El Auditorio Telmex, joya cultural de Guadalajara y orgullo universitario, vivió el pasado 29 de marzo una noche de luces, música… y apología del delito. En medio del show “Los Señores del Corrido”, Los Alegres del Barranco no solo cantaron su ya conocido tema El del palenque; lo hicieron con ilustraciones animadas de Nemesio Oseguera Cervantes, alias “El Mencho”, proyectadas a todo color y sin pudor, mientras los vítores del público sonaban casi como aplausos de fondo en una película de gánsteres, solo que sin ficción.
El espectáculo, ofrecido a menos de una hora del rancho Izaguirre —uno de los escenarios más recientes del horror narco, donde el CJNG secuestraba y entrenaba jóvenes—, se volvió viral y generó una tormenta de reacciones que cruzó desde el ámbito cultural hasta la tribuna presidencial.
Y es que no es lo mismo que un narcocorrido “se filtre” en una playlist que proyectar fichas policiales del capo más buscado de México, en un recinto universitario, con entrada pagada y escenografía.
El concierto que nadie quiere firmar
Las primeras reacciones llegaron en modo de comunicado: el Auditorio Telmex lamentó el suceso, alegando que “es un espacio de renta”, y que “no tiene injerencia” en los contenidos artísticos. Básicamente: “Yo solo presté la casa, no sabía que iban a invocar al crimen organizado”. Pero como la casa también es la Universidad de Guadalajara —vía fideicomiso con el Gobierno del Estado—, la responsabilidad se convirtió rápidamente en una papa caliente que nadie quería sostener.
Por si el comunicado sabía a poco, el rector Ricardo Villanueva, en su último día en funciones, ofreció disculpas públicas. Aseguró que lo sucedido “no debió pasar”, y prometió que todos los contratos futuros incluirán cláusulas para evitar la glorificación del delito. El gesto es loable, aunque recuerda al clásico “te juro que no vuelve a pasar”, de quien ya fue cachado con las manos en el corrido.
El Estado reacciona: condenas, denuncias y una multa por moral alterada
La indignación traspasó el escenario. Claudia Sheinbaum, presidenta de la República, usó su altavoz matutino para decir que “no debería de ocurrir, no está bien”. Una declaración que, aunque obvia, marca línea: habrá investigación. También aprovechó para recordar que se busca contrarrestar la influencia de estos géneros musicales con un concurso nacional que promueva “nuevos talentos”. Spoiler: los corridos no se combaten con concursos, pero el intento cuenta.
A nivel local, el gobernador Pablo Lemus fue más directo: “Es momento de tocar fondo”, dijo, en referencia al rancho Izaguirre y al concierto, como dos capítulos de una misma narrativa. El Ayuntamiento de Zapopan, por su parte, presentó denuncia penal contra los administradores del recinto y multó al auditorio por violar el reglamento de espectáculos, específicamente por “atentar contra la moral y las buenas costumbres”. La sanción está pendiente de valoración judicial, pero el mensaje ya fue enviado: el show salió caro.
El eterno debate: ¿cultura popular o apología criminal?
Como cada vez que los narcocorridos pisan el límite —o lo cruzan montados en una Suburban negra—, resurge el debate entre libertad artística y glorificación de la violencia. El caso de Los Alegres del Barranco añade sal a la herida por su cercanía geográfica y temporal con un caso de desapariciones forzadas. No es un detalle menor: proyectar imágenes de “El Mencho” mientras familiares buscan a sus hijos desaparecidos a escasos kilómetros, no es solo una insensatez. Es, en palabras de muchos, una provocación.
Y mientras tanto, la banda calla. Ni un “nos deslindamos” ni un “fue el equipo de producción”. Los Alegres del Barranco, íconos del corrido alterado con más de cuatro millones de oyentes en Spotify, mantienen perfil bajo. La ironía no pasa desapercibida: la banda cuyo nombre evoca alegría, hoy se asocia más con indignación.
¿Y ahora qué?
Lo sucedido en el Auditorio Telmex parece marcar un antes y un después. Las autoridades prometen regulación, los recintos prometen vigilancia, y el discurso público oscila entre la condena y el mea culpa. Pero el fondo del problema sigue igual de espeso: una cultura que, entre melodías pegajosas y versos rudos, ha convertido al crimen en espectáculo.
Mientras se ajustan contratos y se organizan concursos de música alternativa, lo cierto es que el corrido alterado ya no necesita promoción: vive en playlists, en redes sociales, en conciertos masivos. Prohibirlo solo puede fortalecer su aura de rebeldía. El reto es más complejo: desmontar el mito, no solo apagar la bocina.