Como hablantes de una lengua —cualquiera que sea—, día con día, aprendemos e integramos a nuestro léxico mental todo tipo de palabras; por ejemplo, esos vocablos exóticos que siempre deleitan, como paparrucha, ‘noticia falsa’ (que algunos hispanistas prefieren en lugar del anglicismo fake news); iridiscencia, ‘reflejo de colores distintos, como los del arco iris’, o inmarcesible, ‘que no se marchita’, entre otras. De forma paralela, también aprendemos e interiorizamos esquemas de formación, que funcionan como plantillas para producir palabras nuevas a partir de vocablos preexistentes en nuestra lengua.
En español, hay una notable cantidad de esquemas formativos a partir de prefijos y sufijos; ahí donde haya una de estas partículas, es altamente probable que exista un esquema de formación de palabras. A manera de ejemplo: [X+-ería] → (gasolina-) + (-ería) = gasolinería, ‘lugar donde se vende gasolina’; [im-+posible] → (im-) + (-posible) = imposible, ‘que no es posible’; [X+-ear] → (color-) + (-ear) = colorear, ‘darle color a una superficie u objeto’. Por supuesto, los esquemas formativos constituidos por prefijos y sufijos no son los únicos para crear nuevas palabras.
Como se aprecia, estos ejemplos revelan la complejidad de estos esquemas, pues cada uno especifica la categoría gramatical de la palabra que lo constituye (sustantivo, adjetivo, verbo, etc.), así como la propia categoría que asigna el prefijo o sufijo en turno, pues estas partículas también están en condiciones de tener categoría gramatical: –ería produce sustantivos, mientras que in– (o im-) se aplica mayoritariamente a adjetivos.
Al ejercer nuestra capacidad lingüística, disponemos de estos esquemas con la misma facilidad, agilidad e ingenio con el que emplearíamos cualquier palabra. Para ilustrar lo anterior, valga esta anécdota: durante el encierro por la pandemia, uno de mis contactos subió una historia a su Instagram con el mensaje “¡Los dinosaurios se desextinguen!”, para acompañar un video en el que jugaba con su sobrino pequeño, quien portaba un disfraz de T-Rex. Dicho de otro modo, para utilizar un esquema de formación de palabras solo hace falta tener una necesidad expresiva o denotativa: la ternura que provoca un trajecito de dinosaurio, cuyo poder logra revertir cualquier hecho irreversible, incluso una extinción masiva.
Además, en un esquema de formación, el significado, tanto de la palabra base como del prefijo o del sufijo, posee una gran relevancia, pues los hablantes pueden seleccionar rasgos muy específicos para expresar los significados más peculiares en la palabra nueva. El derivado fondear, por ejemplo, está en condiciones de manifestar el significado ‘buscar en el fondo’, pero también ‘aplicar un fondo’ para pintar una superficie, o ‘reunir fondos monetarios’ para realizar alguna acción, entre otros. Todo dependerá de cómo se interprete el sustantivo fondo en el proceso de formación de palabras.
Adicionalmente, las interpretaciones culturales asociadas también pueden quedar consagradas en la palabra nueva: amularse es ‘pasar a adquirir las cualidades de una mula’; una persona se amula cuando es remolona y con poca disposición al trabajo, pues estos comportamientos se asocian culturalmente a las mulas; sin embargo, una persona tiene un rostro amulado, cuando es semejante, desde el punto de vista físico, al de una mula, aunque con toda seguridad la mayoría de los hablantes lo interpretará como en el primer caso, en tanto que es el significado que tiene mayor arraigo en la lengua.
La acuñación de nuevas palabras mediante esquemas de formación es uno de los fenómenos asociados a la creatividad léxica, una capacidad propia de cualquier hablante de una lengua. Esta creatividad léxica es la facultad de denominar, esto es, de otorgar un nombre a lo que ocurre en la realidad extralingüística y, como señalé antes, esta creatividad se rige por necesidades denotativas o expresivas. En el momento en el que un hablante tenga la necesidad de expresar algo, la lengua pondrá a su disposición diversos mecanismos para subsanar esa necesidad: desde procesos de creación de nuevas palabras (“Los dinosaurios se desextinguen”), o bien, procedimientos fonológicos, sintáctico o pragmáticos.
El trabajo de un lingüista —entre otras cosas— consiste en describir este tipo de fenómenos y las causas que los detonan. En ocasiones, la lengua proporciona elementos muy evidentes para identificar las diferencias y, otras veces, son más sutiles.