Opciones y decisiones
Negociar, economía humana
Habida cuenta del trenzado y enredado nudo con que ha evolucionado la cosa pública, tanto en lo interno de México como en el exterior, esencialmente con el triunfo de Donald Trump a la presidencia de los EE.UU.AA., sus efectos son notorios en la conversación pública de ambos terrenos. El nacionalismo de rancio cuño cunde en ambos lados de la frontera; en tanto que la disputa retórica entre los dos poderes restringentes Ejecutivo y Legislativo y supresores del tercero, Poder Judicial, se torna socarrona y repetitiva al cansancio, para efectos ya no sólo de reducir la fama pública del tercer ajusticiado, sino intencionalmente de suprimirlo y borrarlo desde ahora, de la escena pública. Repito la expresión del semema aniquilador: ¡Ya muérete! ¡Acaba desde ahora con tus estertores agónicos! Y su oficiosa convocatoria: ¡Jóvenes profesionistas del Derecho, inscríbanse en las listas de instalación del nuevo Poder creado! La anterior generación, gracias a la regeneración de Morena ¡ha muerto! Al decir norteamericano, and so on and so forth,
Quae cum ita sint (Estando así las cosas), expresión clásica latina, la resolución de este nudo gordiano, efectivamente y de un solo tajo con la espada, es con el recurso a la negociación. En donde, la razón evidente para introducirla es que ni la violencia, ni la presión unilateral del más fuerte, o la reducción forzosa del más débil son las mediaciones adecuadas para su completa resolución. Eventualmente, las cosas inertes o vivas de la naturaleza pueden chocar o colisionar, en la búsqueda de un nuevo equilibrio natural, cuyo resultado es meramente fortuito. Hemos visto a un automóvil quedar estacionado inestablemente a tres metros de altura sobre una barda perimetral, debido a un vendaval o una corriente por inundación. Pero una colisión o desacuerdo entre personas humanas no se resuelve satisfactoriamente, a no ser por el diálogo explicativo, esclarecedor y convincente de cómo y por qué las cosas suceden como están. A este estado problemático o de conflicto, se aplican como medios adecuados los de una persuasión inteligente, este proceso racional y emocionalmente cargado es llamado negociación.
Por ahora, bastaría comprender el punto donde comienza el proceso negociador y las razones fundamentales para invocar y aceptar su mediación. Por ello encuentro útil la pregunta: ¿En dónde comienza el proceso negociador? Resulta innecesario afirmar que data desde el inicio de la civilización, probablemente una de las primeras luchas entre sapiens se remonta a la primitiva “guerra por el fuego”, que los etnólogos y antropólogos resuelven pragmáticamente marcando un antes y un después, la era de la carne cruda como comida, y la era de la carne cocinada al fuego. El asunto de importancia es el aprendizaje del uso del fuego.
Nuestro asunto de interés por la negociación, inicia con el arranque de la era de la Revolución Industrial, primero a nivel insular en Inglaterra y luego a nivel continental en Europa. El economista y pensador alemán Karl Marx, al respecto, redactó sus primeros grandes escritos hacia 1857-1858, que intituló Grundrisse, Borradores. En ellos, sembró los conceptos fundamentales que posteriormente desarrollaría en su magna obra El Capital, cuyo primer tomo es dado a conocer en 1859, bajo Contribución a la crítica de la economía política. Y es precisamente debido al concepto axial -para la economía- de valor, y su base cosificada como “mercancía capitalista”, que explica las leyes de la producción, inicialmente del trabajo vivo, de la circulación mercantil, del mercado del capital, en sus diversas formas: ya sea primariamente mercantil, luego dineraria, luego bancaria o de acumulación; más evolucionada aún como capital financiero, y más sofisticadamente aún como capital global -representante universal de la riqueza nacional y mundial-, para describirlo en una gran instantánea, casi de caricatura.
Lo central de esta magna contribución económica es enseñarnos que nada en el mundo de hoy existe sin el intercambio como mediación necesaria para distribuir equitativa y satisfactoriamente los bienes, valores y servicios indispensables para la sobrevivencia de la colectividad humana. En efecto, cada mercancía satisface una necesidad vital, personal y/o social del gran colectivo humano, por ello el recurso a su intercambio.
