¿Será posible? - LJA Aguascalientes
21/11/2024

La presentación de la Cuenta Satélite de Cultura de México, 2008-2011, resultado de la colaboración entre INEGI y Conaculta, constituye un hecho importante para el sector cultural, que conviene poner en perspectiva. Mientras la oficialidad celebra el logro como un avance en el Sistema Nacional de Información Estadística y Geográfica, los investigadores del tema se dividen a favor o en contra de los resultados oficiales, con enfoques y argumentos que repercuten en lo que se pretende medir y plantean un debate sobre el verdadero tamaño de la economía de la cultura.

Considerada como participación en el PIB nacional, las fuentes oficiales arrojan 2.7%, contra 7.3% o más del economista Ernesto Piedras. Un origen de esta diferencia estriba en que el autor de ¿Cuánto vale la cultura? incluye en su cálculo las actividades económicas informales y aun las ilegales, omitidas por las estadísticas oficiales. Hay también diferencias conceptuales en cuanto a lo que se entiende por cultura, no tan obvias porque las cifras oficiales están respaldadas por marcos conceptuales internacionalmente aceptados, mientras que el investigador privilegia la conceptualización de la realidad local, apartándose así de la necesidad de estar de acuerdo con las instituciones públicas. Otros investigadores, en cambio, reciben la información sin cuestionar los resultados pero sabiendo que dependen de la definición funcional de cultura, de la caracterización del trabajo cultural y del concepto de empresa cultural que se utilice para configurar este sector, que para algunos no existe.

Pero después de todo se trata de un debate entre estudiosos que hasta ahora excluye a las empresas culturales y organizaciones civiles, a los artistas y al público. Sin remedio, las actividades en cuestión se reducen a su dimensión económica, excluyendo los aspectos simbólicos, lúdicos y propiamente subjetivos de su consumo. Podemos saber cuánta gente ve cierto tipo de películas, pero desconocemos hasta dónde influyen en sus decisiones personales o en su percepción del mundo, aunque las evidencias proclaman una amplia relación entre actitudes y valores y el tipo de cine y música que consumimos, por ejemplo.

Entre quienes cuestionan la información oficial por limitarse a lo cuantitativo se pide generar información cualitativa que complemente las cifras con datos que les den un sentido en relación con las experiencias y aspiraciones sociales, pues se supone que la construcción comunitaria de dicho sentido tiene mayor legitimidad que las construcciones personales, independientemente de su cantidad. Esta crítica a lo numérico en defensa de lo inefable e intangible de las actividades culturales requiere herramientas capaces de registrar el espectro de cualidades asociadas a los fenómenos observados. Una manera de hacerlo consiste en interrogar directamente a las personas, registrar fielmente sus declaraciones confiando en que dicen la verdad o algo muy parecido y sistematizar la información reunida para que tenga una utilidad social.

Aún así, nunca falta quien desconfía de las instituciones y aprovecha debates como este para señalar los fracasos del Estado mexicano. Sara Sefchovich insiste en que la información estadística oculta el incumplimiento de las instituciones en su propósito de llevar la cultura al pueblo, enmascarando nuestro verdadero rostro bajo una apariencia de éxito. Pero a la investigadora le interesa más la política que la técnica estadística. Y tira el niño junto con el agua sucia.

Una parte importante de la información disponible en la flamante Cuenta Satélite de Cultura proviene de las cuentas públicas y registros administrativos de las instituciones consideradas de este sector en el Sistema de Cuentas Nacionales de México. Esta información se encuentra homologada con la de otros países; para elaborarla se tomaron en cuenta las recomendaciones de la UNESCO, el Convenio Andrés Bello y la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, lo que permite, entre otras cosas, medir el valor de los intercambios culturales entre los países. La CSC también tiene información de la Encuesta Nacional de Consumo Cultural de México 2012. El cuestionario se aplicó en 14 400 viviendas y reunió datos sobre los gastos de los hogares en bienes y servicios culturales, desde la asistencia a una función de teatro hasta la compra de un disco. Gastamos más en cultura que en servicios como el teléfono y la energía eléctrica.

Además del debate sobre la confiabilidad de las cifras oficiales, la puesta en marcha de la CSC plantea la cuestión de la participación ciudadana en la definición de lo que importa medir. Si para Ernesto Piedras el INEGI sólo mide las piernas de la cultura, la sociedad organizada debe saber si están parejas para saber a qué atenerse. Pero la debilidad de las organizaciones civiles en el sector cultural impide interrogar a sus expresiones desde fuera del mercado, con interés humano y social, para influir en los criterios de su medición y, a través de éstos, en las políticas culturales. Aunque gastemos bastante en cultura, reflexionamos poco al respecto. Mucho consumo y escasa producción. ¿Será posible?

 

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