Las ideas apocalípticas nos asustan, pero nos gustan. Cada tantos años surge una nueva profecía que dice que ahora sí el mundo se va a acabar y todo el tiempo hay alguien dispuesto a decirnos que en el pasado las cosas eran mejores: el aire estaba menos contaminado, la gente era más feliz, los adolescentes leían más. El libro electrónico va a terminar con la literatura, claman, y la satisfacción de sembrar el pánico se refleja en sus ojos igualito a cuando decían La televisión va a terminar con la literatura o El cine va a terminar con la literatura. No cuesta nada de trabajo imaginar a un antepasado de estos profetas asegurando El libro va a acabar con las historias orales o El lenguaje escrito va a exterminar la memoria humana…
Yo me imagino que ese gusto malsano es, en realidad, bastante sano: que viene de mentes bien ajustadas que consideran que lo que vivieron fue lo mejor que les pudo haber pasado y que después de tal cumbre sólo puede venir una cuesta abajo. Sin embargo, si de veras estuviéramos yendo cuesta abajo desde que el primero de esos profetas nos avisó que el fin de la civilización estaba cerca, ya estaríamos extintos, y la última vez que me fijé, no sólo estaba yo viva y lectora, sino que a mi alrededor había adolescentes y niños lectores (y todavía existen los narradores orales y hasta los grafiteros, que según yo descienden directamente de los pintores de Altamira).
¿Se acabó la lectura con la llegada de la tele o los videojuegos? No, claro que no. Ni siquiera es cierto que las series de libros estilo Crepúsculo hayan terminado con los libros no-seriados. Y para sostener mi afirmación les quiero contar dos anécdotas. Una tiene que ver con adolescentes de prepa y otra con un niño de primaria, y dicen así:
1. El viernes tuve ocasión de ir a platicar con los alumnos de secundaria y prepa de una escuela de por acá: sus maestros y padres de familia tuvieron la hermosa idea de organizarles una feria del libro en el patio de la escuela, y la verdad es que estaba mejor surtida y organizada que muchas ferias del libro estatales o municipales en las que me ha tocado estar. A la hora de ponernos a cotorrear, les pregunté qué estaban leyendo. Tomás, un muchacho de prepa, acababa de comprar tres libros: el cuarto tomo de la serie Canción de fuego y hielo, de George R. Martin (quizá conozcan mejor la serie como Juego de tronos, que es el título del primero de los libros, y que así es como se titula la serie de televisión basada en esta larga historia); Rebelión en la granja, de George Orwell; y el tercer tomo de una serie posapocalíptica que me han recomendado mucho pero que, como no he anotado el título, siempre se me olvida (ah, la escritura acabó con la memoria humana, y todo eso) . Otros de sus compañeros, más de veinte, levantaron la mano también cuando pregunté quiénes estaban leyendo alguna cosa por gusto en esos días, y no menos de diez dijeron que están escribiendo sus propias historias. Los profetas de los que hablaba al principio se deben sentir muy decepcionados: según sus previsiones, ninguno de estos muchachos debería estar escribiendo nada, menos leyendo: tendrían que estar esclavizados a Juego de tronos en la tele, ignorar por completo la existencia de Orwell, o de plano no saber leer y dedicarse de lleno a darle “like” a fotos en Facebook.
2. Ayer fui a tomar un café con una amiga y llevó con ella a Gabriel, su hijo de siete años. Gabriel estaba clavadísimo con… un libro. Lo siento, profetas finimundistas: hay al menos un niño de siete años que aún se clava con los libros, y como dice mi papá: con uno que haya ya no puedes generalizar. ¡Ja!
Pero eso no es todo: el libro que Gabriel está leyendo con tanto interés se titula Darth paper contraataca, y es la segunda parte de una serie titulada Yoda origami. Gabriel es muy joven para haber visto las películas de Star Wars, no sólo en su lanzamiento original, sino incluso para su revival cuando las precuelas. La historia que me contó su mamá (de Gabriel, no de Star Wars, obvio) es la ruina de los postapocalípticos: el niño primero descubrió Angry Birds, ese juego para celulares que estuvo tan de moda hace un par de años. Luego salió Angry Birds: Star Wars. Como el juego le gustó mucho, Gabriel investigó la fuente y se enteró de que existían unas películas. Las rentó. Le encantaron y se volvió fan. Y entonces le regalaron el primero de los libros de Yoda origami y se lo devoró. Y así llegamos a él, ayer, leyendo ajeno al mundo.
Las puertas, queridos profetas de la destrucción y el caos, funcionan para salir pero también para entrar. Como las escaleras son para bajar pero también para subir. Así que no nos sorprenda que alguien llegue a la literatura desde una película, un videojuego, una serie de televisión o una red social. Lamento arruinarles la fiesta, pero el fin de la lectura todavía está lejos.
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