Vivir en los límites, márgenes y vórtices de la violencia - LJA Aguascalientes
29/01/2025

En México fueron asesinadas 26,715 personas en 2024. Es decir, 70 personas perdieron su vida al día. Resulta difícil visualizarlo, empatizar con sus familias. Es insostenible y, sin embargo, continúa, todos los días, los años, con variaciones menores.

Es una guerra que no termina. Casi 20 años de muerte sistematizada e impune. ¿Es lo normal? Para personas como yo, que nacimos a principios de siglo, podría decirse que sí. Tenía seis años cuando Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico. Desde que tengo memoria, la regla es cuidarse, sobreprotegerse, desconfiar de los desconocidos, no salir tarde en la noche sola. Lo normal: las noticias de muertes violentas, las primeras planas con fotos de decapitados, mantas, fosas.

Cambiamos nuestras rutinas, hábitos, horarios y lugares de recreación con el objetivo de protegernos. Nos adaptamos a esta realidad intolerable. En cierto grado la aceptamos. Nos contamos cuentos como “andaba por malos pasos” cuando un conocido desaparece, que es lo mismo que decir “esto no me pasaría a mí” o, de plano, “no es mi problema”.

Entendemos la inseguridad y la violencia en México como males necesarios que no podemos evitar. La necromáquina, como la llamó la académica Rossana Reguillo, es un dispositivo que no solo engulle vidas y territorios en un intento de generar dinero, sino que deshumaniza a estos muertos con la complicidad del Estado y los medios de comunicación.

¿Hay manera de constituir lo que esta académica llamó contramáquina? Es decir, coordinar a personas, a organizaciones y movimientos con el fin de  contrarrestar la muerte sistemática en el país. Parece imposible. El narco ha adquirido dimensiones colosales: es el quinto empleador del país, según un estudio de los investigadores Rafael Prieto-Curiel, Gian María Campedelli y Alejandro Hope, publicado por la revista Science. Este mismo estudio apunta que hay entre 160,000 y 185,000 miembros en los cárteles en México. El 81% del país está asediado por organizaciones delictivas, según AC Consultores.

Pero para cualquier intento de protesta y reforma es necesario la comunicación, y los medios se han quedado cortos no solo en la producción de información sobre la crisis de violencia, sino en la construcción de sentido para hacer frente a un problema tan complejo como este. Muchos académicos y periodistas se han preguntado cómo contar los sucesos violentos sin revictimizar a las víctimas, normalizar la inseguridad o insensibilizar a la audiencia en general.

La gente está harta de la dieta informativa de violencia y guerra. Según el informe de Reuters, el 39% de los encuestados a escala mundial afirmó evitar las noticias porque son aburridas o porque el contenido los deprime. ¿Cómo crear contenido informativo que tenga el poder de conmover, en una era en la que las noticias de guerras y muertes circulan masivamente? ¿Cómo lograr que esta conmoción en vez de consolidar el sentimiento generalizado de que las problemáticas son demasiado grandes y complejas como para hacerles frente, se transforme en acciones concretas?

Las prácticas periodísticas

A partir de 2006, el país sufrió una escalada de violencia nunca antes vista cuando el presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al narcotráfico. Los medios, desde un inicio, se mostraron erráticos e inconsistentes en las coberturas, según el académico José Carlos Lozano Rendón. Reportaron con sensacionalismo y descontextualización los sucesos violentos, publicaron fotos de mantas, decapitados y balaceras. No apuntaron a las causas estructurales de las problemáticas de seguridad y, al omitir a los responsables directos o indirectos, imposibilitaron cualquier intento de cambio. La violencia hacia los periodistas aumentó a la par de la cobertura, por lo que algunos medios optaron por omitir las firmas en los artículos o, de plano, dejar de cubrir la inseguridad.

En las primeras planas se publicaban las muertes: “Narco: 314 muertos; narco: 515 ejecutados; narco: 3 nuevos decapitados”, recuerda Rossana Reguillo en su libro Necromáquina: cuando morir no es suficiente. Nos acostumbramos a ver la muerte en cifras y  números.


