La política sí puede ser una herramienta de cambio, pero requiere ensuciarse los zapatos por: Ricardo Femat - LJA Aguascalientes
11/04/2025

La política sí puede ser una herramienta de cambio, pero requiere ensuciarse los zapatos

En estos tiempos, cuando muchas personas ven la política con desconfianza -y con justa razón-, es necesario regresar a lo esencial: entender que la política, en su mejor forma, es una herramienta para servir. No es un privilegio, ni una plataforma de estatus, ni una carrera para escalar posiciones. Es -o debería ser- un compromiso diario con quienes representamos. Para eso, hay que estar cerca. Hay que ensuciarse los zapatos.

A lo largo de la historia, la política ha sido un reflejo de la relación entre el poder y la gente. Desde los tiempos de la antigua Atenas -cuando se tomaban decisiones colectivas en la plaza pública- hasta los sistemas de representación actuales, la idea de fondo siempre ha sido la misma: el poder tiene sentido solo si responde a quienes lo otorgan.

En México, esto no solo es un principio moral; es un mandato constitucional. El artículo 39 de nuestra Carta Magna establece que “la soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo”, y que “todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste”. Esto nos recuerda que nadie está por encima de la ciudadanía, y que ejercer un cargo público implica una responsabilidad concreta con ella. Además, el artículo 134 señala que los recursos públicos deben usarse con eficiencia, eficacia, transparencia y honradez. No hay margen para el descuido, la comodidad o la desconexión.

Sin embargo, durante mucho tiempo -y en muchos espacios- la política se volvió distante. Se encerró en oficinas, se llenó de trámites, se volvió un asunto de discursos y cifras, pero perdió el contacto con la gente. Esa forma de hacer política no solo ha generado desilusión, también ha provocado que miles de personas sientan que sus voces no cuentan. Y lo peor que le puede pasar a una democracia es que la ciudadanía deje de creer en ella.

Hoy, más que nunca, tenemos que cambiar esa percepción, ¿cómo? Volviendo al territorio. Caminando, escuchando, viendo con nuestros propios ojos lo que se vive en cada colonia, en cada comunidad. Porque desde una oficina todo parece más ordenado, pero la realidad se entiende mejor cuando se camina entre la gente.

Esa cercanía no es un acto simbólico. Es la única forma de entender qué está fallando y qué se puede mejorar. No es lo mismo leer un informe que escuchar a una madre que tiene que caminar dos horas para llevar a su hijo a la escuela. No es igual revisar un presupuesto que ver cómo se vive en una comunidad sin drenaje o sin internet. La política necesita contacto humano para ser justa y útil.

Esta forma de hacer política también tiene respaldo en la ley. El artículo 8 constitucional obliga a los servidores públicos a responder de manera respetuosa y oportuna a las peticiones ciudadanas. Y la Ley General de Responsabilidades Administrativas considera grave la omisión en el cumplimiento de funciones o el uso indebido del cargo. Pero más allá de lo legal, está lo moral: quien tiene el honor de representar debe tener también la voluntad de escuchar y la disposición de actuar.

La desconexión tiene un costo social enorme. La gente se cansa. Se aleja. Se siente sola. Y cuando eso pasa, la política pierde sentido. Por eso es urgente volver a una política más humana, más presente, más empática. No es solo una estrategia para ganar legitimidad: es una obligación para recuperar la confianza ciudadana.

Esto no significa que todo se resuelva con presencia. También hay que tener capacidad para gestionar, proponer y transformar. Pero estar cerca permite identificar con más claridad qué se necesita. Y esa información, recogida en la calle y no en una sala de juntas, es la base para crear políticas públicas más efectivas.


En cada barrio, en cada comunidad, hay personas que luchan todos los días para salir adelante. Mujeres que organizan comedores, jóvenes que buscan oportunidades, adultos mayores que siguen cuidando de otros con lo poco que tienen. Ahí es donde debe estar la política: acompañando, reconociendo, construyendo soluciones reales.

México necesita representantes que escuchen más y hablen menos. Que conozcan los caminos de tierra, los mercados, los centros de salud, las escuelas públicas. Que sepan lo que cuesta llegar al final de la quincena. Que no solo representen a la gente, sino que la comprendan.

La historia nos ha enseñado que los grandes cambios no nacen en el escritorio. Nacen en el contacto directo con la realidad. En la escucha genuina. En la empatía. Y eso solo se logra cuando se camina al lado de la ciudadanía.

En resumen, la política sí puede cambiar vidas. Pero para lograrlo, no basta con ocupar un cargo. Hace falta voluntad, compromiso y humildad. Hace falta bajarse del vehículo oficial, mirar de frente, pisar la tierra, saludar con el corazón y actuar con convicción. Porque si la política no se ejerce con los pies en la tierra… corre el riesgo de perder el alma.


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