En el deporte, se dice que el respeto trasciende rivalidades. Sin embargo, cuando la política mete el stick en la pista de hielo, el resultado es un juego más brusco de lo habitual. En las últimas semanas, los partidos de hockey en Canadá se han convertido en un peculiar termómetro del descontento nacional, con los aficionados transformando las gradas en un foro de protesta diplomática. ¿El blanco de su enojo? Ni más ni menos que el himno de Estados Unidos.
Primero fue Ottawa, luego Montreal. En dos eventos distintos, la interpretación de The Star-Spangled Banner se vio interrumpida por una sinfonía de abucheos, una banda sonora improvisada cortesía de los aficionados canadienses que, al parecer, no llevan bien las nuevas medidas arancelarias impuestas por Donald Trump. Como si de un power play económico se tratara, EE.UU. decidió aplicar tarifas del 25% a las exportaciones canadienses, una decisión que encendió los ánimos de los vecinos del norte. Y si bien las represalias suelen llegar en forma de comunicados oficiales o sanciones comerciales, en este caso, la respuesta se manifestó en forma de silbidos y gritos en los estadios.
Abucheos, rivalidad y política: el cóctel perfecto
El primer episodio de esta saga tuvo lugar en el Canadian Tire Centre de Ottawa, donde los aficionados dejaron claro que la música patriótica estadounidense no es, precisamente, su género favorito. La cantante Mandia tuvo el poco envidiable honor de ser abucheada mientras interpretaba el himno, un gesto inusual en el hockey profesional, un deporte que, hasta ahora, solía mantenerse al margen de estos dramas transfronterizos.
Pero la historia no terminó ahí. En Montreal, durante el 4 Nations Face-Off, el público se superó a sí mismo, ignorando incluso la solicitud del anunciador del Bell Centre de mostrar respeto. “No me gustó, eso es todo lo que diré”, comentó escuetamente Matthew Tkachuk, estrella de la NHL, al ser cuestionado sobre la reacción del público. Afortunadamente para él y su equipo, los abucheos no afectaron el desempeño en la pista: EE.UU. se impuso con un contundente 6-1 sobre Finlandia.
Mientras los jugadores estadounidenses trataban de restarle importancia al asunto (“Nos motiva”, decía J.T. Miller, en lo que sonaba más a diplomacia deportiva que a una auténtica declaración de indiferencia), las autoridades de la NHL tomaban nota de la creciente hostilidad. El comisionado Gary Bettman no tardó en expresar su decepción, argumentando que “el hockey debe unir a las personas”. Una apreciación noble, aunque un poco desconectada de la realidad cuando el hielo es solo el escenario de una rivalidad que, al parecer, está lejos de ser únicamente deportiva.
¿Hockey o arena de confrontación política?
El clímax de esta protesta helada llegó con el partido entre Canadá y EE.UU. en Montreal, donde no solo los abucheos fueron más intensos, sino que la tensión se trasladó directamente a la pista: en los primeros nueve segundos de juego, ya se habían registrado tres peleas entre jugadores. Nada grita más “amistad internacional” que un intercambio de puñetazos sobre el hielo.
¿Pero de dónde viene tanto resentimiento? A estas alturas, resulta evidente que la animadversión tiene menos que ver con el hockey y más con la política exterior de Donald Trump. Entre la insistente idea del expresidente de convertir a Canadá en el “estado 51” y sus amenazas de más aranceles, los canadienses parecen haber encontrado en los eventos deportivos el foro perfecto para expresar su descontento. Y si de paso pueden hacerlo sin necesidad de redactar comunicados diplomáticos, mejor aún.
Por su parte, el Primer Ministro Justin Trudeau no tardó en devolver el golpe, anunciando la imposición de aranceles de 25% a productos estadounidenses por un valor de 155 mil millones de dólares. En otras palabras, Canadá ha decidido que si la guerra comercial es el juego del momento, ellos también saben jugarlo. Trudeau, además, aprovechó la coyuntura para alinearse con México, en una movida estratégica que busca contrarrestar el peso de Washington en las relaciones comerciales de América del Norte.
¿Qué sigue en este peculiar enfrentamiento?
Mientras Trump sigue con su retórica proteccionista y los canadienses encuentran nuevas formas de expresar su descontento, queda la duda de hasta dónde llegará esta disputa. Si los abucheos al himno se han convertido en una declaración de principios, ¿qué vendrá después? ¿Lanzar jarabe de maple al equipo contrario? ¿Prohibir las hamburguesas en los estadios?
Por ahora, lo único seguro es que los abucheos han dejado de ser una simple manifestación espontánea para convertirse en un fenómeno recurrente. En un mundo donde la diplomacia se libra en las redes sociales y los titulares, Canadá ha encontrado su propia forma de responder a las políticas de Trump: un buen abucheo a todo pulmón en la casa del hockey. Porque si algo saben hacer bien los canadienses, además de jugar al hockey, es dejar claro que no les gustan los goles… ni los aranceles, ni las imposiciones extranjeras.