La linealidad del ciclo | A lomo de palabra por Germán Castro - LJA Aguascalientes
20/01/2025

…no está vedado concebir una época, no muy lejana,

en que la humanidad, para asegurarse la supervivencia,

se vea obligada a dejar de “seguir” haciendo la “historia”.

Mircea Eliade, El mito del eterno retorno.

Todo se decidió en menos de nueve horas: el lunes 14 de octubre de 1806, la victoria de Francia en Jena-Auerstedt marcó el punto de quiebre en la guerra contra la Cuarta Coalición -Prusia, Rusia, Gran Bretaña, Suecia, Sajonia y España-. Los prusianos sufrieron veinticinco mil bajas; los galos, unas diez mil. Unos días después caería Berlín. Un profesor universitario, un tal Georg Wilhelm Friedrich Hegel, presenció el paso de Napoleón Bonaparte por Jena: “He visto el alma del mundo a caballo”, escribiría a Niethammer. Un año después, Hegel publicaría Fenomenología del espíritu.

*

El comienzo de la historia, de la era histórica, quiero decir, el fin de la prehistoria, ocurrió hace unos diez mil años. El hecho, en términos de la escala humana, de la vida de un ser humano, no se dio de golpe y porrazo, sino paulatinamente, muy paso a pasito. Sin embargo, ampliando la perspectiva, tomando distancia, digamos que desde la escala no histórica sino de la especie, fue un parteaguas muy puntual: basta considerar que los sapiens llevábamos más de 250 mil años por este barrio cósmico, sin preocuparnos por hacer casi nada más allá que sobrevivir, sin preocuparnos por modificar casi nada y mucho menos por escribir historia, y de pronto comenzamos a hacerlo. Primero en algunas contadas comunidades apenas y a penas, luego prácticamente todos, toda la humanidad y a paso veloz. Una de las consecuencias de esto fue una revolución de conciencia: salimos del tiempo cíclico y entramos de lleno a la vorágine del tiempo histórico. Las cosmovisiones que tenían su piedra angular en el mito del eterno retorno -con el que “la humanidad arcaica se defendía como podía de todo lo que la historia comportaba de nuevo y de irreversible”, explica Eliade- fueron quedando en desuso y, a cambio, desde entonces, a todo nuestro transitar a través de los años le tratamos de dar explicaciones históricas. La Historia surge para imponer el movimiento secuencial y cancelar el tiempo cíclico. El “antes de” y el “después de” se posicionaron como herramientas de pensamiento indispensables para entender nuestro paso por la vida. La historia, parafraseando a Hegel, se posicionó en nuestras mentes como el esfuerzo del espíritu humano por alcanzar algo. Ese algo, la gran meta del género humano, para algunos es la verdad, según Hegel es la libertad, y quizá hoy para la mayoría, y ello a partir del Siglo de las Luces y la Ilustración, todavía es el ideal de progreso -inalcanzable por definición: incluso para el filósofo prusiano, el progreso es un proceso continuo, nunca completamente realizado en un sentido final, pues cada logro histórico trae consigo nuevas necesidades, tensiones…-. Como sea que definamos la estrella, si queremos movernos hacia determinada dirección, y vivimos marcados por esa noción, es necesario, obligado, tener conciencia de nuestro devenir histórico. El historicismo ha permeado a toda la cosmovisión. Apostamos casi todas nuestras canicas epistemológicas al saber histórico.

Así que ha pasado muchísimo tiempo desde que comenzó el tiempo histórico. Ha pasado, obvio, toda la historia. Pero simultáneamente, de nuevo, también podemos decir que, desde la perspectiva de nuestra existencia como especie, fue hace muy muy poco que comenzamos a pensar históricamente. Tan poco, que toda la historia humana no llega al cuatro por ciento del total de tiempo que llevamos plagando la Tierra. Por eso, claro, enclavados en las profundidades de nuestros aparatos psíquicos perduran explicaciones del mundo antiquísimas, primitivas, prehistóricas. Entre ellas, por supuesto, la comprensión de la realidad a partir del mito del eterno retorno.

Por más que algunas personas sigan diciendo que las diferencias climatológicas entre las distintas estaciones del año se están deslavando, en realidad, y seguramente a causa del cambio climático, es al contrario: las condiciones se están presentando cada vez más extremosas. Piénsalo: 2024 fue el año más caliente de la historia, de la historia de la Humanidad, rebasamos el límite fatídico de 1.5 grados centígrados, y ahora mismo, el hemisferio norte está siendo azotado por la temporada de nevadas más drástica de la última década. Pero independientemente del ciclo natural al que llamamos año, una vuelta completa de nuestro planeta en torno al Sol, los ciclos del año civil nos reactivan…, cíclicamente, el pensamiento mitológico.


La historia se despliega como una trama de eventos traslapados y secuenciales que a menudo tratamos de asimilar a través de la ilusión de los ciclos que nos resultan familiares a escala humana. Las estaciones se suceden con una regularidad casi reconfortante, evocando la sensación de un tiempo cíclico que parece perpetuarse. Solemos olvidar que cada ciclo es único y en esa medida también histórico.

*

En 1831, tan sólo en Berlín, un bicho unicelular, la Vibrio cholerae, mató a unas mil quinientas personas. La epidemia se había originado en el delta del Ganges, en la India, y luego se extendió a través de rutas comerciales hacia Europa y otras partes del mundo. Al Reino de Prusia la cólera llegó a través de Rusia, seguramente transportada por soldados, comerciantes y migrantes. El filósofo Georg Wilhelm Friedrich Hegel se enfrentó a la llamada muerte azul y perdió: falleció a los 61 años el 14 de noviembre de 1831. Recluido en Santa Elena, una isla atlántica localizada a medio camino entre África y Sudamérica, diez años antes “el alma del mundo” había muerto. 

@gcastroibarra


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