En un episodio que podría haber salido de un guión de comedia política, el eurodiputado francés Raphaël Glucksmann ha decidido lanzar una petición poco convencional: que Estados Unidos devuelva la Estatua de la Libertad a Francia. ¿Su argumento? Que la administración Trump ha dejado de encarnar los valores de libertad y justicia que inspiraron originalmente el icónico regalo hace casi 140 años.
Glucksmann, co-líder del partido de izquierda Public Place, no representa la postura oficial del gobierno francés, pero eso no le impidió arengar a sus seguidores con una declaración que combinaba indignación y sarcasmo: “Devuelvan la Estatua de la Libertad. Fue nuestro regalo para ustedes, pero aparentemente la desprecian. Así que ella estará feliz aquí con nosotros”. Su crítica no se limitó a una simple petición de repatriación artística, sino que también incluyó un señalamiento sobre el estado actual de los derechos y la democracia en Estados Unidos. Según él, la nación que alguna vez se jactó de recibir a los oprimidos ahora los deporta, restringe libertades científicas y apoya regímenes autoritarios.
Naturalmente, la respuesta de la Casa Blanca no se hizo esperar. Karoline Leavitt, secretaria de prensa de Trump, reaccionó con la sutileza de un mazo, tachando a Glucksmann de político “anónimo” y de “bajo rango”, y dejando caer la carta infalible de la Segunda Guerra Mundial: “Es solo gracias a Estados Unidos que los franceses no hablan alemán en este momento”. Al parecer, en la Casa Blanca creen que la gratitud es un cheque en blanco sin fecha de caducidad.
¿Puede Francia reclamar la Estatua de la Libertad?
La respuesta corta: no. Por más que a algunos políticos franceses les moleste la dirección que ha tomado Estados Unidos, la Estatua de la Libertad no es un souvenir que se pueda devolver con el ticket de compra. Según la UNESCO, el monumento es propiedad del gobierno estadounidense y forma parte del Patrimonio Mundial. Su construcción en el siglo XIX fue financiada en un acuerdo donde Francia pagó por la estatua y Estados Unidos por su pedestal.
Pero más allá de la propiedad legal, la verdadera cuestión es el simbolismo. La estatua, oficialmente llamada La Liberté éclairant le monde (La libertad iluminando el mundo), ha sido un emblema de esperanza para generaciones de inmigrantes que llegaron a Estados Unidos en busca de una vida mejor. Irónicamente, esa misma narrativa es la que Glucksmann usa para sugerir que la estatua debería volver a su lugar de origen, dado que su mensaje parece haber perdido sentido en un país que ahora impulsa deportaciones masivas y recortes a la investigación científica.
¿Es realmente sobre la estatua o sobre Trump?
Más que un reclamo patrimonial, este debate es un reflejo del creciente distanciamiento entre Europa y Estados Unidos bajo la administración Trump. Desde su política exterior errática hasta su rechazo a las normas democráticas tradicionales, Washington ha dejado perplejos a muchos de sus aliados históricos. La reacción de Glucksmann no surge de la nada: su partido ha acusado a Trump de gobernar de manera “autoritaria” y de estar entregando Ucrania a Rusia “en bandeja de plata”.
En su respuesta, el eurodiputado francés también dejó en claro que su intención no era tanto recuperar la estatua como señalar que, si Estados Unidos ya no quiere asumir el liderazgo del “mundo libre”, Europa podría tomar la antorcha (metáfora que, dicho sea de paso, encaja perfectamente con la imagen de la estatua).
¿Y qué dice Macron?
Mientras la retórica de Glucksmann ha generado aplausos en algunos sectores franceses, el gobierno de Emmanuel Macron no está precisamente organizando una operación de rescate para la Dama de la Antorcha. Francia y Estados Unidos siguen siendo aliados estratégicos, y por más que Macron tenga desacuerdos con Trump (especialmente en temas como los aranceles y la guerra en Ucrania), no está dispuesto a incendiar la relación bilateral por una estatua.
Por ahora, la Estatua de la Libertad seguirá en su pedestal neoyorquino, observando desde la bahía cómo Estados Unidos lidia con sus propias contradicciones. Glucksmann logró captar la atención mediática, la Casa Blanca respondió con su ya clásica diplomacia agresiva y el mundo se entretuvo con otro episodio de política internacional con tintes de reality show.
Al final, la Dama de la Antorcha sigue donde ha estado desde 1886: iluminando un país que, para bien o para mal, sigue debatiéndose entre sus ideales y su realidad política.