Detrás del lenguaje desenfadado, los emojis de gallos y los narcocorridos con más reproducciones que algunos discursos presidenciales, se desplegó una maquinaria de reclutamiento criminal digital que operó impunemente en TikTok. El Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) aprovechó el algoritmo, el anonimato y el alcance de la red social para crear una sofisticada fachada de “oportunidades laborales”, dirigida particularmente a jóvenes mayores de edad, en situación vulnerable y con acceso a un celular.
Las autoridades mexicanas han confirmado que el CJNG utilizó al menos 39 cuentas de TikTok para atraer nuevos integrantes a través de mensajes que imitaban anuncios de empleo. Bajo nombres como @Empresa.4.letras6 o @Reclutamiento_20_q, los videos presentaban imágenes de vehículos todo terreno, promesas de sueldos semanales de hasta 12 mil pesos y “vacaciones pagadas”, todo acompañado del soundtrack característico de artistas como Peso Pluma.
Pero más allá del disfraz digital, el desenlace era brutal. Quienes respondían al llamado eran citados en terminales de autobuses y trasladados al rancho Izaguirre, en Teuchitlán, Jalisco. En este espacio, ya no había rastro de gallos ni de corridos: los celulares eran confiscados, las personas eran uniformadas y comenzaba un periodo de aislamiento y adiestramiento de un mes, sin posibilidad de comunicación exterior. Según testimonios oficiales, quienes no cooperaban eran torturados o asesinados.
El caso salió a la luz tras la captura, el pasado 20 de marzo, de José Gregorio “N”, alias “El Lastra”, señalado como el principal responsable del centro de adiestramiento en Teuchitlán y colaborador directo de Gonzalo “N”, alias “El Sapo”, líder regional del CJNG en Jalisco, Nayarit y Zacatecas. Su captura fue posible tras un seguimiento que lo ubicó desde Tala, Jalisco, hasta la Ciudad de México, donde fue detenido junto con una mujer identificada como Abril “N”.
Más allá de la espectacularidad del caso, lo revelado por las autoridades expone varios frentes preocupantes. Primero, la facilidad con la que el crimen organizado ha penetrado plataformas digitales de uso masivo como TikTok, sin encontrar una contención efectiva por parte de la red social. Aunque las cuentas fueron eliminadas, los contenidos se mantuvieron activos durante meses, incluso años, con una estética repetida que hacía apología directa del grupo criminal.
Segundo, la narrativa utilizada por estos reclutadores no es aleatoria. Frases como “únete al ruedo” o “la empresa de las 4 letras busca gente guerrera” están diseñadas para construir un sentido de pertenencia y valor entre quienes, de otro modo, estarían marginados de oportunidades laborales reales. El crimen organizado no solo ofrece dinero: ofrece identidad, estructura y estatus, bajo un disfraz empresarial.
Tercero, la respuesta estatal, si bien contundente en esta ocasión, deja preguntas abiertas. ¿Cuántos más han sido reclutados bajo este esquema y no han sido detectados? ¿Qué papel juegan las condiciones sociales que hacen atractiva una “oferta laboral” de este tipo? Y sobre todo, ¿qué tan sostenibles son las acciones reactivas frente a estrategias criminales cada vez más creativas, adaptadas al lenguaje y las herramientas de la cultura digital?
En este contexto, el caso de “El Lastra” no es solo un golpe al CJNG, sino también un espejo incómodo para la sociedad mexicana y las plataformas tecnológicas. Mientras no exista una respuesta estructural, que incluya tanto la regulación digital como el combate a la desigualdad que alimenta estas redes de captación, es probable que el próximo “reclutador” ya esté en línea, con un nuevo usuario, otro filtro llamativo y el mismo algoritmo de siempre.