Opciones y decisiones
El Carnaval soplo de vida
El desarrollo de la sociedad contemporánea está precedido en la Historia de la Civilización, occidental cristiana, por la era agrícola o etapa de la cultura preindustrial de las naciones. Era cuya medición del tiempo se caracterizó por el apego a las estaciones climatológicas del planeta Tierra, (primavera, verano, otoño e invierno); cuyo ciclo propio indicaba inequívocamente el tipo de fases de la naturaleza por los que debía pasar el maravilloso evento de la vida: nacer o renacer de todas las plantas o vegetales, procrear y gestar el nacimiento de los animales; crecimiento y desarrollo de las especies reproducidas; recolecta de frutos y aprovechamiento de las especies comestibles; acopio, almacenaje y conserva de los productos renovables de la Tierra; pausa, espera e involución de los productos e insumos vitales para las comunidades humanas; y vuelta al ciclo natural.
A cada una de estas etapas condicionadas al ciclo evolutivo de la Naturaleza, correspondía su propia y específica expresión de cultura social. De la cuales, la de inicio siempre tuvo gran relevancia incluso para determinar el ciclo religioso anual de prácticamente todas las religiones del planeta. De modo que Religión y Era Agrícola estaban íntimamente entrelazados, desde antiguo. Nuestra civilización Occidental Cristiana fusionó su manifestación ritual al ciclo natural. Y bajo este criterio el rector ordenó su “tiempo litúrgico” anual. Hoy mismo, al inicio del año 2025, comenzamos a hablar y esperar las fiestas del Carnaval.
Este periodo evolutivo inicia con la celebración sociocultural de una explosión comunitaria por la vida que se restaura, sale de su letargo de invierno y atiende con gran expectativa la renovación de toda la vida vegetal -principalmente la alimenticia-. La comunidad transforma en fiesta este evento y lo llama Carnaval, que culmina con el miércoles de ceniza, el mardi-gras, o de carnestolendas (literalmente, abatir las carnes), así se marca el inicio de la Cuaresma cristiana, signo de contrición, penitencia y preparación a la gran fiesta de la Pascua de Resurrección.
Tradicionalmente, marca el tiempo de inicio del calendario agrícola con la estación de primavera que anuncia la fecundidad y feracidad de la tierra; las labores de preparación de roza, quema y siembra que trae aparejada la esperanza de sus frutos que habrán de garantizar el autoabasto alimentario de la comunidad. Entre sus notas más relevantes destacan las siguientes:
1) “Mientras ‘Juan Pueblo’ publicaba el Bando Solemne que impide durante los próximos ocho días, cualquier expresión de tristeza, estrés, enfado, trabajo y preocupación; daba inicio la fiesta del carnaval en el puerto jarocho de Veracruz. Por lo que, con gran desenfado, el Rey Momo condenaba a la hoguera a ‘El Chapo’ Guzmán, acusado de ‘meterle goles’ al Presidente Vicente Fox Quesada con su fuga de la prisión de máxima seguridad, Puente Grande, en el estado de Jalisco.
2) Al mismo tiempo, Juan Carnaval ordenaba desaforar a todos los integrantes del ‘Congreso de la Desunión’ por ser ‘unos chismosos y piojosos que cobran sin trabajar’. Esto ocurría el 21 de febrero del año 2001. (Nota mía. LJA.MX Deteniendo la historia. Sábado 01 de marzo, 2014)
3) En política. Se marca un tiempo de ruptura contra la solemnidad consuetudinaria que impone la autoridad, sea civil, religiosa o militar al cuerpo social. El carnaval es precisamente la representación jocosa y burlona que ridiculiza las maneras, modos y formas como los potentados, los encumbrados y pedantes imponen su hegemonía sobre los demás, entiéndase el pueblo raso, los ciudadanos comunes y corrientes. De ahí su representación caricaturesca, para esparcimiento de las masas. El análisis sociológico caracteriza la fiesta de carnaval, como un tiempo de excepción en todos los órdenes de la sociedad, de manera que, (según el análisis de las culturas populares) si se instalara de manera indefinida, constituiría una auténtica revolución. (Cfr. Nota mía: LJA.MX Opciones y decisiones. La política y el choteo. 02/03/2019).
