Recuerdo de Oscar Arnulfo Romero: La lucha por la justicia, hasta el martirio | Memoria y esperanza por: Jesús Antonio de la Torre Rangel - LJA Aguascalientes
29/03/2025

Memoria y esperanza

Recuerdo de Oscar Arnulfo Romero: La lucha por la justicia, hasta el martirio

Introducción

Hace cuarenta y cinco años,  el 24 de marzo de 1980, cuando se encontraba celebrando misa en la Capilla del Hospital La Divina Providencia, en la capital salvadoreña, fue asesinado monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador. Precisamente en el momento del Ofertorio, cuando ofrecía al Padre el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo de los hombres, se escuchó el disparo y la bala asesina se incrustó en su cuerpo. Así quiso acallarse la voz de la justicia; la voz de aquel que, junto con el pan y el vino, ofreció diariamente su vida al Padre de Jesús, al denunciar la injusticia que se comete con el pueblo trabajador, al cual se le arrebata el fruto de su trabajo, al cual se le quita el pan que produce.

Por decreto de 3 de febrero de 2015, firmado por el Papa Francisco, se reconoce a Romero, oficialmente, como mártir, y se sientan las bases para su beatificación. Fue beatificado el 23 de mayo de 2015, en San Salvador;  canonizado en Roma el 14 de octubre de 2018. Con ese motivo publiqué en La Jornada Aguascalientes un artículo sobre la visión de Romero sobre los derechos humanos; hoy quiero recordar más el carisma de su persona.

  1. Algunos datos biográficos

Oscar Arnulfo Romero y Galdámez nació en Ciudad Barrios, El Salvador, Centroamérica, el 15 de agosto -fiesta de la Asunción de María- de 1917. Sus padres fueron Santos Romero y Guadalupe Galdámez.

Ingresa desde muy joven al Seminario Menor, ubicado en San Miguel, capital del oriente del País. De allí pasa a estudiar al Colegio Pío Latino Americano de Roma, con los jesuitas. En 1942 es ordenado sacerdote. Fue un sacerdote tradicionalista, y, “en lo que a la caridad se refiere, Romero era insuperable”. Agrega su biógrafo Jesús Delgado que: “La espiritualidad de monseñor Romero siempre estuvo cultivada por las dos riberas de un mismo río: la espiritualidad jesuítica y la obediencia eclesial del Opus Dei (1)”.

En 1967, a los veinticinco años de su ordenación sacerdotal, recibe el título honorífico de monseñor por la Santa Sede y es nombrado secretario de la Conferencia Episcopal de El Salvador (CEDES). En 1970 el Papa lo nombra obispo, y funge como auxiliar del arzobispo de San Salvador, Luis Chávez y González. En 1974, es asignado obispo de la diócesis de Santiago de María. Allí empieza a conocer de cerca la represión al pueblo, y el asesinato de trabajadores y campesinos, pero sus acciones como obispo siguen siendo sumamente conservadoras y de cercanía al gobierno, como había sido como secretario del CEDES y como auxiliar en la arquidiócesis de San Salvador.

El 8 de febrero de 1977, Romero es nombrado arzobispo de San Salvador; es amigo del presidente, coronel Arturo Armando Molina, de políticos encumbrados y de los terratenientes; el clero más cercano al pueblo, esperaba que se nombrara para el cargo al obispo auxiliar Arturo Rivera y Damas, que seguía las líneas de renovación eclesial impulsadas por el Concilio Vaticano II y por la Conferencia Episcopal Latinoamericana celebrada en Medellín, Colombia, en 1968; así que no ven con buenos ojos su nombramiento.


Sin embargo, en Romero se operó un cambio total de actitud. Esto comenzó a darse a pocos días de haber asumido su nuevo cargo eclesial, y fue motivado por el artero asesinato del sacerdote jesuita Rutilio Grande y de dos campesinos que lo acompañaban, el 12 de marzo de 1977. 