El país se encontraba frente a una crisis de seguridad sin precedentes, y los medios no tenían las estructuras teóricas o metodológicas para actuar a la altura de las circunstancias.
Ante la presión de la sociedad civil, 715 directivos de los medios más importantes del país, liderados por Televisa, se reunieron en marzo de 2011 para firmar el “Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia” (ACIV), que funcionaría como una especie de decálogo para cubrir la inseguridad de manera ética y responsable. Entre los medios que firmaron estaban TV Azteca, Radio Fórmula, Grupo ACIR, Grupo Imagen, y periódicos como El Financiero, Excélsior, El Universal, Grupo Milenio.

El acuerdo estipulaba no prejuzgar a los culpables, proteger a los periodistas en riesgo, no amplificar los mensajes del crimen organizado, atribuir responsabilidades explícitamente, entre otros puntos. Este convenio duró dos años, hasta 2013.

Sin embargo, muchos periodistas e intelectuales acusaron a Televisa y TV Azteca de liderar un pacto que realmente funcionaba para limpiar la imagen del presidente. Y muchos otros medios como Grupo Reforma, La Jornada, el semanario Proceso, el grupo MVS y El Diario de Yucatán no firmaron, argumentando que contaban con criterios propios para cubrir la violencia. El periodista Javier Solórzano fue de los detractores; desde un inicio comentó que le parecía que el pacto era una puesta en escena: las televisoras que llevaban años beneficiándose de coberturas sensacionalistas y poco éticas, de repente querían acabar con las malas prácticas periodísticas.

Efectivamente, este acuerdo no tuvo el éxito esperado en los dos años en los que se mantuvo vigente. Los informes emitidos por el observatorio de medios, que nació a partir del convenio, no esclarecieron qué medios rompían los puntos del acuerdo ante el público, sino en juntas privadas con los directivos.

Como el acuerdo era voluntario y no preveía sanciones ni señalamientos, muchos medios se adhirieron a ciertas normas estipuladas e ignoraron deliberadamente otras. Todos los puntos se incumplieron, pero el que más se incumplió fue el de no servir como amplificadores de los mensajes del crimen organizado. El acuerdo, al final del día, fue una lista de buenas intenciones.

Durante los primeros meses de Enrique Peña Nieto como presidente, el observatorio emitió un último informe en el que criticaba a los medios que se habían alineado a la nueva política gubernamental de suprimir información relacionada con la delincuencia.

En el sexenio de Enrique Peña Nieto, se gastaron 80,000 millones de pesos en publicidad oficial. Ese monto se repartió en gran parte entre los medios más influyentes del país, que siguieron la línea que se dictaba desde la Secretaría de Gobernación, bajo la amenaza implícita de recortarles la publicidad si disentían. La línea básicamente consistía en ignorar deliberadamente la agenda de inseguridad.

Desde su toma de protesta el primero de diciembre de 2012, la mayoría de los medios en la Ciudad de México disminuyeron la cobertura informativa sobre inseguridad. Se centraron en la agenda legislativa. En cambio, los medios en los estados continuaban publicando notas sobre el crimen organizado en sus portadas, según la organización Observatorio.

El gobierno federal aplicó un plan en el que no se citaban los nombres con los que son conocidos los grupos criminales y suspendió la práctica de presentar a personas detenidas, logrando una burbuja de ignorancia.

Al inicio del sexenio de Peña Nieto, las páginas en las que se contabilizaban las muertes y desapariciones del sexenio de Felipe Calderón fueron reseteadas. Además, en 2015, la cifra de desaparecidos era de 25,000, los mismos que al finalizar el sexenio anterior, a pesar de que los medios de comunicación reportaron en varias ocasiones que el número había aumentado.

El presidente fue acusado en reiteradas ocasiones de firmar un pacto de silencio con los medios de comunicación y de evitar la divulgación de las cifras exactas sobre violencia. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, al contrario, se mofaba de no politizar la inseguridad: “No hay menos información, pero sí menos espectáculo”, dijo en una comparecencia ante el Senado.

Y, sin embargo, sí hubo una disminución de notas sobre temas relacionados al narcotráfico en algunos medios. En marzo de 2010, los periódicos Reforma y El Universal publicaron 1,710 notas relacionadas con violencia, narcotráfico y derechos humanos, mientras que en 2013 solo publicaron 1,217, es decir, una reducción de casi el 30%, según el análisis de Guadalupe Teresinha Bertussi en su artículo “Cambia el gobierno de México pero continúa la censura a la prensa”.