Sin embargo, el problema de fondo de este sistema mercantil-capitalista es que no fue concebido ni creado expresamente para satisfacer necesidades sociales o individuales de la humanidad, por mucho que esto pueda llamar a escándalo. Ejemplo de elocuente ironía del imperativo a satisfacer necesidades, lo expone Marx en su Capital, cuando describe a un austero vendedor de biblias que va al mercado, y se encuentra con la imperiosa necesidad de satisfacer su hambre… ¿comerá una biblia? Obviamente, no. La somete a un valor relativo de mercado, y luego la intercambia por un alimento equivalente de su precio. Sólo así, el vendedor de biblias sacia su hambre.
El objetivo del intercambio está en otro lado: en apropiarse del “plusvalor” inherente a cada producto industrializado, en su acumulación, primero de clase social, y luego en su formación como riqueza o tesoro de un país. Estos tesoros de las naciones concurren al mercado universal del capital dirigente mundializado, para compararse con él y así tasar su valor relativo como capital nacional; de él pueden extraer beneficios o ventajas relativas que le permitan -ahora sí- satisfacer las necesidades impostergables de su sociedad de pertenencia. En este estadio de cosas, El Capital, por sí sólo, no fue creado estrictamente para satisfacer necesidades sociales, su constructo y su lógica de funcionamiento es la apropiación del plusvalor-mercantil-capitalista, para formar el capital financiero mundializado -en sus más sofisticadas modalidades existentes como bonos del tesoro, o bonos de deuda, o valores especiales de giro de bienes no renovables, minerales y metales preciosos, sobre todo.
En otras palabras, la distribución y justicia social en el acceso a los bienes y valores indispensables para la vida son responsabilidad de los estados libres y soberanos, en tanto que representantes universales de la población humana bajo su encargo. Responsabilidad que deben ejercer desde el mandato democrático y soberano de sus pueblos respectivos, normalmente expresado en su ley suprema que es la Constitución Política instituida para cobertura universal del país/sociedad como un todo.
Por estas trascendentales razones, un régimen faccioso, autoritario, excluyente de colectivos expresos de la población, de versión populista altamente polarizada, expulsor de colectivos importantes, más que su ficticia mayoría nacional, no puede, ni debe, prevalecer como fuerza única impositiva. En esta crítica disyuntiva, es derecho del todo social, visto y comprendido como tal, al que compete negociar por su digna y justa sobrevivencia.
Por esta poderosa razón, vale la pregunta de inicio: ¿en donde comienza la negociación? Sin dudas ni rodeos, la respuesta es: allí en donde se impone la satisfacción de una necesidad manifiesta. Es el intercambio de bienes, valores o satisfactores la mediación necesaria para resolver una necesidad expresa. Y de este imperativo, tanto racional como ético, depende la armoniosa, equitativa y justa convivencia social. No se concibe una solución civilizada, moral y en justicia que exista fuera de este marco persuasivo y emocionalmente inteligente, para resolver los diferendos. Al final, alcanzar los fines de un desarrollo integral.
Lo que nos permite concluir, aunque sea precautoriamente, que la lógica y el poder del sistema mercantil capitalista vigente, no está hecho para resolver -por sí solo- las más importantes y apremiantes necesidades de la sociedad. Pero sí compete a los gobiernos nacionales en turno, desde esa base como sistema de producción y reproducción societal, velar por que la población bajo su entorno y jurisdicción constitucional tenga acceso a los bienes, valores y servicios indispensables para su digna, pacífica y satisfactoria sobrevivencia.
Conclusión de la que podemos extraer una consecuencia educativa invaluable: enseñar, entrenar en y difundir la vital importancia del arte de la negociación, que implica conocimientos, habilidades, destrezas y prácticas a la mano de todos y cada uno de los ciudadanos, como sujetos naturales de derechos y deberes irrenunciables, inscritos en su propia naturaleza humana.