El peso de las razones
Creatividad humorística y humor creativo
El humor lingüístico exhibe en su mejor forma las características esenciales de la creatividad: novedad, sorpresa y valor. Pero cuidado: no todos los juegos de palabras son iguales, y no toda ocurrencia simpática califica como humor creativo. La auténtica creatividad humorística implica una ruptura deliberada con las expectativas del oyente, una destreza en la elaboración de incongruencias sorprendentes que van más allá de la repetición de fórmulas gastadas.
Sin embargo, esta autenticidad parece estar amenazada por la proliferación de un humor predecible, repetitivo y carente de ingenio real. Observamos diariamente cómo las redes sociales y los medios de comunicación se inundan de memes reciclados, chistes trillados y frases hechas que, aunque puedan provocar alguna risa efímera, no ofrecen más que un espejismo de creatividad.
Esto plantea una paradoja incómoda: mientras más intentamos teorizar sobre la creatividad humorística, más evidente se vuelve su resistencia a cualquier formulación sistemática que pretenda producirla de manera automática o predecible. La creatividad, por definición, se resiste al encasillamiento rígido, a la receta infalible que promete hacer reír a cualquiera en cualquier momento.
Entonces, ¿para qué sirve teorizar sobre algo que parece escapar permanentemente de las manos? La utilidad no reside en crear fórmulas, sino en comprender los mecanismos cognitivos subyacentes a la producción y recepción del humor. Aunque no podamos asegurar cómo provocar siempre la risa, sí podemos comprender mejor por qué nos reímos, cómo se construyen las expectativas y cómo una ruptura inteligente de estas expectativas produce el efecto deseado.
La teoría de la relevancia, desarrollada por los científicos cognitivos Dan Sperber y Deirdre Wilson, ofrece precisamente un marco para entender cómo funciona esta maquinaria mental. Según esta teoría, el humor creativo aprovecha nuestra inclinación cognitiva por buscar relevancia. El comediante exitoso es aquel que logra desviar astutamente nuestras inferencias hacia caminos insospechados, generando una incongruencia que, al resolverse, detona la risa.
Pero aquí radica también el límite de esta teoría: explicar por qué algo es gracioso no implica que pueda reproducirse a voluntad. Como bien sabemos, nada mata más rápidamente una broma que explicarla. Esta es la paradoja esencial de cualquier teoría de la creatividad: mientras más entendemos el fenómeno, más esquivo se vuelve su dominio práctico.
Lo preocupante no es el humor fallido, sino la banalización sistemática de aquello que decimos valorar. Al aceptar cualquier ocurrencia como humor creativo, corremos el riesgo de premiar la mediocridad y despreciar los verdaderos esfuerzos intelectuales necesarios para generar auténticas sorpresas lingüísticas. El resultado inevitable es una cultura humorística mediocre, estandarizada y sin verdadero impacto.
Esto no significa renunciar al estudio científico de la creatividad humorística, sino ajustar nuestras expectativas. Debemos aceptar que el humor genuinamente creativo es excepcional y que no puede fabricarse mediante algoritmos o fórmulas predecibles. Al comprender esto, podríamos evitar caer en falsas ilusiones y apreciar verdaderamente los raros momentos en los que el ingenio humano brilla con intensidad.
Asimismo, la creatividad humorística auténtica cumple una función social esencial: nos obliga a cuestionar nuestros propios supuestos y prejuicios, fomentando una forma particular de inteligencia crítica. El humor inteligente puede desarmar dogmas, cuestionar el statu quo y ofrecer perspectivas novedosas sobre problemas viejos. Esto es algo que nunca podrá lograr un chiste fácil o una ocurrencia trillada.
La creatividad auténtica siempre será un desafío tanto para quien la produce como para quien la recibe. Exige rigor intelectual, conocimiento profundo del contexto y una habilidad casi quirúrgica para manejar las expectativas de la audiencia. Quienes logran esta hazaña merecen nuestro reconocimiento precisamente porque su tarea es difícil, no porque resulte predecible o banal.
Finalmente, la gran lección que nos deja la creatividad humorística es que el auténtico ingenio es escaso y valioso precisamente porque no puede domesticarse por completo. Por ello, en lugar de buscar recetas infalibles para provocarla, deberíamos cultivar y valorar más profundamente los contextos que permiten que florezca, reconociendo que su valor reside en su resistencia permanente a cualquier forma de trivialización.
En tiempos de excesiva banalidad, quizás el humor auténticamente creativo sea uno de los últimos refugios del pensamiento crítico y del ingenio genuino, donde la inteligencia aún puede jugar libremente y la risa conserva su poder subversivo.
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