Si algo ha dejado claro Donald Trump en su retorno estelar al escenario internacional es que para él, la diplomacia no se negocia: se transa. Y como si estuviera negociando la adquisición de un campo de golf en Escocia, el presidente de Estados Unidos ha propuesto a Volodímir Zelenski que su país tome control de las centrales nucleares y eléctricas de Ucrania. ¿Por seguridad? Claro. ¿Por protección energética? Obviamente. ¿Por interés estratégico y recursos naturales? Bueno, eso también… pero shhh, esa parte no se pone en el comunicado.
La conversación telefónica entre Trump y Zelenski fue descrita por este último como “positiva, muy sustancial y franca”, que es el nuevo “todo bien, todo tranquilo” en lenguaje diplomático. En esa charla, también se tocó el tema de la central de Zaporiyia, actualmente bajo control ruso, y que —curiosamente— parece ser el nuevo premio gordo del conflicto.
Según Trump, la mejor forma de proteger la infraestructura energética ucraniana es que Estados Unidos se convierta en su propietario. Como si ser dueño fuera sinónimo automático de salvaguarda. La Casa Blanca se apresuró a explicar que la experiencia estadounidense en gestión energética podría ser útil y que el control por parte de Washington garantizaría seguridad frente a ataques rusos. Más que ayuda humanitaria, suena a adquisición con fines estratégicos: un “tómalo, que igual lo vamos a necesitar para las plantas de procesamiento de minerales”.
Porque sí, como bien recuerdan algunos analistas, Estados Unidos no ha ocultado su interés en las tierras raras y minerales estratégicos de Ucrania. Qué casualidad que la central de Zaporiyia, la más grande de Europa, podría alimentar precisamente ese tipo de proyectos. Energía barata y directa para apoyar la minería vinculada al acuerdo bilateral de coexplotación mineral. Pero no se preocupen, todo por el bien de Ucrania, claro está.
Zelenski, por su parte, ha tenido que matizar con habilidad quirúrgica: sí a la inversión, no a la cesión de propiedad. En Oslo, dejó claro que las centrales nucleares “pertenecen al pueblo de Ucrania” y que la propuesta estadounidense sobre la propiedad “no está en discusión”. En otras palabras, muchas gracias por su interés, pero esto no es una venta de garaje.
Mientras tanto, en el cuadrilátero geopolítico, Trump se mueve como un hábil (y persistente) intermediario entre Putin y Zelenski. Habló con ambos en días consecutivos y asegura que las negociaciones para una tregua “están avanzando”. El objetivo inmediato: lograr un alto el fuego, comenzando por el mar Negro y, eventualmente, escalar a una paz formal. Las próximas conversaciones se celebrarán en Arabia Saudita, donde los tres actores clave —Estados Unidos, Rusia y Ucrania— participarán por separado, en una especie de speed-dating diplomático que evita el cara a cara.
En ese contexto, Trump también se comprometió a seguir apoyando con sistemas de defensa antiaérea, como los famosos Patriot, y con el intercambio de inteligencia militar. Eso sí, ese respaldo había estado en pausa hasta que Kiev aceptara un alto el fuego de 30 días. Un clásico “si quieres ayuda, primero coopera” al más puro estilo transaccional.
Zelenski, mientras tanto, continúa su gira europea buscando apoyo económico y militar, y presionando para no desaparecer del radar internacional. Noruega ha reafirmado su respaldo y la Unión Europea… bueno, digamos que su entusiasmo presupuestario dejó bastante que desear. El plan de ayuda militar de 40 mil millones de euros, impulsado por Kaja Kallas, ha sido tan bien recibido que varios diplomáticos ya lo califican de “muerto”, sin necesidad de autopsia.
En el fondo, la propuesta de Trump de “proteger” la energía nuclear ucraniana tomando el control de sus instalaciones es, como mínimo, polémica. Para algunos, una jugada para salvaguardar infraestructuras vitales; para otros, un paso más en la mercantilización de la guerra. La pregunta que flota en el aire es simple: ¿cuánto cuesta la soberanía energética y quién la paga?
Por ahora, Zelenski batea la pelota diplomáticamente: con sonrisa tensa, agradecimiento estratégico y la promesa de seguir conversando… sin vender nada.