Dice la voz popular que “nadie muere la víspera”. Me acordé de este refrán de cara al muy sentido fallecimiento del fotógrafo Jorge Camarillo López, acaecido el lunes 25 de noviembre.
Tengo la impresión de que semejante máxima asume que invariablemente la muerte sobreviene cuando a uno le toca, lo cual por otra parte es una perogrullada. Es como si nuestras vidas estuvieran regidas por las Moiras, esas tres deidades griegas que se dedican, una a hilar nuestra vida, otra a calcular la longitud de este hilo y la última a cortarlo, ¿esta última basada en qué; con qué pretexto? ¿por qué unos viven tanto tiempo y otros tan poco? ¿Qué oscuro destino reparte la suerte; bajo qué principios?
En fin, que se trata de preguntas perturbadoras, sin respuesta; cuestionamientos que a final de cuentas destacan la singularidad de la vida. Pero no creo que nadie se muera la víspera; no puede ser, al menos no en el caso de Jorge, para quien no todo estaba consumado, y que nos dejó cuando su familia más lo necesitaba; cuando aún tenía mucho por dar; mucho que hacer, dado ese entusiasmo desbordante que se puso de manifiesto en todas las actividades que realizó, lo que hizo como maestro y estudiante, como fotógrafo, investigador del arte de la luz y el encuadre, apasionado de la fotografía estenopeica, esa técnica de captación de imágenes con los recursos más elementales. El también fotógrafo Enrique Reyes Vela, que lo conoció mejor, me comentó que entre los pendientes que dejó había algunos proyectos visionarios relacionados con el acceso de niños y jóvenes a la fotografía.
Le tomé esta gráfica -fotógrafo fotografiado- en su casa de Calvillito, Aguascalientes, el paraíso que su mujer y él forjaron entre magueyes, nopales y tierra; en el silencio de esas suaves ondulaciones de Aguascalientes, casa paraíso, casa museo; casa hogar.
En alguna ocasión le escuché decir que estaba convencido de que había algo más allá del simple acto de tomar fotografías; que algo más existía en torno a las imágenes que captaba. Quizá presintiera, como en la mítica caverna platónica, que todo lo que vemos; lo que palpamos, es apariencia de otras cosas más importantes y trascendentes; algo esencial a lo que no tenemos acceso, pero que es más rico y sustancioso, y que nos espera al final del camino… Yo espero que haya encontrado eso que con tanta pasión buscó.
(Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected]).