Además, omitieron las palabras “narcoestado”, “narcomensaje”, “narcodesapariciones”, “narcoterrorismo”, “narcobloqueo”, “narcoinsurgencia”, “narcopolítica”, “narco-políticos”, “narcopartido” de la prensa escrita. Guadalupe Teresinha Bertussi concluye que el sexenio de Peña Nieto recurrió al ocultamiento y la censura para cambiar la percepción que se tenía de la crisis de seguridad.

Los medios nunca han sido objetivos ni neutrales, de cierta manera están sujetos al mejor postor, que por años ha sido el gobierno, según el periodista e investigador Darwin Franco. Cuando empezó la guerra contra el narcotráfico los medios, potenciaron el discurso de que la guerra era en favor del país, y llamaron a las víctimas, “daños colaterales”. Hasta que la propia sociedad civil salió a la calle a protestar con un mensaje claro: los daños colaterales somos nosostros, los principales perjudicados en la guerra es la gente. Los medios se vieron forzados a parar un momento la cobertura de las ruedas de prensa de las estancias militares o las  procuradurías y voltear a ver a las víctimas.

Aún así, gran parte de los medios siguen sin priorizan estas voces, al contrario, amplifican la voz gubernamental “Y la voz gubernamental nunca dice que se equivoca, siempre dice que están haciendo las cosas bien, o que todo está bajo control, o que son consecuencias previstas, que la violencia no está tan fuerte como se dice” explica Darwin Franco.

En este último sexenio, López Obrador, quien se mostró muy crítico con las estrategias de seguridad de las antiguas administraciones, adoptó de lleno este discurso, una vez que llegó al gobierno. Acusó a los medios de querer manchar su imagen, y minimizó reiteradamente la crisis de seguridad, muchas veces incluso negando los hechos. Si los medios han logrado diversificar sus fuentes y poner atención a otras caras y paisajes, es porque la sociedad civil así se los ha exigido.

Los medios y la normalización de la violencia

El 58.5% de los encuestados en la Encuesta Nacional de Seguridad Urbana del primer trimestre de 2024 afirmó que su fuente de noticias para enterarse de la situación de la seguridad pública es la televisión, seguida de la comunicación directa con familiares o amigos (52.5%) y Facebook (53.5%). Solo el 7% utilizó la prensa escrita para mantenerse al tanto en este rubro. Estas cifras nos dicen que la imagen es la fuente principal de información sobre violencia.

La fotografía, en un inicio, se pensó como una fuente objetiva que hacía la realidad más vívida e ineludible, según Susan Sontag en su ensayo Ante el dolor de los demás. Se pensaba que ante una imagen que describiera en todas sus dimensiones la atrocidad de la violencia y la guerra, la gente lograría empatizar, movilizarse, conmoverse. Sin embargo, lo que ha logrado la circulación de tantas imágenes violentas es la insensibilidad de la audiencia, que se retrae y encuentra formas de eludir las noticias.

Más que emitir un juicio hacia las personas que voltean la cara, Susan Sontag —quien murió en el 2004  y por lo tanto no le tocó presenciar el fenómeno de las redes sociales— se propone entender por qué la sobreexposición de las imágenes ha alterado nuestra manera de procesar información y sentirnos cercanos a ella.

No solo son las noticias las que nos tienen en un estado de vilo, nerviosos e incapaces de pensar, es toda la industria del entretenimiento y de la comunicación, centrada en el disfrute y, a la vez, la distracción. Nunca hemos consumido tanta información, y no hay tiempo ni mente para procesarla antes de ser bombardeados por otra ola informativa.

La dieta de información sobre violencia no solo causa indiferencia, también provoca miedo, que es la emoción que inhibe cualquier intento de cambio. Entre tantos genocidios, asesinatos, causas y guerras, ¿a qué le ponemos atención? Susan Sontag tiene una teoría que me parece interesante sobre por qué algunos conflictos generan más ruido que otros. Los enfrentamientos que logran acaparar la atención internacional son aquellos que representan algo más que los intereses de las partes involucradas. Pone el ejemplo de la Guerra Civil Española: este suceso fue tan divulgado porque representaba la lucha contra el fascismo, que empezaba a concernir a las naciones europeas. O, en el caso de Israel y Palestina, esta guerra simboliza la lucha contra el imperialismo o el colonialismo.

