Administración Trump castiga a universidad por inclusión de atleta transgénero - LJA Aguascalientes
25/03/2025

En un movimiento que pone en evidencia hasta qué punto puede llegar la instrumentalización del poder político para castigar la diversidad, la administración de Donald Trump ha congelado 175 millones de dólares en fondos federales destinados a la Universidad de Pensilvania. ¿La razón? La participación de Lia Thomas, una nadadora transgénero que compitió en el equipo femenino de la institución y que en 2022 se convirtió en la primera atleta trans en ganar un título de División I de la NCAA.

La medida, anunciada por la Casa Blanca, se produce en paralelo con una orden ejecutiva firmada por Trump para prohibir a atletas transgénero competir en deportes femeninos. Pero el congelamiento de los fondos, aseguran, es parte de una “revisión separada” del presupuesto federal discrecional. Qué conveniente.

Los fondos retenidos, provenientes del Departamento de Defensa y del Departamento de Salud y Servicios Humanos —sí, el mismo que supuestamente protege los derechos humanos y promueve la salud—, dejan a la universidad sin una parte significativa de su financiamiento por el simple hecho de haber seguido las normas. Porque sí, la Universidad de Pensilvania cumplió con las reglas de la NCAA y de la Ivy League en todo momento. No hay violación, no hay trampa, solo hay una atleta compitiendo dentro del marco normativo vigente… y una Casa Blanca que ha decidido castigarla por existir.

La universidad, que ni siquiera ha recibido una notificación formal del recorte, ha respondido con firmeza que sigue y seguirá cumpliendo las regulaciones que aplican a todas las instituciones de su categoría. Pero al parecer, cumplir con las reglas no basta si esas reglas permiten la existencia visible de una mujer trans en un espacio público, competitivo y exitoso.

Lia Thomas, con su historial impecable y su activismo mesurado, ha sido colocada en el centro de una batalla ideológica sin haber cometido más “delito” que nadar. Su logro en la NCAA ha sido usado como chivo expiatorio por una administración que ha convertido la transfobia en política pública. Mientras Thomas defiende su derecho a competir afirmando que no está “dominando el deporte femenino” —y los datos lo respaldan—, el gobierno federal responde con tijeras presupuestales.

El gesto no es aislado. El Departamento de Educación también ha abierto investigaciones similares en la Universidad Estatal de San José y en la Asociación Atlética Interestatal de Massachusetts, en casos donde también hay participación de personas trans en equipos deportivos. La señal es clara: se está construyendo una política de persecución, no de supervisión.

La embestida de Trump se disfraza de defensa de la “equidad”, pero lo que realmente busca es borrar a las personas trans del deporte. No importa si cumplen con los requisitos hormonales, como en el caso de Thomas. No importa si no hay ventaja demostrable. Lo importante, para esta lógica, es reforzar una visión binaria, excluyente y profundamente dañina del género.

Y mientras esto ocurre, las voces críticas como la de Riley Gaines, quien empató con Thomas en una final, se convierten en portavoces de un purismo deportivo mal entendido, que defiende trofeos y récords a costa de vidas y derechos. Gaines celebra la sanción, acusando a la universidad de traicionar a las mujeres. Pero nada traiciona más a las mujeres que creer que solo se es mujer bajo un molde fijo e inmutable.

A nivel internacional, el panorama no mejora. La Federación Internacional de Natación ha impuesto restricciones que prohíben competir a mujeres trans que no hayan hecho su transición antes de los 12 años, una regla tan específica como sospechosamente imposible. Lia Thomas llevó el caso al Tribunal de Arbitraje Deportivo, pero en 2024 el fallo fue en su contra. Otro golpe más a una comunidad que ya compite, nada y vive cuesta arriba.


Este no es solo un debate sobre deportes. Es un síntoma de un retroceso más amplio, de una cultura política que utiliza la supuesta defensa de la justicia para legitimar la exclusión. La equidad no se logra castigando a quienes son diferentes, ni quitando fondos a quienes los incluyen. Si de verdad se busca un deporte justo, habrá que empezar por construir uno donde todas las identidades sean posibles. Porque lo que está en juego no es una medalla, sino la dignidad de existir.

Vía Tercera Vía


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