Todavía sorprendido Romero por la noticia del asesinato del Padre Grande, recibe la primera llamada de “pésame”, precisamente del presidente Molina; al principio la interpreta como “signo de amistad”, pero pronto se da cuenta que es cinismo, al tener noticia cierta de que el asesinato procedía de hombres al servicio del Estado. El hecho es que el nuevo arzobispo de San Salvador, comienza a conocer la dura realidad de su País y a actuar de manera consecuente con ella, en cuanto que cristiano, Pastor de su pueblo; comenzó a defender a sus ovejas, a sus sacerdotes y a la  gente común. En la homilía de la misa del funeral de Rutilio Grande y los campesinos, ante autoridades civiles y eclesiásticas, además de solicitar que se aclarara el asesinato; de decir que la solución para los problemas de El Salvador eran las que ofrecía la Iglesia: fe, doctrina social y amor, señaló que “el primer gran don y milagro que estaba produciéndose con la muerte del padre Grande era la unidad del clero en torno a su nuevo arzobispo (2)”.

Se iniciaba, así, el caminar de Romero hacia su propio martirio. Comenzaba a ser auténtico pastor, profeta y padre de la Iglesia.

  1. Pastor, profeta y padre

Monseñor Romero fue auténtico pastor y auténtico profeta, consecuentemente, mártir.

Como profeta tocó la dimensión social e histórica. Como profeta abordó, entonces, lo jurídico, la legalidad, las cuestiones de Derecho y justicia.

“La primera afirmación fundamental sobre el profeta es que proclama la voluntad de Dios -escribe Sobrino- y la proclama en directo sobre la realidad histórica en toda su complejidad cultural, social, económica, política y cultural… La palabra profética versa sobre la vida y la muerte de los hombres, sobre las relaciones de justicia e injusticia que se generan entre ellos; sobre la opresión y la liberación (3)”.

En todo su discurso profético, pues, aborda lo jurídico. Se refiere a la legalidad en general, a ciertas leyes en especial y lo relativo a la administración de justicia. Denuncia la legalidad injusta estructural por un lado, y la violación de las normas jurídicas vigentes que protegen los derechos fundamentales de la persona humana, por otro.

Oscar Arnulfo Romero aborda lo jurídico como profeta y también como pastor. Me explico: como profeta, al abordar toda la problemática histórica, toca  lo relativo al Derecho, pero además, se inscribe, podríamos decir, en una línea teológica-filosófica del Derecho, según la tradición profética del Antiguo Testamento; y como pastor, está inscrito también en la tradición más pura de la corriente filosófica del iusnaturalismo católico, es decir en la tradición del pensamiento jurídico-político de la Iglesia, y además, también como parte de su misión pastoral, cuida de sus ovejas, busca proteger a su pueblo, concretamente dando apoyo al Socorro Jurídico.

Al hacer las afirmaciones arriba escritas estoy pisando terrenos de teología eclesial, al referirme a la pastoral y a la profecía sintetizadas en la persona de un obispo. Por lo tanto debo intentar desentrañar la cuestión. Habitualmente se entiende como una tensión dialéctica dentro del seno de la Iglesia, la que se da entre el conservar la tradición y la institución, que sería la misión del pastor, del obispo, y por otro el profetismo, la innovación. Estos dos carismas en el seno de la Iglesia, en muchas ocasiones, la dividen, hacen que atraviese el conflicto dentro de sí misma. Jon Sobrino escribe: “Profecía e institución son elementos indispensables, pero históricamente están en pugna, y por ello surge el conflicto (4)”.

En monseñor Romero se da esa rarísima síntesis de lo profético y lo institucional en una persona. A pesar de lo afirmado arriba, esto es posible porque Oscar Arnulfo Romero busca la unidad eclesial “no basada en la uniformidad impuesta, ni en una fe expresada genéricamente, sino en la misma misión, en el hacer como Jesús en una situación determinada (5)”.