En la guerra contra el narcotráfico ¿qué intereses se representan? ¿qué valores? ¿qué objetivos? Me parece que es fácil desentenderse de esta problemática si los únicos actores que se nombran son el gobierno militarizado y el crimen organizado. Actores que de por sí, causan muy poca simpatía y son difíciles de defender. Si en cambio se nombrara más en los medios de comunicación, a los colectivos, a la sociedad civil que directa o indirectamente es afectada por la violencia, tal vez más personas se sentirían aludidas en este conflicto, encontrarían la empatía y la indignación para sumarse a los esfuerzos que buscan revertirlo.

Sin embargo, la mayoría de las noticias sobre la violencia son un recuento de los encuentros entre el narco y el ejército, y muchas veces las víctimas son reducidas a un dígito más en una cifra cada vez más grande. Las personas afectadas por la violencia son despojadas de su identidad, como escribió Rossana Reguillo “Ya no son ‘María’ o ‘Juan’, sino que entran en las categorías universales como ‘ejecutados del narco’ o ‘daños colaterales’; y entidades abstractas ‘encajuelados, decapitados, encobijados”. La empatía, que es un “sentimiento de identificación con algo o alguien” según la Real Academia Española, resulta difícil con conceptos tan abstractos como “decapitado” o “encobijado”.

Susan Sontag habla de que la repetida exposición de imágenes no necesariamente agota su poder. Pone el ejemplo de las representaciones de la Crucifixión, que siguen conmoviendo a los creyentes. Jesús en la cruz representa el sacrificio que hizo Dios para salvarnos, según la religión católica.

¿Qué representan las imágenes de violencia que vemos? ¿La información que consumimos? Al menos para mí, representan el poder indiscutible del narco en el país, al grado en el que la vida de una ciudad como Culiacán frena en seco, cuando los grupos delictivos entran en disputa. Ante las continuas manifestaciones de este poder indiscutible, entramos en lo que Marina Garcés llama una condición póstuma, es decir, nada puede hacerse, solo queda morirse.

La fractura social

No es que no nos importe la violencia, incluso a los sectores más privilegiados les importa: han construido fraccionamientos cercados y monitorizados. Han reclamado espacios con todo tipo de fronteras invisibles, como poca accesibilidad desde el transporte público o falta de banquetas, entre otras cosas.

La Encuesta Nacional de Seguridad Urbana del primer trimestre de 2024 demostró . que el 60% de la población de más de 18 años considera inseguro vivir en su ciudad. El 47.4% manifestó evitar llevar cosas de valor, por temor a sufrir algún delito; el 40.8% dijo ya no caminar por los alrededores de su vivienda después de las ocho de la noche; el 39.2% reconoció haber hecho cambios en cuanto a permitir que sus hijas e hijos menores salgan de su vivienda.

Hay 6,000 empresas de seguridad privada según el Consejo Nacional de este sector y 500,000 personas que se dedican a la profesión. La gente que puede y tiene, invierte en su seguridad, lo que precariza aún más a los sectores vulnerables.

En su libro Necro Máquina: cuando morir no es suficiente, Rossana Reguillo habla de la máquina que engulle cuerpos y vidas, impulsada por la producción de capital, y que es posible gracias a la falta de instituciones y al Estado de Derecho. La necromáquina no solo produce muertes y dinero, sino también narrativas sobre cómo entendemos la muerte y cómo reaccionamos a ella.

Esta máquina ha logrado normalizar la muerte y, con la ayuda del Estado y de los medios de comunicación, reducir a las personas a estadísticas. “Contamos muertos, pero el gesto es inútil, porque no se logra reponer la humanidad, ni zurcir la rotura que la máquina produce tras su paso”.

Rossana Reguillo habla del decrecimiento de la voluntad nominativa del periodismo crítico, que a la vez, contribuye al hastío infinito de la sociedad, que reconoce que la inseguridad es un gran problema pero no entiende las causas o no sabe qué puede hacer para solventar  la problemática.

