Pantagargantuélicos | A lomo de palabra por: Germán Castro - LJA Aguascalientes
07/01/2025

A lomo de palabra

Pantagargantuélicos

One day I will find the right words, and they will be simple.

Jack Kerouac, The Dharma Bums.

Supongamos que uno le larga a alguien que percibe y aprecia en él, o en ella o en elle, que para el caso resultaría lo mismo, un talante rafez. Resulta entonces que uno le estará diciendo a esa persona que le encuentra una manera de actuar ordinaria, vil, baja, despreciable o al menos de escasa valía. Igual, bien podría usted dirigirle un tuit -porque seguimos diciendo y entendiendo tuit y tuitear, aunque Twitter ya se denomine X- a cierta senadora de la República diciéndole que su intervención -cualquiera- en la Cámara Alta fue alocada, histriónica y sumamente rafez. La palabra no la acabo de inventar; de hecho, es muy antigua, tanto que ya la empleaba Alfonso X el Sabio a mediados del siglo XIII: “Miercoles de quaresma descalços y uestidos de panno de lana que sea uil y rafez” (Prim. partida, fol. 7v.). Ahí tiene: vil y rafez. Ahora, tampoco vaya usted a quedarse con la idea de que rafez es una unidad lingüística fantasmal o una curiosidad arqueológica. Yo, usted o cualquier otro semejante nuestro que se interese podrá encontrar la palabreja en la edición más reciente del Diccionario de la Lengua Española de la RAE, y si bien en él se advierte que es un adjetivo desusado, perdura en los diccionarios de nuestro idioma al menos desde 1611 y mantiene giros idiomáticos como de rafez, por “con poco esfuerzo, con facilidad.”

Otra muestra: poca gente profiere la palabra añagaza, pero existe y es muy precisa. Tiene dos acepciones, por lo demás muy próximas entre sí: “artificio para atraer con engaño” y “señuelo para coger aves, comúnmente constituido por un pájaro de la especie de los que se trata de cazar” (el aludido pájaro-azuelo, se entiende, es fingido). Menos se escucha y se lee la variante ñagaza, de la cual también da cuenta la RAE en su diccionario. Sin embargo, ahí están, con una discreta existencia, pero vivas.

Como este par, rafez y añagaza, existen un montonal de palabras que se usan muy esporádicamente o apenas por un puñado de individuos. Dimensionemos: aunque no posible llegar a una cifra exacta y definitiva, se estima que el vocabulario activo de una persona adulta abarca entre mil y tres mil vocablos, pero es un hecho que nadie utiliza -echa legua- todo su vocabulario en una conversación diaria, sino que apenas emplea sólo una fracción. Según se estima, un adulto hispanoparlante promedio utiliza entre trescientas y quinientas palabras diferentes en las conversaciones cotidianas, de las cuales, además, algunas, muy poquitas -pronombres, artículos, interjecciones, términos de cortesía, preposiciones…-, repite y repite muchísimas veces a lo largo del día:

– Sí, güey, literal. 

 ¿Y cuántas palabras incluye una persona culta en su comunicación cotidiana? Pensemos no sólo en las que dice, sino también en las que escucha, piensa, escribe y lee. ¿El doble, unas mil? ¿El triple, mil quinientas? Aunque no habría manera de tener datos exactos, se puede decir que un hablante culto, por su mayor exposición a lo textual, al pensamiento crítico y a la conversación reflexiva, usará alrededor de dos mil palabras diferentes en una conversación diaria promedio. Supongamos dos mil quinientas, pero de cuántas que podría usar.


Es imposible determinar cuántas palabras tiene hoy exactamente nuestro idioma -por cierto, el segundo con más hablantes de origen en todo el mundo, casi medio millardo-. La 23ª edición del Diccionario de la Lengua Española de la RAE alberga 93,111 entradas, para las cuales considera poco más de 195.4 mil acepciones, y claro, cada año va incorporando nuevas -al cierre de 2024, añadió a su versión electrónica varios vocablos, como espólier, barista, blusero, wasabi…-. De cualquier manera, sea cual sea el número de palabras que uno puede hallar en el diccionario, éste es tremendamente inferior a todos los vocablos que existen en uso. Por ejemplo, en el diccionario de la RAE, aunque sí encontramos chamico -un arbusto de la familia de las solanáceas- y chamuyo -palabrería que se espeta con el propósito de impresionar o convencer-, no aparece el vocablo chamuco, lo cual no impide que usted y yo y seguramente la inmensa mayoría de habitantes de este país -México es la nación con más hispanoparlantes del orbe- sepamos perfectamente qué es un chamuco. De hecho, el Diccionario del Español de México elaborado por el Colmex informa que chamuco, además de ser el diablo, en Puebla es una bebida tradicional hecha a base de ciruelas u otra fruta fermentada, agua y piloncillo, mientras que en Toluca un chamuco es un pan dulce hecho a base de huevo, y en lares hidalguenses un nopal de poca altura que da unas tunas no comestibles. Agregue usted un titipuchal de regionalismos – verbigracia: en Tabasco un machuchón es un mandamás y mastrujar significa ablandar con la mano o de plano manosear, mientras que en Jalisco un asquilín es una hormiga pequeñita y muy brava y en Oaxaca ser cuche es andar sucio o hacer trampas-, la nomenclatura de las diversas disciplinas -así como Durkheim acuñó anomia para mentar la condición de rompimiento del contrato social que pueden experimentar algunos individuos y llevarlos incluso al suicidio, Freud inventó abreacción, la descarga emocional por medio de la cual un individuo se libera del afecto ligado al recuerdo de un evento traumático, y contratranferencia, el cúmulo de reacciones emocionales del terapeuta hacia el paciente en respuesta a la transferencia-, tecnicismos -botones de muestra: un cúbit es la unidad básica de información en campo de la computación cuántica y un gimbal es un dispositivo que permite estabilizar objetos, especialmente cámaras, en múltiples ejes-, modismos –v. g.: si te tildan como un nub te están diciendo poco habilidoso o amateur-, siglas vueltas palabras -por ejemplo, dana, la palabra del año 2024 para la Fundación del Español Urgente, corresponde a las letras iniciales de “depresión aislada en niveles alto”-, topónimos, marcas, nombres emergentes, en fin…

