El miedo revela lo vulnerables que somos. Aunque en primera instancia es una emoción individual, el miedo se contagia velozmente. Al sentirse amenazado, el instinto social impele a buscar refugio, sumarse a un grupo más amplio; a veces ni siquiera es necesario identificar la fuente de la amenaza, basta con imaginar su posibilidad para ir hacia los otros y formar parte de la masa, ese conjunto que promete salir victorioso ante lo que provoca temor, por el simple hecho de ser muchos. Escribo “masa” porque, simplificando, quiero distinguir la razonada decisión de organizarse, ejercer un derecho ciudadano, respecto de la acción de integrarse a la multitud alterada. Al añadirse a la masa se pierde identidad, se libera el instinto y en el anonimato se pierde cualquier responsabilidad.
Elías Canetti en Masa y Poder describe la “masa de acoso” como la que se constituye para conseguir de manera fulminante su objetivo; sale a matar y sabe a quién debe matar, avanza imparable hasta lograrlo. Para quienes forman parte de esta masa, basta saber quién debe morir, el resto sobra; una vez localizado el objetivo, todos quieren participar, todos acechan, todos golpean y si no puede golpear, quiere, al menos, presenciar el castigo. El objetivo lo es todo, la víctima es el objetivo, pero también es el punto de máxima densidad: concentra en sí misma, las acciones de todos.
La gigantesca ola de hechos violentos en el país -tantos que la enumeración resulta ya imposible-, el jueves negro (febrero 15, 2007) fecha en que Aguascalientes dejó de ser una de las ciudades más seguras del país, la amenaza constante del robo, el allanamiento, la estafa, el secuestro; la sensación clarísima de que el Estado ha fallado y la percepción de vivir uno de los momentos de mayor inseguridad en la historia del país vulneran el tejido social, la ciudadanía queda expuesta, y el miedo empuja a aceptar las soluciones simples. Cuando la autoridad falla en su deber (fundamental) de brindarnos protección, es sencillo aceptar que se nos regale cualquier cabeza; para apaciguar los ánimos, se ofrece en charola la cabeza de alguien, quien sea, con tal de calmar la inquietud. Brotan por todas partes los oportunistas e inventar culpables se transforma en práctica común, sin considerar que ese regalo es ofensivo por partida doble: primero, por el engaño; segundo, por el menosprecio a nuestra inteligencia.
El miedo, reitero, logra que pasemos por alto cosas que en otro momento serían inaceptables, reaccionamos, no pensamos, nos unimos en masa. Así, aquí, donde estamos, ya brotaron los oportunistas, quienes buscan llevar agua a su molino. Mire hacia arriba, a los lados, ahí están las bardas, los espectaculares, los spots en radio y televisión, las inserciones de prensa, el desvarío de algunas autoridades recogidas en las notas de prensa, ya aparecieron quienes dictaminan que la solución está en imponer el hierro al hierro, medir con la misma vara, buscar el ojo por ojo, combatir fuego con fuego, la pena de muerte como acto de justicia. Ahí está la iniciativa de reforma del gobernador de Coahuila, aprobada por el PRI y el Verde Ecologista de esa entidad para restaurar la pena de muerte.
Proponer la pena de muerte, no solo es un franco retroceso, es hacer eco del grito con que el general franquista José Millán-Astray intentó acallar a Miguel de Unamuno: “¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia!”. Sugerir ese castigo es buscar la complicidad de la ciudadanía en un acto inútil, porque la pena de muerte no es la justicia que merecemos, es un acto de venganza que no restituye a la víctima. Pero eso no le importa a los partidos políticos, son tuertos, en su afán de obtener las simpatías, desprecian nuestros derechos y dejan de ver ciudadanos, sólo nos piensan como electores, nos reducen a votos posibles.
Además, proponer la pena de muerte como solución a la inseguridad sigue una lógica perversa y conveniente para las autoridades, ya que se deja de lado que una de las causas principales de esta situación es la impunidad, el altísimo número de casos irresueltos.
Es tal el afán de los políticos que ya María Elena Morera, presidenta de México Unido contra la Delincuencia, pidió que no se politizara la inseguridad, incluso recomendó que se realizara un pacto político para que los partidos no la conviertan en bandera de sus campañas (nota de Juan Manuel Robledo en LJA.MX, diciembre 4).
No podemos permitir que la vulnerabilidad nos lleve a transformarnos en la masa, esa que renuncia a la inteligencia y decide buscar justicia por mano propia, el grupo anónimo e irresponsable que juzga y lincha con violencia extrema en la plaza pública. No podemos permitir pasar de ciudadanos, sociedad organizada, a eso que un día cualquiera se vuelve contra nosotros y en su bestialidad nos devora.
Coda. Perdón por intolerarlos, El miedo y la masa, título original de este texto, se publicó en La Jornada Aguascalientes, el 7 de diciembre de 2008; en ese entonces me presenté ante Jorge Álvarez Máynez con esta columna como propuesta para colaborar con el diario que, en contra de todo, llegó a Aguascalientes para cambiar la forma de hacer periodismo en la entidad. En 2012, Francisco Aguirre me confió la dirección editorial de este proyecto. En 2019, a causa de la censura, el periódico tuvo que cambiar su nombre, es el quinto aniversario de LJA.MX. Más allá de los membretes, a lo largo de 16 años este medio ha sido casa de los periodistas más brillantes, de los columnistas más lúcidos, un espacio de libertad que puedo llamar mi casa, aquí, con quienes estuvieron y están se construye un país mejor. Gracias por tanto.
@aldan