Oscar Arnulfo Romero se encontró, históricamente, como obispo, responsable de conservar lo establecido, la tradición en la Iglesia; pero al mismo tiempo supo discernir el momento histórico de su pueblo, oprimido, humillado, vejado. Y entonces, como hombre de Dios, tuvo que asumir la misión de la Iglesia de hacer presente al Jesús histórico que busca el reino de su padre. Y tuvo que asumir esa misión profética sin dejar de ser obispo responsable de una institución, de una comunidad eclesial.

Estas rarísimas síntesis de pastor y profeta son posibles sólo asumiendo la misión de Jesús; sólo se pueden dar en hombres fidelísimos a Dios y a su pueblo. Monseñor Romero sin desatender la institución que se le encomendó, es capaz de denunciar la injusticia y anunciar el reino de Dios.

Gracias a Dios “no han desaparecido del todo de la Iglesia esos obispos de los cuales San Ambrosio decía que eran de oro y que consagraban el vino en cálices de madera (6)”. Porque felizmente si bien 

“… es verdad que se establecerá siempre una dialéctica entre el misterio establecido y el carisma innovador. Sin embargo, en los grandes momentos históricos de cambio, donde la Iglesia debe comprometerse con los más pobres, el episcopado ha brillado frecuentemente… (7)”

Oscar Arnulfo Romero es, también, padre de la Iglesia. Tradicionalmente se entiende por tales a un conjunto de pensadores cristianos de los primeros siglos de la Iglesia, que escriben más bien con intenciones  pastorales y de defensa de la fe; pero que, marginalmente, tocan en sus escritos cuestiones de tipo social y jurídico, aunque no de una manera sistemática. Se les suele dividir en dos grupos: griegos y latinos; y se les considera desde la segunda generación de cristianos -después de los apóstoles, compañeros de Jesús- y hasta el siglo V. No existe una lista oficial. Según Comblin las cualidades de estos santos padres son:

“1. La santidad de vida… 2. La ortodoxia de la fe; todos fueron luces que iluminaron al pueblo de Dios a través de la profunda inteligencia de la Biblia; 3. La comprensión de las señales de los tiempos, lo que les permitió imprimir en la Iglesia orientaciones que estuvieron vigentes durante muchos siglos; 4. Ser reconocidos y aclamados por el pueblo de Dios (8)”.

De un tiempo acá, cada vez con más fuerza, se habla de los padres de la Iglesia Latinoamericana, refiriéndolos a dos grupos; uno primero, a la Iglesia primitiva indiana, y otro grupo de padres, ya en el siglo XX, después del Concilio Vaticano II y de la Conferencia Episcopal celebrada en Medellín, Colombia, en 1968. 

          Estos padres de la Iglesia inicial de América Latina, incursionan fuerte en temas de Filosofía del Derecho y derechos humanos; hacen defensa teórica y práctica de los derechos de los empobrecidos de las Indias. Son de hecho los iniciadores de la Tradición Iberoamericana de Derechos Humanos (9) (TIDH). De estos padres, destacaron con obra jurídica el dominico Bartolomé de las Casas (10), el agustino Alonso de la Veracruz (11), y el gran juez (oidor) primero y obispo después, Vasco de Quiroga (11).

Comblin dice que en el siglo XX “aparece también en América Latina varios obispos que merecen el título de Santos Padres, porque trazaron los caminos de la Iglesia en el Continente (13)”. Silva Arévalo, en ese mismo sentido, dice: “La cuestión social, la doctrina social de la Iglesia, el catolicismo social es lo que defenderán los Padres de la Iglesia latinoamericana, verdadero enjambre de gigantes que se dan muy de tarde en tarde en la Iglesia… (14)”. Tanto Comblin como Silva, mencionan entre estos Padres a Oscar Arnulfo Romero (15).

