Donald Trump volvió al libreto que mejor domina: nacionalismo económico, discurso inflamado y un anuncio sorpresa con bandera incluida. En lo que se bautizó como el “Día de la Liberación”, el expresidente estadounidense desplegó una nueva batería de aranceles que afectará a más de 60 países con tarifas que van del 10% al 46%, según el grado de “injusticia comercial” que, a su juicio, estos hayan cometido contra Estados Unidos. Y aunque México y Canadá lograron esquivar el grueso de estos nuevos castigos tarifarios, la realidad es que aún tienen un pie dentro del campo de minas.
Trump, amparado en la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA), impuso un arancel general del 10% a todas las importaciones y estableció aranceles “recíprocos” individuales que equivalen aproximadamente a la mitad de lo que otros países cobran a EE. UU. Así, China enfrentará un 34%, la UE un 20%, y Vietnam un 46%, entre otros. Pero cuando se trató de México y Canadá, hubo una salvedad… con asterisco.
La exención para los socios del TMEC fue anunciada como una concesión estratégica. En teoría, los productos que cumplan con las reglas de origen del tratado seguirán gozando de un arancel cero. En la práctica, sin embargo, México todavía carga con un arancel del 25% para las exportaciones que no cumplen con el acuerdo —una cifra nada menor si se considera que estas representan más del 50% de los envíos al norte del río Bravo.
Además, el acero, el aluminio y los automóviles fabricados fuera de EE. UU. también serán penalizados con tarifas del 25%, con excepciones parciales según el contenido estadounidense de los productos. La medida, aunque presentada como una “liberación” económica para el trabajador estadounidense, implica un endurecimiento significativo para socios comerciales que dependen estructuralmente del acceso al mercado estadounidense. México, por ejemplo, destina más del 80% de sus exportaciones a EE. UU., por un valor superior a los 500 mil millones de dólares anuales.
La directora de análisis económico de Banco Base, Gabriela Siller, subrayó que lo siguiente para México será “incrementar el porcentaje de exportaciones que se envían bajo el TMEC y aumentar el contenido regional”. En otras palabras, adaptarse o pagar.
El anuncio fue tan teatral como confuso. Trump no detalló cómo se aplicarán los aranceles ni cuáles serán los criterios exactos para eximir productos. Afirmó que los países “que nos tratan mal” verán tarifas equivalentes a las suyas, sin explicar cómo se medirán las “barreras no monetarias” o la “manipulación de divisas” que también integran el cálculo. Como en sus días en la Oficina Oval, la ambigüedad sigue siendo una herramienta política más que una deficiencia de gestión.
Y mientras los empresarios, diplomáticos y hasta congresistas hacen fila para “negociar” excepciones, Trump sigue lanzando sus dardos retóricos contra el TMEC, calificándolo de “el peor acuerdo comercial de la historia”. Irónicamente, es ese mismo tratado el que, por ahora, mantiene a México parcialmente a salvo.
La orden ejecutiva también se entrelaza con otros frentes de la agenda trumpista: el combate al fentanilo y la migración. Las órdenes de emergencia sobre estos temas, vigentes desde marzo, seguirán condicionando el trato arancelario. De hecho, si se eliminan dichas órdenes, los productos no cubiertos por el TMEC pasarían de enfrentar un arancel del 25% a uno “recíproco” del 12%, según una hoja informativa de la Casa Blanca.
Este entramado de medidas sugiere más un juego de presiones múltiples que una política comercial coherente. Las tarifas se convierten en herramienta electoral, mecanismo de negociación y castigo geopolítico todo a la vez.
En síntesis, México esquivó la etiqueta de “país injusto” en esta ronda, pero no la factura. Las reglas del juego las pone Washington, y están diseñadas para que la única certeza sea la incertidumbre. Así, entre exenciones condicionadas, discursos grandilocuentes y amenazas veladas, el futuro del comercio bilateral se juega no solo en tratados, sino en tuits, comunicados y —por qué no— en la pista de campaña de quien aspira a volver a ser presidente.