Mientras algunos aún batallan con las tablas de multiplicar, otros ya pueden aprender a esquivar baches en la capital. A partir de los 16 años, los adolescentes en la Ciudad de México pueden obtener su Licencia de Conducir tipo “P”, un permiso especial para manejar vehículos particulares… siempre y cuando estén bajo la mirada vigilante de un adulto responsable. Porque claro, qué podría salir mal.
El proceso, como era de esperarse, está lejos de ser un simple “llenar un formulario”. Se trata de un trámite presencial, burocráticamente elegante, que exige cita previa, una montaña de documentos y el cumplimiento de requisitos que, en algunos casos, hacen que la prueba de manejo parezca una prueba de fe.
¿Qué pide la SEMOVI?
La Secretaría de Movilidad (SEMOVI) ha sido clara (y algo rigurosa): además de tener los 16 años cumplidos, el menor debe presentar acta de nacimiento sin alteraciones, identificación oficial vigente (sí, a esa edad), comprobante de domicilio, constancia de curso de manejo avalado por la misma SEMOVI, y el infaltable comprobante de pago, generado con línea de captura y un costo de 508 pesos. ¿Se perdió la licencia? ¿Se mojó? ¿Pasó por la lavadora? Habrá que pagar 372.50 pesos más y repetir el ritual documental.
Pero el documento más simbólicamente potente es el manifiesto de responsabilidad que debe firmar el padre, madre o tutor. Un contrato que, más allá de lo legal, es el reconocimiento oficial de que tu adolescente puede llevarte en coche, literal y figuradamente.
Curso de manejo: el nuevo rito de paso
No basta con saber acelerar y frenar. La SEMOVI exige que el menor apruebe un curso de manejo en alguna escuela autorizada. No cualquier lección improvisada en el estacionamiento del súper. “Este punto es crucial, ya que asegura que el menor cuenta con la formación adecuada antes de conducir”, afirma la dependencia. Lo que no se aclara tanto es cómo garantizar que esa formación se traduzca en responsabilidad al volante en una ciudad que ya tiene bastante con lo que hay.
Supervisión: ¿acompañado, pero por quién?
La licencia tipo “P” solo permite manejar con supervisión. ¿Qué implica esto en la práctica? ¿El adulto va en el asiento del copiloto, o puede ir siguiéndolo en bici con megáfono en mano? La norma no se explaya en estos detalles, pero deja claro que la presencia del tutor es indispensable en todo el proceso de trámite. Literal: sin mamá o papá, no hay pase.
Entre la protección y la paradoja
El argumento es entendible: fomentar una cultura vial desde jóvenes, con formación y bajo supervisión adulta. Sin embargo, no deja de ser paradójico que un adolescente no pueda votar, pero sí tenga acceso a un vehículo motorizado en una de las ciudades más caóticas para conducir. Claro, siempre bajo la promesa de que un adulto será la brújula moral y técnica del viaje.
La medida no es nueva, pero sí lo es su vigencia renovada, su costo actualizado y el esfuerzo por centralizar el trámite digitalmente (aunque igual se tiene que acudir físicamente, porque la confianza en línea aún no se licencia).
En resumen, el camino para que un menor obtenga su licencia tipo “P” en la CDMX es tan posible como meticulosamente reglamentado. La intención es buena, el control existe y el trámite, aunque enredado, es claro. Solo queda confiar en que la generación del multitask sabrá manejar con una mano en el volante y otra, por una vez, lejos del celular.