Quesadillas sin queso, chocos de fresa y bibliotecas sin libros (Parte 2) | ¿Cómo se dice? por: Aldo García Ávila - LJA Aguascalientes
14/11/2024

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Bibliotecas, chocos y quesadillas desemantizadas

Etimológicamente, biblioteca es ‘caja que resguarda (una colección de) libros’. Lo curioso es que hemos comenzado a convivir con bibliotecas que no tienen un solo libro. En Spotify tenemos una biblioteca de música, al igual que en nuestro perfil de YouTube contamos con una biblioteca de videos; quienes administren un blog de WordPress tendrán a su disposición bibliotecas de medios, para abarcar imágenes, videos y sonido, es decir, todo, menos libros. Estas extensiones de significado fueron posibles gracias a que el concepto [biblioteca] perdió rasgos semánticos: se trata de un espacio o una zona bien identificada, donde se almacena una colección de libros. La pérdida fue muy mínima, pues ahora biblioteca denota un espacio donde se conservan medios (más o menos) del mismo tipo: imágenes, sonidos, videos, música, íconos, etc.; a pesar de que existen los vocablos pinacoteca (para pinturas e imágenes, hasta cierto punto); fonoteca (para sonidos y música), y videoteca.

Con los chocos ocurrió exactamente lo mismo: la extensión de significado sucedió como resultado de una pérdida de rasgos semánticos. En México, un choco es un licuado o batido de chocolate; sin embargo, el sabor terminó por desplazar la manera en que se preparaba la bebida. En estos casos, ‘sabor’ y ‘manera de prepararse’ fungen como rasgos semánticos prominentes del concepto [choco] para que pueda extenderse hacia construcciones como choco de fresa, choco de plátano, entre otras.

¿Qué pasó con quesadilla? A pesar de que la palabra transparenta el vocablo queso, hay un considerable número de hablantes que la han desemantizado: una quesadilla es una tortilla doblada a la mitad, en cuyo interior hay maravillosos guisados que pueden acompañarse o no de delicioso quesito para gratinar. Pareciera que lo fundamental de la quesadilla desemantizada está en la forma de la misma, es decir, basta con que esté doblada para que pueda ser etiquetada con ese nombre que, como decía al inicio del texto, ha causado tantas pugnas.

A simple vista, no deja de parecer absurda y redundante la expresión quesadilla con queso, en contraste con biblioteca de música y choco de fresa, que si bien es cierto no son redundantes, son igualmente absurdas y contradictorias. Lo anterior no significa que estos vocablos dejen de ser unas joyas de nuestro idioma, pues muestran la poderosa capacidad de los hablantes para modificar la lengua de una manera muy sutil, pero efectiva, a pesar de lo absurdo, contradictorio o redundante de los resultados.

Si pones un poco de atención a lo que dice la gente, con toda seguridad encontrarás algunas otras palabras desemantizadas y que utilizamos con total desfachatez, sin darnos cuenta de la magia de nuestra lengua, en particular, y de las maravillas de las lenguas, en general.

Cabe señalar que no es asunto de la semántica establecer qué es correcto y qué no lo es. Al igual que la lingüística como disciplina, la semántica describe fenómenos. Para esclarecerlo, tomaré un ejemplo de James R. Hurford: en teoría química, existen definiciones de los elementos en términos de la tabla periódica, las cuales especifican la estructura de los átomos, que a su vez caracterizan reacciones de distinto tipo que tienen lugar entre elementos. Este marco teórico describe algunos hechos cotidianos y no tan cotidianos: el hierro se oxida en agua; la sal se disuelve en el agua; el plomo es más pesado que el aluminio, y ninguno de estos dos metales flota en el agua. La teoría química pretende definir y caracterizar elementos (hierro, plomo, etc.) y las reacciones que ocurren entre ellos (oxidación, combustión, disolución…), en términos de estructura atómica. De este modo, los fenómenos adquieren sentido, de lo contrario estaríamos ante una lista no estructurada de hechos aparentemente no relacionados.

La semántica -y la lingüística en general- como disciplina científica describe fenómenos que tienen lugar a propósito de la manera en que hablan las personas. Por lo tanto, no prescribe ni establece reglas sobre los términos en que deben desarrollarse estos fenómenos.

La escritura es una tecnología

Tal vez ya no seamos conscientes de ello, pero la escritura es una tecnología. A través de ella, expresamos de una manera muy precisa nuestras ideas, emociones y pensamientos, además de ofrecer la incuestionable ventaja de la permanencia, en contraste con las voces habladas que, en tanto no haya un dispositivo que la registre, será efímera. La escritura nos acerca con los ausentes y nos da la oportunidad de dialogar con ellos, incluso permite que los muertos ejerzan su voluntad, aunque ya no estén presentes de manera terrenal: si sus deseos quedaron impresos en el papel, entonces habrá la posibilidad de que se mantengan y lleven a cabo.


La escritura es una tecnología y, por extensión, el libro se ha convertido en el medio para promoverla. En este sentido, las bibliotecas -desemantizadas o no- son recintos tecnológicos que se han convertido en depositarios del conocimiento, emociones y pensamientos humanos.


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