Del fuego a la ceniza: el viaje hacia un feminismo sin etiquetas - LJA Aguascalientes
15/03/2025

Cuando comencé en el feminismo, sentí que por fin estaba aprendiendo sobre mí, sobre mi historia y sobre mi identidad. La gente a mi alrededor empezó a identificarme como “la feminista” o, como en ese entonces solían decirlo, “feminazi”. Me preguntaban mi opinión sobre temas controversiales, cuestionaban mi postura sobre el aborto y a menudo me buscaban para debatir sobre situaciones cotidianas. Al principio, no voy a negar que me emocionaba ser tomada en cuenta, pero había una parte de mí que se rehusaba a hacer del feminismo toda mi identidad. “Seguro hay cosas más interesantes sobre mí”, me repetía, e intentaba convencerme de que yo era mucho más que una postura política.

Hice lo que toda mujer joven y politizada hubiera hecho. Participé en manifestaciones y marchas organizadas por colectivas feministas locales, comencé a conocerlas mejor, me corté el cabello, usaba los colores morado y verde como símbolo, aprendí consignas feministas, participé en foros, conversatorios y entrevistas para hablar sobre mis conocimientos, principios y experiencias como feminista. Incluso cofundé mi propia colectiva, donde organizábamos círculos de mujeres. Me sentía como una feminista ejemplar. Spoiler: no lo era.

En mi vida personal existían muchas contradicciones: mis relaciones con otras mujeres eran complejas, discutía constantemente con mi familia hasta hacer llorar a una de mis hermanas por tener posturas diferentes a la mía, priorizaba mi relación amorosa sobre otros lazos afectivos, estaba todo el tiempo a la defensiva, pero también me veía a mí misma como una víctima, tanto de mis hormonas como de la sociedad. Sentía culpa por todos los privilegios que me atravesaban, entre muchas otras cosas más. Decir que el feminismo arruinó mi vida personal sería una exageración, pero decir que me hizo mejor persona tampoco sería lo correcto.

Como feminista, empecé a adoptar términos como patriarcado o sororidad para describir situaciones de vida a las que me enfrentaba, sin comprender realmente cómo me atravesaban. Exigía que ciertos espacios fueran separatistas sin entender bien su funcionamiento. Me apropiaba de dolores que no eran míos y los reclamaba como propios. Actuaba como se suponía que debía actuar, según el feministómetro (una especie de manual no escrito que dicta cómo ser una “buena feminista”).

Hace unos días escuché la frase: Si no somos feministas, ¿entonces qué somos? Mientras reflexionábamos sobre lo que el feminismo representa para nosotras en la actualidad. Estaba en una reunión con Mon, Ale y Yeska. Todas manejan proyectos autogestivos dirigidos a mujeres y disidencias, mientras construyen un hogar lleno de amor, soporte y apoyo. Me descubrí a mí misma extrañando la sensación de crear en colectivo y de pertenecer a algo. Me puse a pensar en los días previos al #8M, cuando me juntaba con amigas a hacer carteles o bordados para la marcha, cuando cargaba mi cámara para registrar toda la experiencia. He vivido el 8M en Aguascalientes, León y Ciudad de México, y cada uno me ha brindado emociones distintas. Sí, sentirte parte de una comunidad te hace sentir segura, pero las constantes agresiones de la policía, la abundancia de carteles con mensajes transfóbicos, la falta de diversidad y la necesidad de convertirlo en algo instagrameable me hacían sentir incómoda y fuera de lugar.

Al conversar con amigas y compañeras de lucha, todas coincidíamos en algo: no nos sentimos identificadas. Mi amiga Sam, a quien conozco desde que tenía seis años y con quien recientemente reconecté, me dijo: “Sé que el feminismo es mucho más grande que mi experiencia y que no existe una sola manera de ser feminista, pero tampoco he encontrado el espacio para vivirlo a mi manera”. Su comentario me hizo pensar en dos cosas:

  1. Por supuesto que no existe una sola forma de ser feminista; siempre han existido y existirán diversos tipos de feminismos. La forma en la que vivimos el feminismo en México no es la misma que para las mujeres que viven en China.
  2. Reflexioné sobre mis primeros acercamientos al feminismo al leer Desde los zulos de Dahlia de la Cerda. Así como ella, empecé leyendo a Virginia Woolf, para luego darme cuenta de que el contexto en el que hablaba sobre feminismo era muy distinto a mi realidad. Sí, cada una toma lo que necesita de cada corriente. Y sí, cada quien se adapta a lo que mejor le funciona.

Pero, ¿nos estamos involucrando desde un interés individual o colectivo? ¿Hacia quién o qué va dirigida nuestra lucha? Porque si nuestra lucha consiste en juzgar desde una superioridad moral, excluir a nuestras hermanas trans, regresar a ideas conservadoras, justificar acciones violentas bajo el argumento de sororidad, esperar hasta el 8M para abrazarnos, gritar y exigir que lo quemen todo… entonces, no creo que esa sea mi lucha.

He de admitir que no todo ha sido malo, porque, como en todo, las cosas no son blanco y negro. No odio el feminismo ni lo que representa en la actualidad. Disfruto leer a autoras y referentes feministas de todas las épocas, formas y corrientes. Aún me interesa la lucha y sigo buscando formas de involucrarme, pero intento hacerlo desde un lugar de coherencia con mis principios y acciones. Es difícil; aún no logro descifrarlo del todo.

Intento perdonarme por todas las veces que actué como policía del feminismo y también por todas las veces que me lo aplicaron a mí. El camino es largo e incierto, pero siento que estoy en un mejor lugar para señalar mis propios errores, para entender mejor mi entorno y para darme el espacio de mejorar.


Vía Tercera Vía


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