4) Una ruptura permisiva. El carnaval se caracteriza por su alto grado de permisividad. Se vale quebrantar las distinciones de género, sexo y tipo, las clases y grupos sociales. Lo femenino puede ser representado grotescamente por hombres con disfraces de mujer; y viceversa. La sensualidad y características sexuales pueden explayarse libremente en las calles. El baile particularmente erótico se enseñorea de los espacios públicos y marca el ritmo de una danza interminable que exalta el goce del erotismo humano. Se come y se bebe en abundancia, como presagiando los tiempos de prosperidad que están por venir. En gran suma, no hay normas, no hay leyes, es el espacio total de la libertad para ser y para manifestarse como se desee. Es la virtual ruptura del orden establecido. Es la entronización de la anomia/sin Ley. Por eso el condicionante aquel que, de hacerse permanente, el carnaval se convertiría en un evento revolucionario.
5) El cambio en la Era Industrial, o mejor, de la Sociedad Urbana. De haber sido en la tradición una fiesta altamente participante de la comunidad, en que todos los miembros de una comunidad contribuían activamente a su celebración, preparando y actuando sus bailes, su música, sus comparsas, sus disfraces, sus adornos, su folklore, sus actos o happenings; ahora, en el carnaval moderno, el cuerpo social se divide en dos: una parte espectadora, y otra parte actora del espectáculo. Por ello, eso de las grandes comparsas y carros alegóricos que se preparan incansablemente hasta mostrar su genio competitivo en un desfile de concurso, para satisfacción y diversión comunitaria; por otro lado, el pueblo juega el papel de espectador pasivo de un mero espectáculo. Ruidoso, sí, destellante de colorido y ritmo, sí, sensual y evocador de goces sin par, sí; pero, prácticamente nulo en significados de eventos compartidos…. Prototipos: Veracruz, Cozumel, Mazatlán, Mérida, Acapulco, Campeche, etc.
6) La tradición custodiada en el Carnaval Rural. Esos otros carnavales comunitarios rurales que ahora pasan casi inadvertidos, nos muestran esa otra faceta del carnaval tradicional, ser una fiesta participante; que cada día, después de los desfiles chuscos y de las manifestaciones típicamente populares, de los danzantes o matlachines y/o enmascarados, culmina con la comida compartida por todo un pueblo que hospeda a pueblos circunvecinos, encabezados por sus santos y banderas; las mesas y los manteles salen a las calles y todos los vecinos a una pueden sentarse a la mesa para compartir un bocado o un platillo. Y todo es gratuito y todo es ofrenda graciosa y todos comen sin distinción de clases o divisiones sociales.
Así sucede, afortunadamente, todavía en comunidades de Hidalgo, Querétaro, de Morelos, de Veracruz (Huayacocotla), de las Huastecas, de comunidades indígenas del occidente, etc., etc. Así lo aprendí yo en una de estas fiestas en Tecozautla, estado de Hidalgo, mediante lo que en Sociología se llama observación participante.
¿Cómo tomar hoy el Carnaval? No se trata sólo de evocar con nostalgia lo ya perdido, sino de entender que, desde el punto de vista y el conocimiento científico de la Etnología, la Antropología y la Sociología -por citar lo menos-, el Carnaval de ser una fiesta popular, intensamente participante y comunitaria, ha pasado a ser un espectáculo masivo, pero vivido en solitario.
¿Qué le falta hoy, para ser una auténtica fiesta de “revitalización” de la sociedad? Esta nota es auténtica para restaurar el sentido de valores tanto humanos como sociales. He aquí algunas pistas:
- a) Volver a aprender el valor de romper el tiempo de trabajo y apreciar la inclusión del ocio creativo que restaure nuestro afán de vivir.
- b) Romper la inercia de ser siervos de la economía o medios de producción dominantes en nuestra sociedad urbana e industrial. Adueñarnos de nueva cuenta de la revitalización de nuestras familias y comunidades.
- c) Establecer una saludable distancia de la propaganda y exaltación de personas públicas o notables. Comunitariamente es saludable hacer descender la escala de las pretensiones sociales. Mediante la ironía y parodia podemos ascender de tono, el trato y tono deferente a los obispos y la hipocresía de los clérigos; el liderazgo presuntuoso de los atufados magnates, relativizar las costumbres acríticas hacia las clases pudientes en personificaciones de ridículos personajes obesos y enjoyados hasta las narices (recuerda a Naranjo); a reírnos de los intelectuales pedantes, de los policías incompetentes, del ejército autoritario, del ladrón pillado en el acto, del cantautor de narcocorridos, etc.
Estas prácticas sociales revitalizan el ánimo de la sociedad. Hoy tenemos de sobra prototipos de estas falsas poses de superioridad y dominio cultural. En lo externo, entra en escena Trump e idólatras de su exaltación supremacista blanca o nacionalista. En lo interno, una fingida y ficticia “restauración” social, que en verdad impone una intolerante supremacía política, en contra de un anhelo histórico del México mayoritario por la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. ¿Para qué nos sirve el Carnaval? ¡Atrévete a pensarlo!