En San Pedro Garza García, uno de los municipios más exclusivos del país, donde el metro cuadrado cuesta tanto como la paciencia de ciertos vecinos, se ha desatado una controversia que pone sobre la mesa mucho más que un simple conflicto vecinal. Esta vez, el protagonista no es un político, ni una celebridad televisiva, sino un cirujano plástico que, entre bisturíes y liposucciones, ha decidido tomarse también la justicia por su cuenta… o al menos, por su banqueta.
Carlos Andrés Garza Lizano, médico cirujano de profesión y vecino de la colonia Olinalá, se volvió viral luego de agredir verbalmente a María Rosario Zendejas, una joven que se encontraba haciendo senderismo por un camino vecinal, acompañado de sus perros y aparentemente del derecho de tránsito tradicional. El altercado no solo dejó testimonio digital a través de los celulares de ambos involucrados, sino también una ola de indignación que recorrió las redes sociales más rápido que una cirugía mal hecha.
El video, ampliamente difundido, muestra al médico lanzando insultos misóginos y altaneros: “¡Nada más porque te crees mujer crees que vas a tener más derechos que un hombre!”, dijo en un tono que poco tiene que ver con el juramento hipocrático. Ante este comportamiento, las disculpas llegaron, pero envueltas en el ya clásico paquete de “no soy así, solo fue un mal día” y “estaba en una situación delicada de salud”, como si el malestar físico fuera una excusa para el abuso verbal.
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Lo que debería haber quedado como un malentendido resuelto con diálogo, escaló rápidamente a un conflicto de interés comunitario y de derechos civiles. Porque el problema no es solo que un doctor pierda los estribos (aunque eso ya es grave), sino que lo haga de forma reincidente. Días después, surgió un segundo video que muestra al mismo médico repitiendo su estrategia: impedir el paso a otro vecino por un camino que, según varios testimonios, había sido de uso común hasta que los residentes más adinerados decidieron cerrarlo por “molestias”.
Las justificaciones ofrecidas por Garza Lizano son tan débiles como su control emocional: alegar que la propiedad privada fue invadida cuando se trata de caminos cuya legalidad está aún en debate —y que por años han servido como paso vecinal— revela más sobre su deseo de imponer límites personales que sobre la defensa de derechos legítimos. Peor aún, la narrativa de víctima que adopta frente al escrutinio digital ignora convenientemente que él fue quien decidió grabar y humillar públicamente a sus vecinos, mientras ellos solo buscaban caminar sin miedo.
El caso ha generado una conversación necesaria sobre los límites de la propiedad privada, el respeto al espacio público y, especialmente, sobre la violencia cotidiana disfrazada de “defensa del hogar”. Figuras públicas como Yanet García y otras voces ciudadanas han sido tajantes: nada, absolutamente nada, justifica el abuso verbal o la intimidación. Y si la defensa de la propiedad necesita gritos, insultos y persecuciones, es momento de preguntarse quién está verdaderamente invadiendo la convivencia.
A todo esto se suma el silencio incómodo de las autoridades municipales, cuya intervención aún se percibe tibia. En una zona donde las reglas parecen doblarse al peso del apellido y del capital, el mensaje implícito es peligroso: si tienes poder, puedes gritar más fuerte. Y eso, en cualquier comunidad que aspire a la civilidad, no puede normalizarse.
Lo que queda claro es que el “doctor” no necesita una nueva audiencia ni más seguidores, sino un curso urgente de convivencia básica y, quizá, algo de introspección. Porque, más allá de los metros cuadrados y las escrituras, lo que realmente define a una comunidad es cómo se trata a quienes caminan por ella.