Pregunté a algunos agentes de inteligencia artificial cuántas palabras en total integran actualmente el español que se habla en el planeta. Grok de X respondió: “Considerando las palabras especializadas, regionalismos, y neologismos, el número total de palabras en español podría superar las 100,000, aunque no hay una cifra universalmente aceptada”. ChatGPT estima el doble: “Si se consideran todas las palabras usadas en todos los contextos, dialectos y regiones, el número podría superar las 200 mil palabras, aunque muchas de ellas son de uso muy limitado o específico.” Assistant calcula más: “… considerando todas sus variantes dialectales, jergas, neologismos y vocabulario técnico, podría tener entre 250 mil y 500 mil palabras.” Por su parte, Perplexity apunta un dato intermedio entre las cifras anteriores: “Se calcula que el español podría tener más de 300 mil palabras en total, incluyendo términos técnicos, regionalismos y neologismos que no están necesariamente recogidos en el diccionario oficial”. Y Gemini de Google se va a lo grande: “Es muy difícil dar un número concreto, pero algunos lingüistas estiman que el léxico del español podría superar fácilmente el millón de palabras.” Cualquiera que sea la cifra, es colosal, y, sobre todo, desproporcionadamente mayor respecto al uso que le damos las mujeres y los hombres comunes y corrientes. 

Dicho todo lo anterior, espero que resulte ya imposible que suene exagerada la siguiente afirmación: la cantidad de palabras que tiene el español es pantagruélica. 

Pantagruélico, como usted quizá tenga noticia, significa opíparo, pletórico, colosal, copioso, morrocotudo, desmesurado, mastodóntico… Aunque para la RAE el vocablo se refiere específicamente a la comida, desde hace mucho que en nuestro idioma se amplió su espectro semántico y con él adjetivamos a cualquier cosa que se quiere calificar como excesiva: la estupidez humana es pantagruélica, por caso. Pantagruélico nos viene directamente de la literatura. Pantagruel, personaje literario creado por el humanista galo François Rabelais -nació en Chinon, pequeña localidad situada en la región de Touraine, en el centro de Francia, alrededor de 1494-, es uno de los dos protagonistas de la saga de novelas Gargantúa y Pantagruel (1532). Cómicas y grotescas, las aventuras de este par le sirven a Rabelais para explorar temas filosóficos, sociales y políticos. Pantagruel, hijo de Gargantúa, es un gigante de fuerza y apetito descomunales, de carácter jubiloso y sagaz y afecto a la sátira. Cuando François Rabelais escribió sus libros Pantagruel no era un apelativo usual, aunque ya existía, y seguramente lo sacó también de la literatura: en el Mystère des Actes des Apôtres de Simón Greban, escrito por encargo del rey René d’Anjou alrededor de 1465, se menciona a un diablillo marino llamado Pantagruel, a quien le divertía secar con sal la garganta de los borrachos. El propio Rabelais explica:

… su padre le puso este nombre ya que panta en griego quiere decir “todo” y gruel en lengua agarena “alterado”, queriendo dar a entender que, en la hora de su nacimiento, el mundo estaba todo alterado; y viendo, en espíritu de profecía, que un día dominaría a los alterados.

Tanto Gargantúa como Pantagruel son personajes apasionados por los manjares y los excesos, y ambos son gigantes. Así que entonces bien puedo acuñar la palabra gargantuélico, con igual significado que pantagruélico, y para pronto dejar dicho que, fiel alegoría del mundo de hoy, que es pantagruélico, nuestro lenguaje es gargantuélico. Y no sólo eso, digo que es más atinado para calificar al lenguaje como gargantuélico, puesto que Gargantúa tiene un origen etimológico que se puede rastrear en la lengua francesa medieval: específicamente proviene de la palabra gargouille, “gargajo” o “garganta”, de tal suerte que está vinculado al lugar del cuerpo de donde emergen las palabras, el lenguaje.

En francés, por descontado, se usa pantagruélique, en inglés existe también pantagruelian y en italiano pantagruélico, mientras. que gargantuélico en cambio no se encuentra ni en español ni en dichos idiomas… Sin embargo, los alemanes, aunque no usan una palabra ligada con Pantagruel, a menudo se usan gargantuesk, como un equivalente que transmite la misma idea de abundancia. Era de esperarse, así somos los humanos: pantagargantuélicos.

@gcastroibarra


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