Por: Lucero F. Ruelas Ávila
Cómo abordar esta escritura después de una sensación de ausencia de una persona que no es familiar directo, ni contemporáneo, ni coterráneo, pero sus palabras fueron, mejor dicho son, sintaxis sencilla y descriptiva que trastocan la esencia de tiempos, momentos, y amotinamientos de sensaciones, efecto de las vivencias compartidas con sólo palabras, algunas no experimentadas pero trascendidas por lecturas de formación.
Sus letras, sus frases, mensajes y discursos ahí están, aguardan sentenciosos para transformarse en pláticas, citas, fragmentos, memorias, risas y llantos, lecturas que sin duda irán conquistando nuevos formatos de entendimiento y comprensión, para apoderarse con ese tono familiar, que lo desnuda, como escritor, y nos desnuda, como lectores. Siempre invitándonos a crear nuevas formas de comunicación.
Hoy, hilvano estas sentidas palabras para un hombre que es ejemplo transparente de lo que es el compromiso y entrega a lo que se ama, y se sabe hacer. Un hombre que de la memoria hizo crónicas, cuentos, novelas, poesías, editoriales e inventarios que vieron a apagar su luz terrenal, dejando en su escritura la presencia de un pasado vivo.
En sus narraciones nos convierte en autores, su voz interior la regala para hacerla propia, nos toma en cuenta, sabe conjugarse en todas las personas, en todos los tiempos, en todos los modos, para lograr hacer del acto de leer un acercamiento al proceso de creación dando vida a los recuerdos.
Quizá en ese viaje de hacer literatura lo acompañaron sus muertos, sus vivos, su caja de historias, que le sirvieron para unir un mundo antiguo de remembranzas; un mundo actual lejos de su alarmante ruido mortal pero entre el silencio mundanal; un mundo imaginario que trastocó tiempos habitados por la curiosidad, y todos ellos unidos en la virtud de conectar al olvido con las palabras exactas, para alcanzar los suspiros en el umbral de su despido.
Con él recorrí diversas geografías, regresando siempre a la Ciudad de México, su espacio literario, lugar de sus realidades y aspiraciones, espacio que lo acompañó entre sueños y desvelos, y que fue testigo de cómo su edad se agrietó para teñir el aliento metafórico de la gratitud interminable.
Él tuvo el poder de armar y desarmar con las palabras, logró devociones con El viento distante, El principio del placer, Los elementos de la noche, No me preguntes cómo pasa el tiempo, Las batallas en el desierto, El reposo del fuego, Morirás lejos, La arena errante y tantos otros títulos que nos invitan a hacer una historia, a recrearla, escenificarla y vivirla.
Él siempre escribió a sus amigos al morir, él les dedicó poemas, los extrañaba, pero los mantenía vivos al rendirles homenaje. Para mí, este es un sencillo agradecimiento como deuda lectora de José Emilio Pacheco.
Agradezco el espacio que el día de hoy mi hermano Ignacio tuvo a bien prestar, para con ello rendir homenaje al autor inquieto, al hombre sencillo, al escritor de la memoria, al lector voraz, al redactor siempre joven, al maestro de lecciones, al narrador de hazañas extraordinarias, al mexicano que con alta traición amo a su patria y la inmortalizó en cada palabra.
José Emilio sabía que todos vamos a morir, dejó su ejemplo, su trabajo, sus historias, su memoria, volviéndonos cómplices y deudores de un rompecabezas de la sensibilidad cotidiana que encontramos en su literatura.