Muchos nombres de marcas han pasado a formar parte de nuestro vocabulario general. Ahí está, por ejemplo, Pan Bimbo para designar el pan de caja; Kleenex para referirnos a los pañuelos desechables, o bien, utilizar al autor para referirnos a un aspecto de su obra, como en “Todavía no termino mi Saramago”, para referirnos a que aún no termino de leer un libro de José Saramago. Este fenómeno recibe el nombre de metonimia y es muy común en la lengua cotidiana, como la metáfora. De hecho, metáfora y metonimia tienen en común su carácter conceptual.
Cuando digo que la metáfora y la metonimia son fenómenos conceptuales, me refiero a que consisten en proyecciones mentales entre conceptos que identificamos en la realidad. Dicho de otro modo, cuando empleamos alguna palabra o frase, de manera implícita reconocemos en ellas un sin fin de rasgos que nos resultan relevantes para expresar algo. Son precisamente esos rasgos los que nos permiten generar proyecciones. Para ilustrar lo anterior, valga la oración “La madre paseaba con sus retoños en el parque” para referirse a una mamá que pasea con sus hijos en el parque. En este caso, hay una proyección del concepto retoño con hijos, en virtud de que ambos tienen en común el hecho de provenir de algo o alguien más: los retoños son los brotes de una planta o de un árbol, mientras que los hijos son la descendencia de su padre y de su madre. Ambos rasgos son similares y es gracias a esta similitud que la proyección se vuelve posible: los hijos son los retoños de sus padres, e incluso podemos afirmar que las plantas tienen hijos, cuando percibimos que comienzan a extenderse.
Ahora bien, la metáfora genera dos o más proyecciones entre dominios diferentes, es decir, el concepto retoño y el concepto hijo, por decirlo de alguna manera, pertenecen a realidades diferentes: el primero se ubica en el ámbito de las plantas, los árboles y la vegetación, mientras que el segundo guarda relación con las relaciones de parentesco y, en cierto modo, con los vínculos humanos. Lo interesante es que a través de la metáfora unir dos dominios que, en principio, no estarían relacionados. Así, podemos entender las discusiones en términos de una guerra, como en “Te hice pedazos con mis palabras”; concebir el tiempo como algo invaluable, “Me haces perder el tiempo”, o expresar de forma tangible nuestras emociones, “Tengo el corazón roto”, que relaciona el corazón como el centro de las emociones, pero también como un objeto que puede quebrase como se quebraría un jarrón, un vaso o un plato. En este sentido, la metáfora es muy eficaz para hacer tangible algo que en principio no lo es; a través de una metáfora, logramos, por ejemplo, darle una forma más precisa a nuestras emociones. Aunque, en ocasiones, la metáfora también permite crear proyecciones más bien complejas y difíciles de comprender, al menos a simple vista, como en el verso “Tus ojos son la patria del relámpago y de la lágrima” de Octavio Paz, cuyo significado se abre a diversas interpretaciones. De igual modo, la metáfora permite crear proyecciones más bien deficientes, como las que ha ingeniado el célebre poeta de la música Ricardo Arjona: “La noche tiene un traje de esquimal y tú buscando acción en la TV”, en la que no es del todo claro lo que quiso decir. Seguramente para él, la proyección fue clara, nítida y poética
Por el contrario, la metonimia es una proyección que ocurre en un mismo dominio; gracias a esta proyección identificamos una entidad que es prominente y que podemos expresar con facilidad, pero que, a su vez, nos sirve para evocar otra entidad que es de menor interés o más difícil de designar. En este sentido, las relaciones son muy nítidas, por ejemplo, designar la institución por las personas responsables, como en “La SEP no se ha pronunciado respecto a los libros de texto”; el lugar por el producto, “Me compré un Rioja buenísimo”; el productor por el producto, como en “Todavía no termino mi Saramago”; la parte por el todo, como en “En este Departamento hay buenos cerebros”.
Finalmente, tanto la metáfora como la metonimia constituyen procesos cognitivos que estructuran la lengua y el lenguaje. En suma, hay especialistas que sostienen que también inciden en nuestro pensamiento, actitudes y acciones; no obstante, cuando abordamos las relaciones que existen entre lengua y cultura, o bien, entre lengua y pensamiento conviene ser más bien cautos. Sea como sea, es innegable las contribuciones de la metáfora y la metonimia para estructurar, organizar y expresar contenidos de la realidad.