¿Quién dejó encendidos los hornos del horror? | Opinión por: Renata Novales - LJA Aguascalientes
31/03/2025

Opinión

¿Quién dejó encendidos los hornos del horror?

Escuchamos, observamos y sabemos del caso del Rancho Izaguirre en Teuchitlán, Jalisco, porque lo descubrieron madres que llevan años buscando a sus seres queridos. Es desgarrador pensar que si hubiera sido el gobierno quien lo encontrara, probablemente no nos habríamos enterado. Allí, en un rancho envuelto por el silencio, se ocultaban hornos que no cocían pan ni barro, sino cuerpos humanos. No eran hornos de vida, sino de olvido.

El gobernador de Jalisco afirmó que tenía conocimiento de la existencia de estos campos, pero que no se llevó a cabo una investigación mayor “porque el área era demasiado grande”. Demasiado grande es la justicia que se debería otorgar. Demasiado grande es el cambio que se debería hacer.

Si tu privilegio te nubla la vista para ver el problema que ha persistido por años, eres parte de él. El pueblo debería estar de luto, y nuestra presidenta utiliza su voz para minimizar la situación, diciendo que se debe hacer una investigación sobre lo que realmente pasó, como si no fuera suficiente ver cenizas, zapatos, mochilas y los propios campos.

Nadie quiere hablar de ello porque nadie quiere generar un cambio. Es más fácil decir que tu voz no hará que las vidas regresen que realmente protestar y denunciar lo que ocurre diariamente en este país.

Estamos acostumbrados a culpar a los jóvenes, a asumir de inmediato que estaban “metidos en malos pasos”. Una opinión tan cerrada como injusta. El 35% de la población mexicana vive en pobreza, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL). Para muchos, tener un plato de comida cada día no es lo usual, sino un privilegio. Cuando alguien se enfrenta a la desesperación de no tener qué comer ni cómo sostener a su familia, un trabajo, aunque vaya en contra de sus principios, parece una opción mejor que la nada. El 50% de los desempleados en México son menores de 30 años, de acuerdo con el INEGI, ¿cómo se les puede culpar cuando el propio país les niega alternativas?

En este caso, un anuncio de trabajo fue pegado en la Central Camionera de Guadalajara. Las personas que asistieron a las “entrevistas” no fueron en búsqueda de hacer algún crimen, sino de un empleo. La tasa de desempleo juvenil es del 5.26%, casi el doble del promedio nacional, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo. La cantidad de tacones, camisas y zapatos de vestir que se encontraron da a entender que realmente querían dar una buena impresión. Pero no les dieron la oportunidad de demostrarlo.

Las personas fueron sometidas, torturadas e incineradas. Y la respuesta que hemos recibido tanto del gobierno como del pueblo ha sido mínima. No nos damos cuenta de las barbaridades que aceptamos porque ya no nos sorprenden. Cada año, se registran más de 33 mil delitos contra menores de edad, y la principal causa de muerte entre jóvenes de 15 a 35 años son las agresiones y homicidios, según el INEGI.


Yo les pregunto: si un caso así hubiera sucedido en Suecia, ¿qué medidas creen que se habrían tomado? Les aseguro que lo veríamos todos los días como noticia mundial, pero el mundo ve tan mal a México que solo lo toma como algo cotidiano, como una tragedia más, sin la urgencia que realmente merece.

Estamos permitiendo que nos arrebaten vidas, que nos arrebaten futuros. Nos estamos pudriendo como país. No es solo un crimen contra ellos, es un crimen contra la esperanza, contra la posibilidad de un país distinto. Cuando un joven desaparece, no solo se apaga una vida, sino todas las vidas que esa persona podría haber tocado: los hijos que no tendrá, los amores que no vivirá, las canciones que no escribirá.

Cada prenda, cada zapato, cada mochila y cada accesorio es ahora la voz de aquellos que ya no pueden hablar. Son el grito en cada fosa abierta. La pregunta no es solo quién encendió esos hornos, sino quién permitió que ardieran por tanto tiempo.

El 37.8% de los delitos cometidos por menores en México son robos, el 14.2% portación de armas, el 9.2% lesiones y el 9.1% posesión de drogas, según el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Pero antes de llamarlos delincuentes, debemos preguntarnos quién les quitó la oportunidad de otro camino.

¿Cuántos más deben desaparecer antes de que entendamos que este país se está desmoronando en las sombras?


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