De lengüita
La soledad también puede ser una llama
- En su sentido más esperanzador, la soledad es un fueguito, cuyo humo bien puede alertarnos de que alguien en algún lugar recóndito se encuentra sola o solo y pide nuestra presencia
- Un dominio cognitivo es una especie de paquete de información que sitúa los conceptos en alguna dimensión de nuestro conocimiento
- La soledad es un estado que puede desaparecer, pero también desaparecernos
- Las llamas suponen la existencia de humo: su sola presencia no necesariamente significa destrucción, sino un fuego que bien nos ofrece calor e incluso nos abriga
- La esperanza nos incita al encuentro de lo inesperado, de lo que anhelamos, de los pasos de la persona amada que entre sus brazos trae hasta nosotros nuevas esperanzas
El 2020 fue un año que exigió que nos confináramos en casa. Este proceso nos llevó también a contemplarnos con otros ojos, tanto a nosotros mismos como a nuestros prójimos. No fue sencillo, pues, como dicen los clásicos, el ser humano es un zoon politikón, es decir, un ser que gusta —y, hasta cierto punto, necesita— de la convivencia, de la compañía y de la sociedad. En este contexto, la soledad adquirió una relevancia singular: mientras que para unos se convirtió en uno de los bienes más preciados, para otros se volvió una acérrima enemiga.
Las nuevas dinámicas de convivencia también modificaron las relaciones humanas: hubo quienes estrecharon y fortalecieron los vínculos, pero también quienes terminaron por alejarse definitivamente. Estas palabras, acercarse o alejarse, no implican la presencia física de la otra persona, pues para distanciarse no hace falta desaparecer físicamente y, de igual modo, para estar no siempre se requiere la presencia inequívoca del cuerpo a cuerpo, tal y como lo escribiera Joan Manuel Serrat: “aunque estás lejos yo te siento a flor de piel”.
Es, quizá, en la poesía donde estas sensaciones se encuentran de forma más clara, más nítida. Mario Benedetti, por ejemplo, en solo unos pocos versos, nos ofrece un paseo por los misterios de la cercanía y la lejanía que acaso provoca la soledad. En los poemas “Intimidad” y “Canje” podemos leer las siguientes palabras: la soledad también puede ser una llama.
Es claro que el poeta nos enfrenta a una metáfora, pero ¿cómo comprenderla? Las interpretaciones emergen del significado que le demos a la palabra “llama”. En su sentido más sórdido, si la soledad es una llama, se debe a que es algo que nos quema, nos consume y termina por desaparecernos; por el contrario, en su sentido más esperanzador, la soledad es un fueguito, cuyo humo bien puede alertarnos de que alguien en algún lugar recóndito se encuentra sola o solo y pide nuestra presencia.
¿De dónde surgen estos significados si la llama es la misma y es una sola? Desde las ciencias del lenguaje, Ronald Langacker afirma que los hablantes identificamos los objetos del mundo de acuerdo con el dominio cognitivo al que pertenecen, a los que describe como una especie de paquetes de información que sitúan el concepto en alguna dimensión de nuestro conocimiento. Incluso, hay entidades que no podemos disociar del dominio cognitivo del que forman parte, como, por ejemplo, la palabra “hipotenusa”, que está ligada al dominio del triángulo rectángulo.
El anclaje a un dominio cognitivo puede desencadenar diversos significados: un niño mordelón es aquel que utiliza en una forma particular sus dientes —quizá porque están en desarrollo— y al morder algo podemos quedarnos con un pedacito de eso que mordimos, normalmente alimentos; también dejamos marcas en otro cuerpo, ya sea en defensa propia o, por qué no, en el arrebato propio de la pasión erótica. Entre otros aspectos, un dominio cognitivo está conformado por todos aquellos elementos que nos resultan necesarios para construir una escena; además, estos elementos se interconectan con otros dominios que propician que las palabras se extiendan a otros significados. La presencia de un bebé y los movimientos que realiza con la dentadura genera un significado para la palabra “mordelón”; la existencia de un policía y una persona que violentó alguna norma crea las condiciones para que la “mordida” se convierta en una dádiva que evite una multa (recordemos que al morder algo, nos podemos quedar con un bocado, como se queda el agente con nuestro dinero); finalmente, el juego previo que llevan a cabo dos personas que se desean mutuamente genera otro significado para “mordida”, en especial si acaso le agregamos un apreciativo, como la “mordidita” que hace algunos años interpretara Ricky Martin.
Al igual que los mordelones, las mordidas y las mordiditas, la llama de Mario Benedetti cambia su significado de acuerdo con el dominio cognitivo al que se vincule. En su sentido más literal, una llama es una reacción calcinante, con la capacidad de incinerar, de destruir, pero también es algo que, tarde o temprano, está condenado a desaparecer. La soledad, concebida en estos términos, es un estado que puede destruir y destruirnos, en virtud de que estos son rasgos prominentes que poseen las llamas y que se ligan con la soledad, para contemplarla como una condición que puede desaparecer, pero también desaparecernos.
En su interpretación más esperanzadora, las llamas suponen la existencia de humo, que además nos sirve para avisar a alguien más que nos encontramos en algún aprieto: su sola presencia no necesariamente entraña destrucción, sino un fuego que bien nos ofrece calor e incluso nos abriga. En este sentido, la soledad que es una llama, no es sino la luz de nuestro prójimo o prójima que solicita nuestro auxilio, que pide nuestra cercanía.
En los versos de Mario Benedetti, la soledad es una llama que nos invita a mirarla con los ojos de la esperanza y la desesperanza, pues una no existe sin la otra: como la luz y la oscuridad, se oponen y se complementan. La desesperanza nos lleva a la más pura confrontación con uno mismo para vencerla, para sobreponernos a ella; la esperanza, finalmente, nos incita al encuentro de lo inesperado, de lo que anhelamos, de los pasos de la persona amada que entre sus brazos trae hasta nosotros nuevas esperanzas.