Miguel Ángel Yunes Márquez quiso afiliarse a Morena. La historia debería ser simple: un senador cambia de camiseta (como se acostumbra en su familia), entrega su carta de adhesión, sonríe para la foto, y listo. Pero no. Porque en la política mexicana, nada se mueve sin ruido y mucho menos sin sospechas.
El 18 de febrero, Yunes Márquez –expulsado previamente del PAN por apoyar la reforma judicial del oficialismo– entregó su solicitud formal para entrar al partido del que ya formaba parte, al menos en la práctica. Llevaba tiempo en la bancada morenista, cantando loas a Claudia Sheinbaum y recibiendo, según él mismo, “trato afectuoso” de sus colegas, especialmente de Adán Augusto López. ¿Qué podría salir mal?
Todo.
La primera en alzar la ceja fue Rocío Nahle, gobernadora de Veracruz y nueva guardiana del ADN morenista. En su cuenta de X, pidió que la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia (CNHJ) no aprobara la afiliación de Yunes, alegando que no representa los postulados del movimiento. Pero no se quedó ahí: prometió enviar una “carpeta azul” con pruebas que, según ella, vinculan al senador con lavado de dinero y otros delitos. Bienvenidos a “CSI: Morena”.
Salomón Jara, gobernador de Oaxaca, hizo segunda. También él se mostró inquieto por la posible incorporación del expanista, y la CNHJ abrió una investigación de oficio. El mensaje fue claro: Morena puede ser un movimiento incluyente, pero no tanto.
Frente al vendaval interno, Yunes Márquez reculó. Envió otra carta, esta vez para decir “mejor no, gracias”. Lo hizo con diplomacia forzada: “El objetivo fue aportar, no provocar debate interno, ni mucho menos división”. Pero su tono conciliador no ocultó el contexto: lo bajaron. O se bajó antes de que lo bajaran.
Pese al portazo, Yunes insiste en quedarse dentro, al menos en la bancada. Dice que seguirá apoyando a Sheinbaum, que su intención no era dividir y que está convencido de que “todos debemos sumar nuestras voluntades para enfrentar unidos los retos, que son enormes”. El lenguaje de unidad parece sacado de un manual de campaña… o de un mensaje de WhatsApp de alguien que no fue invitado a la fiesta, pero aún espera que lo dejen pasar por la puerta trasera.
Lo irónico del caso es que no fue la oposición quien protestó su llegada a Morena, sino el mismo partido. La disputa no fue entre rojos y azules, sino entre tonalidades del guinda. ¿Muestra de rigor ideológico o ejercicio de exclusión selectiva? Eso queda a juicio del espectador.
Lo cierto es que la lealtad de Yunes Márquez ya no convence a nadie: demasiado panista para los morenistas, demasiado morenista para el PAN. Su intento de afiliarse al partido en el poder terminó siendo un boomerang político. En vez de sumar, restó. En vez de abrir puertas, generó alertas. Y mientras tanto, su figura queda flotando en ese limbo peculiar de la política mexicana: el del político sin partido, pero con bancada.
Al final, esta historia no es sobre ideología, sino sobre pertenencia, poder y memoria. Porque en la política nacional, todos son bienvenidos… hasta que a alguien se le ocurre abrir la carpeta azul.