El tacto en el arte | El peso de las razones por: Mario Gensollen y Marc Jiménez-Rolland - LJA Aguascalientes
15/01/2025

El peso de las razones

El tacto en el arte

En la vasta geografía de los sentidos, el tacto ocupa un lugar relegado, casi olvidado, en la tradición artística occidental. Si bien nuestra historia cultural ha exaltado la vista y el oído como ventanas privilegiadas al mundo estético, ¿es posible que esta jerarquización sensorial sea un espejismo? ¿Y si el tacto ha estado siempre ahí, jugando un papel central pero inadvertido? Reflexionar sobre esta cuestión no solo nos lleva a replantear el lugar del tacto en las artes, sino también a cuestionar las categorías tradicionales que organizan nuestra experiencia artística.

Seis hipótesis pueden ayudarnos a comprender este fenómeno. La primera es la primacía cultural de la vista y el oído. La capacidad de estos sentidos para captar información a distancia ha favorecido su dominio en la producción y difusión masiva de arte. Pinturas, libros, conciertos, películas: todas estas formas artísticas pueden ser experimentadas colectivamente sin necesidad de proximidad física. En contraste, el tacto requiere una interacción íntima, directa, que limita su alcance. Sin embargo, esta misma intimidad no debería ser vista como una desventaja, sino como una oportunidad para enriquecer nuestras experiencias estéticas.

También ha existido un estigma histórico hacia el tacto, considerado desde la antigüedad como un sentido inferior, más cercano al cuerpo que al intelecto. Platón, Aristóteles y Descartes sentaron las bases de una jerarquía sensorial que persiste hasta hoy. Pero este prejuicio podría ser miope. ¿Acaso no es el tacto, en su conexión con la piel, el puente más directo hacia nuestras emociones más profundas? Pensemos en el escalofrío que puede producir una obra de arte, ese estremecimiento táctil que trasciende la mera contemplación visual o auditiva.

A estas barreras culturales se suman las dificultades técnicas y logísticas inherentes al arte táctil. Las obras que apelan al tacto suelen ser costosas, efímeras y difíciles de preservar. A pesar de estos desafíos, artistas contemporáneos como Olafur Eliasson han comenzado a explorar su potencial. Sus instalaciones multisensoriales no solo buscan ser vistas o escuchadas, sino sentidas, planteando preguntas sobre cómo el tacto puede reconfigurar nuestra relación con el arte.

El carácter subjetivo e íntimo del tacto también ha contribuido a su marginalización. Mientras que una pintura o una sinfonía pueden generar experiencias compartidas, el tacto es único para cada individuo. Esta subjetividad, sin embargo, podría ser su mayor fortaleza. En un mundo saturado de estímulos visuales y auditivos, el arte táctil ofrece una experiencia personal, irrepetible, que nos invita a reconectar con nuestra propia corporalidad.

La influencia de las clasificaciones sensoriales tradicionales ha reducido el arte a un juego de canales dominantes. Estas taxonomías, herencia de una época donde el arte se dividía en compartimentos estancos, ya no reflejan las posibilidades del arte contemporáneo. ¿Qué sentido tiene seguir clasificando las artes por sentidos si nuestra experiencia estética es, en esencia, multisensorial?

Finalmente, la sexta hipótesis precisamente reconoce el papel del tacto en el arte, pero solo como un resultado reciente en la evolución de las prácticas artísticas. De acuerdo con esta conjetura, es en las innovaciones integradoras donde el tacto comienza a ganar protagonismo. Aunque todavía se le considera un complemento, este cambio sugiere que el lugar del tacto en el arte está lejos de ser definido. Más bien, parece estar en construcción.


Frente a estos diagnósticos, nos parece que el tacto tiene -siempre ha tenido- un papel crucial en nuestras experiencias estéticas del arte, sin estar relegado a medios o movimientos artísticos específicos. Este replanteamiento nos lleva a una conclusión inquietante: la clasificación de las artes basada en modalidades sensoriales podría ser una herencia anacrónica que limita nuestra comprensión del arte. Tal vez el tacto, relegado y subestimado, haya sido siempre una fuerza silenciosa que da forma a nuestras experiencias estéticas. Desde la piel que se eriza al escuchar una sinfonía hasta la anticipación de una textura en obras escultóricas y la sensación de vértigo al contemplar un abismo en una pintura, el tacto está presente, aun cuando no se le reconozca.

Además de llamar nuestra atención sobre cómo clasificamos los productos y actividades artísticas, estas exploraciones renuevan nuestro interés por un fascinante enigma filosófico: el problema de Molyneux. Él se preguntaba si alguien invidente, al adquirir la vista, sería capaz de reconocer visualmente objetos que aprendió a discernir por el tacto. Quizá la respuesta radique en reconocer que la experiencia sensorial nunca ha sido unidimensional. Los sentidos no son compartimentos separados, sino hilos entrelazados que tejen nuestra percepción del mundo. Ignorar el tacto es ignorar una parte esencial de nuestra humanidad.

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