De la necromáquina surge una contramáquina que, a falta de un Estado capaz, no es otra cosa que los estudiantes, los artistas, los periodistas, los críticos, los padres y las madres. Un dispositivo que al igual que la necromáquina, se va afinando, va sumando a personas y también produce acción colectiva y busca soluciones.

La contramáquina

En parte por el gran inhibidor que es el miedo, normalizamos la violencia. Darwin Franco, cofundador del medio Zona Docs y periodista especializado en las desapariciones piensa que uno no dimensiona la problemática hasta que la está viviendo. Uno se tiene que preguntar ¿cómo sentir el dolor ajeno antes de que esto me pase? No solo es una cuestión de romper con el miedo que provoca la situación de la inseguridad, sino con el miedo de escuchar un testimonio doloroso.

Otro gran causante de la normalización es la sensación de que la problemática ha adquirido dimensiones aterradoras, que es demasiado compleja como para resolverla. Un factor que contribuye a este estado de ánimo es presenciar cómo administración tras administración, la violencia sigue en aumento. Da la impresión de que el gobierno no puede contrarrestar la narcomáquina.

“Preferimos normalizar las problemáticas porque es mucho más fácil sobrevivir de esa manera. Ustedes los jóvenes son las principales víctimas de delitos como desapariciones y homicidios, pero si ustedes vivieran pensando todo el tiempo en eso no saldrían de sus casas nunca y no se trata de eso, se trata también de aprender a vivir con ello. Han aprendido a vivir con ello o a odiarlo porque quieren seguir viviendo. Y esto ha hecho que parezca natural. Intentamos seguir viviendo en los propios límites, márgenes y vórtices de la violencia”.

Darwin Franco se unió al proyecto del fotógrafo Héctor Guerrero, Zona Docs porque notó la ausencia de historias de personas que estaban siendo afectadas por la inseguridad en las coberturas periodísticas. Querían contar otras perspectivas, y también explicar la problemática en toda su complejidad, cosa en la que también los medios fallaban reiteradamente. Este medio se caracteriza por tener una perspectiva en derechos humanos, y aunque empezó centrado casi exclusivamente en la crisis de seguridad, a lo largo de los años, ha diversificado sus temas.

Para sortear las prácticas periodísticas que han logrado que casi las personas consideren el periodismo aburrido o deprimente, decidieron que la mayoría de los trabajos periodísticos fueran de largo o mediano aliento, aunque siguen cubriendo la coyuntura. Y no solo se centran en los sucesos, sino que hacen énfasis en que se está haciendo al respecto, dónde y cuándo, para que las audiencias, sepan cómo sumarse.

Darwin es especialmente cercano a los colectivos de las madres buscadoras, lleva años construyendo relaciones con las madres, y cubriendo esa fuente. Le pregunté cómo lo procesaba.

“Particularmente en mi caso durante muchos años nunca pensé que esto me afectaba hasta que después acepté que sí. Y entonces uno va a terapia y habla de eso. Entonces yo tengo muchos descansos ahora, antes todo el todo el tiempo estaba trabajando el tema de la desapariciones y ahora lo he dejado por largos periodos y regreso, eso no quiere decir que no esté cercano a las familias y que no platicamos constantemente, pero yo también me doy como unos momentos decir ahora no escribo… me costaba mucho trabajo hacerlo porque yo decía cómo voy a parar yo si ellas no paran, pero también porque al inicio éramos de los pocos grupos que trabajamos el tema. Y ahora ya no, ya hay muchos periodistas. Yo digo bueno, si no saco yo la nota, la va a sacar alguien más”.

Por último le pregunté si se consideraba optimista. Me contestó: “Yo hago lo que hago porque quiero que las cosas cambien”. Y Darwin sí ha notado un cambio, no una disminución en la violencia, pero en cómo actúa la sociedad. Habla emocionado de los colectivos, los movimientos sociales, el cambio en el lenguaje. También siente esperanza.

Vía Tercera Vía


Show Full Content
Previous ¿Tener título o no tener título? El dilema profesional de la Generación Z en México
Next La UAA abre convocatoria de Becas de Posgrado para el semestre Enero – Julio 2025
Close

NEXT STORY

Close

El Elemento / H+D

16/10/2015
Close