El pasado 24 de marzo, en la aldea palestina de Susya, Ribera Occidental, Hamdan Ballal —codirector del documental ganador del Oscar No Other Land— fue brutalmente agredido por un grupo de colonos israelíes y, mientras recibía atención médica, fue detenido a la fuerza por soldados del ejército israelí. Desde entonces, su paradero es incierto. Lo que en otro contexto sería un escándalo internacional mayúsculo ha pasado casi de puntillas por los medios hegemónicos.
El testimonio de activistas y colegas de Ballal no deja espacio a la ambigüedad: hubo una agresión premeditada con palos, cuchillos, piedras e incluso un rifle de asalto. Según denuncias del Center for Jewish Nonviolence y el codirector israelí Yuval Abraham, al menos una veintena de colonos atacaron la comunidad de Susya, destruyendo propiedades, hiriendo a varios residentes y dejando a Ballal con lesiones visibles en la cabeza y el abdomen. Mientras lo atendían en una ambulancia, las fuerzas armadas israelíes irrumpieron en la escena, lo sacaron del vehículo y se lo llevaron vendado. A partir de ahí, el silencio.
No es la primera vez que Ballal sufre hostigamiento. Como agricultor, ha denunciado múltiples intentos de despojo de sus tierras, amenazas directas y la ocupación de su granja por parte de colonos. Pero el contexto actual amplifica la gravedad del hecho: apenas semanas antes, Ballal, junto con Basel Adra y Yuval Abraham, subía al escenario del Dolby Theatre para recibir el Oscar por una película que documenta justamente esta realidad: la sistemática demolición de viviendas y el despojo violento de comunidades palestinas en Masafer Yatta. El filme no solo incomodó a las autoridades israelíes —el ministro de Cultura pidió su censura—, sino que evidenció en pantalla grande lo que medios y gobiernos suelen minimizar: la ocupación no es un concepto abstracto, sino una práctica concreta que destruye vidas, hogares y futuros.
Este no fue un hecho aislado. Cinco activistas judíos estadounidenses que se encontraban en el lugar para documentar el ataque también fueron golpeados brutalmente. Según sus relatos a CNN, los soldados israelíes observaron la agresión sin intervenir. Uno de ellos, Josh Kimelman, aseguró que, tras reportar el ataque, los militares simplemente les dijeron que “todo estaría bien”, mientras los colonos escapaban impunes. La impunidad es parte del mecanismo: la violencia no necesita ser secreta cuando nadie está dispuesto a frenarla.
Aún más inquietante es el patrón que se repite. La guerra en Gaza ha eclipsado, pero no detenido, la expansión de asentamientos en Cisjordania. Según Peace Now y Kerem Navot, desde octubre de 2023 el número de puestos de pastoreo —una forma velada de apropiación de territorio— ha crecido un 50%. Estos espacios, sostenidos con violencia y protegidos por la pasividad o complicidad de las fuerzas militares, son la base material de la colonización. En ese entramado, figuras como Hamdan Ballal, que resisten desde la tierra y desde la imagen, son objetivos políticos, culturales y humanos.
Las FDI (Fuerzas de Defensa de Israel) anunciaron que investigarían el episodio, aunque no han emitido declaraciones sustantivas. ¿Cómo confiar en una investigación de quien ejecutó la detención en medio de una emergencia médica? ¿Cómo hablar de “excesos” cuando la violencia parece ser el procedimiento estándar? Lo ocurrido con Ballal no es un accidente, es un mensaje: incluso si denuncias desde los reflectores del Oscar, te vamos a callar.
Y aún así, hay quienes resisten. Las proyecciones de No Other Land no han cesado, organizadas por grupos binacionales como Standing Together, que desafían la narrativa dominante. Es un documental incómodo, pero urgente. Expone las raíces de un conflicto que no puede explicarse solo desde los titulares de octubre de 2023. Masafer Yatta es hoy el símbolo de una ocupación que no cesa, y el rostro de Hamdan Ballal, desaparecido, herido, silenciado, recuerda que la violencia no es solo una cifra o una estadística: es un director secuestrado, una ambulancia intervenida, una película censurada.
En tiempos donde los premios se entregan por contar la verdad, parece que decirla sigue siendo peligroso. Lo mínimo que se exige es claridad: esto fue un atentado. Un linchamiento con complicidad institucional. Un acto que merece condena internacional, justicia urgente y una respuesta clara: ¿Dónde está Hamdan Ballal?
En palabras del propio Ballal, dichas antes de su desaparición: “Ellos dicen que esta tierra es suya, pero nosotros nacimos aquí. Lo único que quieren es que desaparezcamos”.
Y hoy, eso es justo lo que han hecho con él.