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martes, diciembre 23, 2025

La ciencia (y nosotros) en peligro | El peso de las razones por: Mario Gensollen

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Estamos rodeados de información por todas partes, y aunque esto puede parecer una ventaja, también conlleva un problema crucial: no toda la información que recibimos es confiable. Estamos expuestos a noticias, estudios, artículos y opiniones que parecen basarse en hechos científicos, pero muchas veces, al profundizar en ellas, descubrimos que no tienen un sustento real. Así surge un reto enorme, uno que afecta a la sociedad en su conjunto: ¿cómo podemos distinguir entre lo que realmente es ciencia y lo que simplemente pretende serlo? Esta cuestión ha sido objeto de debate desde hace mucho tiempo, y a esto se le llama “el problema de la demarcación”. Es un debate que ha acompañado a la ciencia desde sus inicios y que hoy en día cobra una relevancia todavía mayor debido a la proliferación de información falsa o mal fundamentada.

La demarcación, sin embargo, no es solo una cuestión teórica o filosófica. No se trata únicamente de una reflexión abstracta sobre qué es la ciencia, sino de un desafío práctico que tiene implicaciones directas en nuestras vidas. Este problema impacta en ámbitos tan diversos como la política ambiental, la atención sanitaria, la educación y hasta las decisiones económicas. Cada vez que tomamos una decisión personal o colectiva, ya sea elegir un tratamiento médico, votar por un programa de políticas públicas o decidir cómo enfrentar el cambio climático, nos basamos en la información que consideramos más confiable. Pero, ¿cómo podemos confiar en que la información que estamos utilizando es legítima si la línea entre ciencia y pseudociencia se ha vuelto tan difusa? Este es el corazón del problema de la demarcación, y aunque parece un desafío puramente intelectual, las consecuencias de no resolverlo adecuadamente son muy reales.

A lo largo de la historia, ha habido numerosos intentos de definir qué es la ciencia y, más importante aún, qué no lo es. Por un tiempo, algunos filósofos de la ciencia, como Karl Popper, buscaron formular criterios universales que pudieran separar de manera clara la ciencia de la pseudociencia. Sin embargo, estos esfuerzos, aunque valiosos, no lograron abarcar toda la complejidad que caracteriza a la ciencia en su diversidad. La ciencia no es una única entidad homogénea, sino que abarca un amplio espectro de disciplinas que van desde la física cuántica hasta las ciencias sociales. Cada una de estas disciplinas tiene sus propios métodos y formas de aproximarse a la verdad. Por esta razón, cualquier criterio único o fijo de demarcación resulta insuficiente. Además, la ciencia no se limita a ser una simple descripción de lo que observamos en el mundo. Es, más bien, un conjunto de prácticas y normas que buscan no solo explicar fenómenos, sino también predecir comportamientos y, en muchos casos, cambiar el mundo en el que vivimos. Muchos de los intentos de definir qué es ciencia pasaron por alto esta naturaleza dinámica y cambiante del conocimiento científico, lo que contribuyó a sus fracasos.

Sin embargo, a pesar de estos fracasos históricos, el problema de la demarcación ha cobrado una nueva relevancia en las últimas décadas. En gran medida, esto se debe a que, en la actualidad, la falta de confianza en la ciencia puede tener consecuencias extremadamente graves. Casos como el negacionismo climático, la proliferación de teorías de la conspiración sobre las vacunas o el auge de terapias alternativas no probadas científicamente muestran que la pseudociencia no es inofensiva. Al contrario, puede poner en riesgo la salud pública, la seguridad del planeta y nuestra calidad de vida. Cuando confiamos en información incorrecta, ya sea sobre cómo tratar una enfermedad o sobre cómo enfrentar el cambio climático, las decisiones que tomamos pueden ser peligrosas no solo para nosotros mismos, sino también para nuestras comunidades. Un ejemplo claro de esto es la pandemia de COVID-19, donde la desconfianza hacia la ciencia y los expertos resultó en un impacto directo en la vida y muerte de millones de personas alrededor del mundo.

Entonces, ¿qué podemos hacer frente a este desafío? Algunos filósofos y científicos han sugerido que, en lugar de buscar un criterio único que defina qué es ciencia, deberíamos enfocarnos en cómo funciona la ciencia en la práctica. Esto significa que, en lugar de intentar resolver el problema de la demarcación con una definición abstracta, debemos analizar cómo operan las instituciones científicas que manejan y validan el conocimiento. Instituciones como las revistas científicas, los comités de revisión, los paneles de evaluación y las conferencias académicas desempeñan un papel fundamental al establecer estándares rigurosos que permiten evaluar si un estudio o una teoría es válida. En este sentido, el valor de la ciencia no radica solo en sus resultados, sino también en el hecho de que está constantemente revisándose a sí misma, ajustando y corrigiendo errores en el proceso.

Un aspecto clave para entender este proceso de revisión constante es lo que algunos llaman “interrogación transformativa”. Este concepto se refiere a la idea de que el conocimiento científico no se produce en aislamiento, sino a través de un proceso colectivo en el cual los científicos critican y revisan los hallazgos de sus colegas. De esta manera, el conocimiento no es algo fijo, sino que se construye socialmente, y es esta interacción entre diferentes científicos lo que garantiza la objetividad y la validez de la ciencia. La ciencia, por lo tanto, no es simplemente un conjunto de datos o teorías que se acumulan, sino un proceso activo de corrección y ajuste que, con el tiempo, minimiza los errores y falsedades.

Otro factor crucial para el buen funcionamiento de la ciencia es la confianza que el público deposita en las instituciones científicas. Para que la ciencia siga siendo útil y relevante, la gente necesita creer en su capacidad para generar conocimiento válido. Aquí es donde entran en juego mecanismos como la revisión por pares, los comités científicos y los paneles de evaluación. Estos grupos aseguran que las investigaciones sigan criterios estrictos antes de ser publicadas o aceptadas como parte del conocimiento científico. Sin embargo, esta confianza se ve erosionada cuando las instituciones fallan en su tarea o cuando el conocimiento científico es presentado de manera confusa, contradictoria o sesgada, lo que genera desconfianza en la población.

El reto de distinguir entre ciencia y pseudociencia no solo es una cuestión intelectual, sino una necesidad urgente para nuestras decisiones cotidianas y colectivas. En un mundo donde la información fluye sin control, la confianza en las instituciones científicas y en sus mecanismos de revisión es esencial para garantizar que nos basemos en datos sólidos. Mantener viva la interrogación transformativa y fortalecer estos procesos es clave para un futuro más informado y seguro.

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