histórico de lo que se comía y se bebía, de cuánto hemos dejado atrás y de qué tantas cosas siguen vigentes en nuestros recetarios.

En fin, la comida no sólo alimenta el cuerpo sino también a la imaginación, y no me refiero a las alucinaciones que pudieran tener tras una indigestión. No, la comida ofrece formas, aromas, sabores y colores que los sentidos son capaces de transfigurar en otras cosas, como las hermosas alegorías de Arcimboldo. Ya lo he dicho antes, el comer es determinado por el factor cultural pero también brinda nuevos elementos que modelan nuestra cultura.

La comida en el arte es una prueba más de que la imaginación, aunque vapuleada en su momento, constituye un punto de partida para que otros receptores, a veces futuros, creen lo nunca visto, como ocurrió con el dueto Arcimboldo-Dalí. Me gusta imaginar a Dalí contemplando por primera vez un cuadro de Arcimboldo, para entonces recrear su gesto de asombro, trazar su entrecejo ante el análisis y describir ese lugar de su creatividad donde la explosión daría lugar a nuevos mundos que hoy en día nuestros ojos pueden contemplar en un lienzo.

Ambos pintores están muertos, pero su obra es el recordatorio de que, esté quien esté, la primavera siempre regresará con los más diversos rostros. Basta borrar la línea punteada y buscarlos en el horizonte. Sí, sin importar si estamos en tal o cual alegoría, todas las estaciones tienen colores por descubrir.

 



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