El teólogo Jon Sobrino, nos recuerda que Ignacio Ellacuría, recién el asesinato de Romero, dijo: “con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, y que más tarde escribió “fue un enviado de Dios para salvar a su pueblo”; Sobrino agrega que desde “esta perspectiva teologal nos acercamos a Monseñor Romero, ‘Padre de la Iglesia’ (16).

Reflexión final:

Monseñor Oscar Arnulfo Romero es pastor, profeta y padre de la Iglesia latinoamericana; asumiendo esa triple misión aborda el Derecho, teórica y prácticamente. Como pastor, guía a su pueblo con el iusnaturalismo clásico de tradición cristiana, y hace valer la prevalencia de la justicia ante la ley injusta. Como profeta, denuncia las injusticias revestidas de legalidad, por las que se priva a los pobres de las condiciones materiales de vida, y denuncia también la corrupta administración de justicia, cómplice de la represión del pueblo. Y, finalmente, como padre, penetra en el sentido más profundo del Derecho, cuya raíz está en el mismo ser humano, en su carne y en su sangre, y profundizando en el misterio de la Encarnación, puede establecer, implícitamente que los derechos de los seres humanos, son derechos de Dios; por eso, como padre, clama por la carne y la sangre de las víctimas, sus hijos.

Referencias bibliográficas:

1 Jesús Delgado, Oscar A. Romero. Biografía, Ed. UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas), San Salvador, 1990, p.32.

2 Cfr. Delgado, Op. Cit. págs. 75-80.

3 Jon Sobrino, Oscar Romero, profeta y mártir de la liberación, Ed. Centro de Estudios y Publicaciones, Lima, 1981, p. 15.

4 Jon Sobrino. “La Conflictividad Dentro de la Iglesia.” Christus, diciembre de 1976. Núm. 493. México, p. 26.

5 Ibidem. p. 29.

6 Arturo Paoli. “Golpearé al Pastor: ¿Quién asesinó al obispo Angelelli?”, en Christus, octubre de 1977, núm. 503, p. 42. También en Arturo Paoli, El Proyecto del Reino, Op. Cit., págs. 107-116. 

7 Enrique Dussel. “Orígenes del Episcopado.” Servir núm. 99. 1982, p. 395.

8 José Comblin, “Los Santos Padres de América Latina”, en Concilium. Revista Internacional de Teología, Nº 333, Ed. Verbo Divino, Estella, noviembre, 2009, p. 654.

9 Cfr. Jesús Antonio de la Torre Rangel, Tradición Iberoamericana de Derechos Humanos, Ed. Porrúa y Escuela Libre de Derecho, México, 2014.

10 Ver Jesús Antonio de la Torre Rangel, El uso alternativo del Derecho por Bartolomé de las Casas, Ed. Comisión Estatal de Derechos Humanos, Centro de Reflexión Teológica, A.C., Centro de Estudios Jurídicos y Sociales P. Enrique Gutiérrez, (CENEJUS) y Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, México, 2007.

11 Ver Jesús Antonio de la Torre Rangel, Alonso de la Veracruz: amparo de los indios, Ed. Universidad Autónoma de Aguascalientes, 1998.

12 Cfr. Vasco de Quiroga, Información en Derecho, Introducción de Carlos Herrejón Paredo, Ed. Secretaría de Educación Pública, México, 1985.

13 Comblin, Op. Cit. p. 654.

14 Eduardo Silva Arévalo, S. J., “Católicos más allá de liberales y conservadores”, en Mensaje Nº 538, Santiago de Chile, mayo de 2005, p. 29.

15 La revista Christus dedicó su entrega de marzo-abril de 2003 a esta temática, fue el número 735 y se tituló “Latinoamérica. El Buen Pastor da la vida por sus ovejas”. El artículo dedicado a Romero lo escribe Elizabeth Judd Moctezuma, se titula “Monseñor Romero: sentir con la Iglesia”.

16 Jon Sobrino, “Con Monseñor Romero Dios pasó por El Salvador”, en Concilium, Op. Cit. p. 727.


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