En un momento difícil para nuestra nación, en tiempos de la colonia, el obispo Fray Juan de Zumárraga levanta su voz en un clamor desesperado al cielo diciendo: “Si Dios no interviene con remedio de su mano, está la tierra a punto de perderse totalmente”, el obispo clamaba al cielo, pero el reclamo era hacia la corona española por el trato que recibían los nativos de esta tierra, pero el silencio fue la respuesta del monarca, esto fue en 1529, como sabemos, dos años después, en 1531 entre el 9 y 12 de diciembre se dieron las apariciones de la Virgen en su advocación Guadalupana. Quise retomar esta frase del obispo Zumárraga, primer obispo de la Diócesis de México y segundo de la Nueva España después de Julián Garcés, porque la situación que vivimos en el ejercicio musical dentro de la liturgia es verdaderamente alarmante, y si Dios no interviene con remedio de su mano, si bien la tierra no está a punto de perderse totalmente, si estamos por perder la dignidad, con todo lo que esto representa, de la música sagrada.
Con tristeza vemos cómo en las ceremonias, bodas, por ejemplo, se toca música de las películas de Disney, entre otras cosas verdaderamente aberrantes y vergonzosas para la música sacra. Recuerdo en este momento una anécdota que un buen amigo sacerdote me contó en alguna ocasión, él iba a celebrar boda y tuvo la precaución de preguntarle al cantor qué tenía preparado para la comunión, el cantor le dijo al padre que los contrayentes le habían pedido la canción del Titanic, el sacerdote le dijo al cantor que si tocaba eso iba a suspender la ceremonia, todavía el cantor le dijo que ya le habían pagado por tocar eso en la comunión, pero el padre se sostuvo en su decisión, finalmente llegó la hora de la comunión y el cantor tocó música apropiada para tan sublime momento, los novios volteaban a ver con coraje desbordado al organista hasta que el padre tuvo que explicarles que lo que ellos querían no es apropiado para ese momento, y que la liturgia merece un respeto irrenunciable, y parte de ese respeto reside en la música que se interpreta en la celebración eucarística.
Debemos entender que no vamos a misa, -y no importa si es mi boda, primera comunión, graduación, o funeral-, no vamos a misa a pedir la canción que nos gusta, es decir, no son complacencias, para eso está la horrible y aburrida radio comercial, no, definitivamente no voy a misa a escuchar mi rola favorita, voy a otra cosa, y la música que ahí se interpreta es música, ya lo comentamos en la entrega pasada, que favorezca mi encuentro con Dios. En los templos, independientemente del motivo, la música debe estar apegada al momento litúrgico, hay música para satisfacer todo el calendario litúrgico sin repetir durante no sé cuántos años, tenemos música para tiempos ordinarios, para adviento, para Navidad, para cuaresma, para Semana Santa, y específicamente para el jueves, viernes, sábado y domingo; tenemos música para tiempos pascuales, o para celebraciones específicas, tenemos hermosos himnos eucarísticos como para andar haciendo el ridículo de pedirle al cantor “Por ti volaré” de Bocelli, música de Disney, o la del Titanic, o peor todavía, pedir prestados himnos luteranos para el ejercicio musical en la liturgia, nada más indigno que eso. Ninguna otra denominación cristiana tiene tanto acervo de arte sacro en general, específicamente de música, como la Iglesia Católica, eso se lo dije hace un par de semanas a unos testigos de Jehová que tocaron en mi casa y se pusieron furiosos, pero sin argumentos para contradecirme.
Dentro de la Iglesia hay documentos que nos dicen con claridad cómo debe ser la música que se interpreta en la liturgia, qué sí y qué no, y por qué. El Concilio Vaticano II no prohíbe, pero sugiere, y tristemente, muchos interpretan mal las licencias que nos da el Vaticano Segundo, como si el Canto Gregoriano y el latín estuvieran prohibidos, y no es así, el Canto Gregoriano es, y será siempre, la joya de la corona de la Iglesia Católica Romana, y es que el Gregoriano, sin descartar la incuestionable belleza de la polifonía, tiene esas características que le son propias al canto sagrado por su santidad y bondad de formas. Sostengo, sin temor al error, que el Canto Gregoriano es la expresión musical más efectiva para conseguir ese recogimiento interno que dispone mi espíritu a un encuentro cercano con Dios, incluso si no sabemos latín, la belleza y bondad de formas y profunda espiritualidad de este canto logra el objetivo.
Creo que lo que está sucediendo actualmente es que nos estamos yendo por el camino fácil, que no necesariamente es el mejor, y me refiero a que los coros parroquiales y los cantores, que en realidad ya han dejado de ser animadores de la liturgia, prefieren tocar cualquier cosa, aunque no sea un canto sacro, con el insolvente pretexto de que la asamblea participe, formar coros con guitarras adaptando canciones populares a la liturgia sin duda es más fácil que recibir una educación musical formal en la Escuela Diocesana de Música Sacra, aunque no es necesariamente lo correcto. Si yo en el templo escucho la canción, porque no es canto, es canción, de “Blowin’ in the wind” de Bob Dylan, me distraigo de lo que sucede en el templo y me pongo a recordar la versión original creada por el genio de Duluth, Minnesota.
Con preocupación y profunda tristeza uno mi clamor al del obispo Fray Juan de Zumárraga, él en 1529, yo ahora en 2024: “Si Dios no interviene con remedio de su mano…”, nuestra hermosa música sagrada está a punto de perderse totalmente.