- Laura Eugenia Álvarez Quiroz, enfermera y madre, ha adaptado su vida profesional para cuidar a su hijo con autismo
- La falta de inclusión y preparación de la sociedad dificultan la vida de los niños con autismo y sus familias
Laura hace un llamado a la empatía, la comprensión y la mejora de servicios para la atención de esta afección cerebral
Laura Eugenia Álvarez Quiroz es licenciada en enfermería, docente, emprendedora y, sobre todo, madre de un niño con autismo. Su vida, que solía girar en torno a la atención hospitalaria y la docencia, dio un giro radical cuando su hijo Leonardo fue diagnosticado con autismo, Trastorno por Déficit de Atención (TDA) y condición no verbal. A partir de ese momento, su día a día se transformó en un desafío constante por equilibrar su vida profesional con el cuidado de su hijo.
“El autismo es un trastorno que afecta el desarrollo del cerebro, pero la ciencia aún no ha determinado exactamente por qué ocurre”, explica Laura. “Muchos niños neurotípicos pueden desarrollarse con normalidad hasta los dos años y medio, pero de repente es como si se apagara un interruptor: dejan de hablar, de reír, de mirar a los ojos”.
Para ella, el autismo no solo ha implicado cambios en su dinámica familiar, sino también en su vida laboral: “Trabajaba en hospitales y en el Teletón, pero tuve que adaptarme. Ahora trabajo de manera independiente en la clínica de heridas que fundé y en el programa gubernamental Salud Casa por Casa, comenta. Sus horarios flexibles le permiten atender a su hijo Leonardo, llevarlo a terapias y acompañarlo en su desarrollo.
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Sin embargo, más allá de los ajustes personales, Laura se ha enfrentado a una realidad dura: la falta de inclusión y comprensión en la sociedad: “Cuando los llevas a lugares con muchos estímulos, como un centro comercial o un parque, la gente los mira con morbo”, lamenta, “muchos maestros no están preparados para atenderlos, y en las instituciones de salud ocurre lo mismo. No es fácil cuando tu hijo no puede decirte si le duele algo”.
El reto económico también es considerable: “Las terapias cuestan entre 300 y 500 pesos por sesión, y los medicamentos especializados son caros”, menciona, “diagnosticar a un niño en una institución pública puede tardar años, mientras que hacerlo de manera particular es un lujo que no todos pueden pagar”.
A pesar de los desafíos, Laura se mantiene firme en su mensaje de esperanza y aceptación: “Nuestros hijos son un regalo que debemos aprender a descifrar. No podemos forzarlos a encajar en un molde de ‘normalidad’, sino respetar su esencia y acompañarlos en su propio proceso”.
Para la sociedad, su petición es clara: “Necesitamos más empatía e inclusión. Estos niños tienen derecho a educarse, a jugar y a recibir atención médica de calidad. El autismo es cada vez más común, pero seguimos sin las herramientas suficientes para abordarlo. No podemos seguir ignorando esta realidad”, concluyó.