Me encuentro en una etapa en la que veo a mi alrededor a mujeres de mi edad (rodeando los 25 años) embarazándose o casándose. Me sorprendo a mí misma cuestionando sus decisiones, juzgándolas desde un lugar de privilegio y con cierto aire de superioridad. Cuando hablamos de feminismo, a menudo olvidamos mencionar la maternidad deseada o las maternidades diversas. Dentro del feminismo blanco, existe la idea de que ser madre se contrapone al concepto de éxito profesional para una mujer. En este mismo contexto, se generan miedos e inseguridades en torno a la experiencia de la maternidad, temores que, hasta la fecha, sigo sintiendo.
Mientras en los últimos 20 años se ha exigido el acceso libre y seguro al aborto, muchas mujeres han vivido los estragos de políticas públicas implementadas en los años 80, cuando fueron obligadas a usar métodos anticonceptivos con el pretexto de reducir la mortalidad materna (o al menos eso era lo que les decían). Aunque en ese entonces no tenía un nombre específico, décadas después supieron que se trataba de anticoncepción forzada. Esta práctica tiene su origen en las campañas de salud pública relacionadas con la planificación familiar, el control de la natalidad y la eugenesia, una disciplina pseudocientífica que ganó popularidad a principios del siglo XX y cuyos efectos persisten hasta la actualidad.
La ideología eugenésica está profundamente arraigada en el racismo, pues sus seguidores promovían la reproducción exclusiva de personas blancas de clases altas, mientras castigaban la reproducción de personas racializadas y empobrecidas. Estas ideas influyeron en políticas públicas en Estados Unidos, donde los centros de atención médica llevaron a cabo campañas masivas de esterilización femenina, dirigidas especialmente a mujeres negras, nativoamericanas y migrantes. Este mismo modelo se replicó en América Latina y llegó a México entre las décadas de 1980 y 1990, cuando diversas mujeres fueron esterilizadas sin su consentimiento y sin acceso a información. Treinta años después, muchas de ellas relatan que, tras dar a luz en hospitales públicos, fueron obligadas a “elegir” un método anticonceptivo; a otras simplemente les informaron que ya les habían colocado un DIU.
En este escenario, elegir ser madre es más que un deseo: es un derecho. No se trata de una idea aislada, sino de un punto clave que plantea Esther Vivas en su libro Mamá desobediente, donde advierte que, si no entendemos la maternidad como un derecho, esta acaba convirtiéndose en un privilegio reservado para mujeres blancas de clase alta.
He intentado comprender las razones por las que una persona elige maternar o no, procurando ver más allá de lo obvio. Me interesa saber si su decisión responde a un posicionamiento político, social y/o económico. Por suerte, vivo de cerca ambas experiencias, tanto en mí misma como en amigas y hermanas.
Le pregunté a Sofía, de 26 años, ama de casa y madre de tiempo completo, sobre el proceso que la llevó a convertirse en madre y los desafíos a los que se ha enfrentado en el camino. “Yo no decidí ser mamá. Después de estar en una relación de cinco años, mi método anticonceptivo falló”, me dijo mientras compartía cómo sus planes se vieron interrumpidos por este suceso, aunque decidió continuar con el embarazo a pesar de los retos. “Al principio era algo temporal, pero cada vez se ha ido extendiendo”, comentó, refiriéndose a su decisión de ser madre de tiempo completo y no perseguir una carrera profesional.
Le pregunté sobre los cambios en su vida desde la maternidad, los aspectos más difíciles de esta y si le gustaría dejar un mensaje sobre la realidad de las madres. Todo esto mientras cuidaba a su hijo, a quien de repente se escuchaba entre llantos. Sofía finalizó diciendo: “Nunca vas a tomar una decisión 100 % correcta, ya sea tener hijxs joven o no. (…) Y no creo que exista una felicidad absoluta en la maternidad ni en la no maternidad”.
También hablé con Astrid, de 29 años, profesionista y sin hijxs. Le hice la pregunta que muchas mujeres de su edad suelen escuchar: si desea ser madre. “Recuerdo que de niña crecí con esa ilusión y pensaba que el día que fuera mamá lo dejaría todo por ellxs. Pero cuando empecé a trabajar, eso cambió completamente. Al día de hoy, todavía no tengo una respuesta sobre si quiero tener hijxs o no, pero al menos tengo la seguridad de que no es mi sueño”, afirmó Astrid.
Entre otras razones, compartió sus reflexiones sobre la maternidad desde la perspectiva familiar y mencionó que, tras años de soltería, tiene claro que no está en sus planes ser madre soltera. También reconoció que, desde su posición de privilegio, nunca ha sentido presión por convertirse en mamá. Señaló, además, que este cambio generacional la atraviesa, pues dentro de sus círculos es cada vez más común no tener hijxs y priorizar otras formas de cuidado, como el de las mascotas. “Hace apenas unos años que me independicé y me hace feliz haberme dado la oportunidad de disfrutarlo: elegir en qué gastar mi dinero, conocerme, desarrollar mis rutinas. No siento que ser mamá deba ser una obligación; creo que la maternidad debe ser una elección, y si lo es, debe ser planeada, incluyendo el estilo de vida que quieres darle”, concluyó Astrid.
Tal vez la cuestión no sea solo elegir cuándo y cómo ser madre, sino también contar con las condiciones necesarias para que la maternidad sea verdaderamente una elección libre, justa y deseable para mujeres y personas gestantes. Esto implica acceso a métodos anticonceptivos con información clara, educación sexual integral y derechos reproductivos. Asimismo, requiere el desarrollo de políticas públicas que permitan una maternidad sin precarización ni discriminación.
Este texto recopila testimonios de mujeres que viven la maternidad o la no maternidad en distintos contextos. También contiene información obtenida de GIRE, organización líder en justicia reproductiva, así como de AFROCHINGONAS, específicamente del capítulo 7.5 ¡MADRES! de su podcast.