Pagar para tener, pero no para ser dueño o dueña de ese producto o servicio. Hubo un tiempo en el que podías comprar algo y saber que era tuyo. Un software, música, una película. Ahora, la historia es diferente: cada mes pagamos para seguir usando lo que necesitamos o nos gusta, y si un mes no podemos pagar, simplemente desaparece de nuestras vidas. Así de simple.
Nos están acostumbrando a no poseer nada, a depender de cuotas mensuales para todo, desde el entretenimiento hasta lo esencial. Ver un vídeo en YouTube, una película, escuchar música, leer las noticias, pedir comida a domicilio, prácticamente todo a nuestro alrededor nos pide una suscripción.
Ya somos inquilinos digitales
Antes, podías comprar, por ejemplo, Photoshop una vez y ya, si así lo querías pagabas por las actualizaciones, pero en caso de que no, no pasaba nada, el programa seguía siendo tuyo. Ahora, la única opción es suscribirte y pagar cada mes o cada año, sin posibilidad de adquirirlo de forma permanente. Si no pagas, pierdes acceso al programa, aunque lo necesites para trabajar.
No hay opción de quedártelo, solo de alquilarlo indefinidamente. Lo mismo ocurre con la música: antes podías comprar CDs, descargar canciones y llevarlas contigo. Ahora, todo está en Spotify, Apple Music, Amazon Music… y si un día dejas de pagar, adiós a tu biblioteca. No puedes llevarte tu música, ni guardarla sin depender de un servicio.
Es cierto que aún puedes comprar álbumes o CD’s, pero en la actualidad son más objetos de colección que de uso en sí, no es que cargues con tu disco y reproductor todo el tiempo para escuchar música.
El problema no es solo con la música o los programas, sino con la vida misma. Cada vez es más difícil comprar una casa o un coche. La mayoría de las y los jóvenes solo pueden alquilar y viven con la incertidumbre de si podrán pagar la siguiente cuota. Esto crea una ansiedad constante: todo en nuestra vida depende de pagos mensuales inamovibles.
La estabilidad financiera necesaria para adquirir bienes es cada vez mayor, mientras que la economía personal de muchos es cada vez más precaria. En este modelo, todo depende de una cuota mensual: el celular, el auto, el alquiler, la electricidad, el gas, incluso la educación. Y el problema es que si un mes te quedas sin ingresos, el efecto dominó te deja en la nada.
La suscripción nos impide acceder al ocio
Cuando Netflix y otros servicios de streaming llegaron, parecían la alternativa perfecta al cable: por un precio accesible, podías ver lo que quisieras cuando quisieras. Pero las compañías notaron algo obvio: el ciudadano promedio no puede pagar cinco o seis servicios al mes, así que comenzaron a encarecerlos, a dividir catálogos y a jugar una guerra de monopolización.
Ahora, si quieres ver todas las series y películas populares, necesitas pagar múltiples suscripciones que, en conjunto, cuestan más que el cable de antaño. Y si no puedes pagarlas, lo más probable es que no vayas corriendo a comprar un DVD original: buscarás alternativas ilegales porque el sistema legal no está diseñado para facilitar el acceso al contenido.
La piratería se ha convertido en una forma de resistencia, por absurdo que se escuche. Pero, incluso así algunas páginas piratas han adoptado este modelo: muchas te ofrecen suscripciones para evitar las miles de ventanas emergentes de publicidad o mejorar la calidad. Sí, incluso la ilegalidad se ha convertido en un servicio por suscripción.
Un sistema clasista
El modelo de suscripción no es malo en sí mismo. En teoría, permite el acceso a herramientas, entretenimiento y servicios sin necesidad de hacer un gasto inicial grande. El problema surge cuando TODO se convierte en suscripción, eliminando la opción de poseer algo permanentemente.
Además, este sistema es profundamente clasista. Comprar algo requiere planificación y ahorro, pero una vez que lo tienes, es tuyo. En cambio, una suscripción es una atadura constante: no puedes pagar, lo pierdes. Para quienes tienen ingresos estables y elevados, esto no es un problema. Para quienes viven al día, las suscripciones son un gasto que no siempre pueden sostener.
Cuando la economía aprieta, lo primero que la gente deja de pagar es el entretenimiento. Pero, ¿de verdad la solución es simplemente no consumir nada? No es un capricho querer música, películas o herramientas de trabajo. El problema es que el acceso a todo esto se ha vuelto un lujo innecesariamente caro.
Una forma de control
Nos han acostumbrado a no poseer nada, y cada vez es más difícil salirse del sistema. ¿El resultado? Dependencia económica, precariedad y la sensación constante de que, en cualquier momento, podemos perderlo todo.
La cultura de la suscripción es más que un modelo de negocio, es una forma de control. Nos mantiene en una carrera interminable para poder pagar lo que antes comprábamos una vez y ya era nuestro. Y lo peor: si no puedes pagarlo, te quedas sin acceso, sin herramientas, sin entretenimiento.
Y aquí llega la pregunta del millón, ¿qué podemos hacer? No hay respuestas fáciles realmente, pero lo mínimo es ser conscientes del problema.