Todas las palabras tienen una historia | De lengüita por: Aldo García Ávila - LJA Aguascalientes
19/11/2024

De lengüita

Todas las palabras tienen una historia

  • La palabra apapachar proviene del náhuatl patzoa, que significaba ‘magullar’ o ‘aplastar’
  • No nos faltará alguna personita en nuestro aforo de cercanías o añoranzas para apapachar hasta quedar casi apachurrados, o bien, para darle ‘palmaditas cariñosas o abrazos’
  • Las palabras encuentran “nuevos” significados, en virtud del uso cotidiano que de ellas hacen los hablantes

Quizá no nos damos cuenta, pero podemos hacer la aventurada y nada ingenua afirmación de que todas las palabras de nuestra lengua tienen una historia, algunas serán más interesantes que otras, pero finalmente todas las palabras de una lengua nos cuentan una -o muchas- historias. En español, por ejemplo, existe un verbo muy lindo, que el Diccionario de la Lengua Española define de la siguiente manera: ‘palmadita cariñosa o abrazo’. Esta entrada pertenece al siempre melodioso y querendón verbo apapachar, que proviene de apapacho, una palabra que, a su vez, tienen su origen en el náhuatl patzoa, ‘magullar’ o ‘aplastar’.

A propósito de apapachar, Carlos Montemayor hace un recorrido etimológico por esta palabra. Primeramente, cita a Fray Alonso de Molina, quien registró la voz patzoa con el significado de ‘apretar a otro’. En seguida, refiere que Corominas consideraba que el significado primario de los verbos despachurrar y apachurrar derivaba de patzoa, entendido como ‘aplastar despedazando’ o ‘destripar, abrir la barriga’; sin embargo, para Montemayor no hay evidencia que permita sustentar esta propuesta; en cambio, patoza encuentra eco en otro vocablo de uso común en México: apapachar. De hecho, Molina incluye dos ocurrencias que ponen en contexto el sentido originario de patzoa: papatzoa, nitla, ‘ablandar fruta con los dedos’, y papatzoa, nite, ‘meterse entre los que van muy apretados’, este último significado, dice Montemayor, se vincula con el apachurrar de los viajeros del Metro de la Ciudad de México en las horas pico.

Hay que decirlo: no nos faltará alguna personita en nuestro aforo de cercanías o añoranzas para apapachar hasta quedar casi apachurrados, o bien, para darle ‘palmaditas cariñosas o abrazos’. En este recorrido léxico, una palabra nos remitió a otra palabra y esta, de igual forma, nos condujo hasta al náhuatl, lo que significa, cuando menos, quinientos años de antigüedad. Y, parafraseando a Chava Flores, ese es un tambache bien llenito de años.

Para especialistas como Ronald Langacker, en el significado de las palabras hay una riqueza conceptual inherente. Para ilustrar este hecho, Langacker recurre a la palabra huérfano que, sin ser tan bonita como apapacho, nos narra una historia completita, “basada en el ensamblaje funcional de relaciones de parentesco y el ciclo de la vida”. Más específicamente, nos narra una historia que tiene que ver con las relaciones entre padres e hijos, así como la transición de la vida a la muerte.

Con base en estos hechos, Langacker construye la hipótesis de que el significado se organiza en redes conceptuales, en las cuales existe un miembro central que reúne la mayor parte del significado; asimismo, hay algunos miembros no tan centrales a los que se accede a través de las conexiones que se establecen en la red conceptual. De esta manera, las palabras se relacionan, pero, al mismo tiempo llegan a perder sus relaciones, por ejemplo:

Si alguien pronunciara la colonia tiene un rico aroma, difícilmente pensaríamos en una ciudad;

Si alguien hiciera la pregunta “¿Cómo amaneció hoy la bolsa?”, difícilmente pensaríamos en el bolso que usualmente las mujeres cargan consigo;


Digo que la relación de las palabras se puede perder porque, en los ejemplos de arriba, nadie vincularía el vocablo colonia, en tanto que ‘agua perfumada’, con la ciudad alemana Colonia, o bien, con una colonia, es decir, ‘un lugar que ha sido colonizado’. Estos fenómenos conceptuales asociados a dichas palabras se han ido atenuando y las palabras han establecido “nuevos” significados, en virtud del uso cotidiano que de ellas hacen los hablantes. Dicho de otro modo, basta indagar un poco -y a veces, un mucho- para descifrar por qué las palabras son como son.

Así, la colonia se llama así, porque fue una agüita perfumada que se inventó en la ciudad de Colonia, en Alemania, y que recibió este nombre a causa de un nombramiento político otorgado a algunas regiones de la antigua Roma. Uno de los significados de la palabra colonia se refiere a un determinado tipo de organización, en la misma medida en que podría ocurrir con un feudo, un ducado, un principado, etc.

Por otro lado, la ciudad de Colonia es una abreviatura del nombre latino Colonia Claudia Ara Agrippinensium, en alusión a la emperatriz Agripina, esposa del emperador Claudio y madre de Nerón. Asimismo, colonia es una palabra de origen latino, que remite a colonus y esta, a su vez, a colere, ‘cultivar’. De tal manera que aquellos grupos humanos que se asentaban en un sitio para instalar puestos agrícolas que les permitieran subsistir, no hacían sino cultivar la tierra, es decir, colonizar.

En todos estos casos, la relación de las palabras es tan lejana que podríamos sostener que ya no hay vínculo evidente alguno entre ellas. En suma, al pronunciarlas ni siquiera pensamos en alemanes o en el latín, a menos, claro está, que estemos enterados de las respectivas historias asociadas a estas palabras.

Por otro lado, el origen de la palabra bolsa, usada para referirse a una institución económica, se remonta al siglo XVI. En la ciudad belga de Brujas, existía una familia de banqueros (o algo semejante) de apellido Van der Burse, cuyo escudo de armas en sus cuarteles mostraba tres bolsas. Esta familia, claro está, tenía como modus vivendi las actividades económicas y comerciales, similares a las que en la actualidad realiza un banco, labores que llevaban a cabo en sus propiedades. De ahí que la palabra bolsa, con relación a la Bolsa de valores, haga referencia al escudo de armas de aquellos personajes que bien pudieron ser los primeros banqueros.

Así pues, al significado primitivo de una palabra se le suman otros significados que, a la larga, pueden ir haciendo más tenue o “invisible” la relación que originalmente se establecía. Evidentemente, uno puede estar en desacuerdo con este tipo de afirmaciones, pero por ahora no discutiré la validez teórica de las mismas, que es un asunto que preocupa a la lingüística y a los lingüistas. A pesar de lo anterior, no se puede negar ese hecho del que hablábamos al principio: todas las palabras tienen su historia.


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