Probablemente, una de las angustias más grandes que experimentamos los seres humanos es la carencia de una palabra o frase para describir un estado de cosas o para permitirnos expresar nuestros pensamientos, emociones y estado de ánimo. Lo anterior ha llevado a que se hable de palabras intraducibles. En este sentido, por ejemplo, en español tenemos distintas estructuras léxicas para expresar nuestra añoranza hacia alguien, de las cuales mencionaré solo tres: echar de menos, hacer falta y extrañar. En contraposición, en una lengua como el francés solo se puede extrañar a alguien a través del verbo manquer, que puede traducirse como ‘hacer falta’, ¿acaso un hablante de francés es incapaz de extrañar como lo haría un hispanohablante? No lo creo. Más bien, me parece que, como dirían Ronald Langacker y Leonard Talmy, cada uno de estos verbos pone énfasis en detalles particulares del evento al que hacemos referencia, en este caso, para aludir a la ausencia de algo o de alguien.
Ante la carencia de palabras, la poesía le da voz a ese cúmulo de emociones que experimenta el ser humano, ya sea a través de una frase, un verso, una estrofa o un conjunto de poemas. Prueba de ello, es que hay versos que han persistido y resistido al paso del tiempo, como “es tan corto el amor y tan largo el olvido”, o bien, “polvo serán mas polvo enamorado” y uno clásico, “no es que muera de amor, muero de ti, amor, de amor de ti”. Si bien es cierto que hay versos más recordados que otros y algunos más citados y recitados que otros, vale mencionar que estas líneas tienen más de 40 años.
Hace algunos años, mi amigo Salvador Gallardo Topete me obsequió una antología de sus poemas, publicada bajo el título de No pretendo la voz. En este libro, encontré un par de versos que me permitieron identificar ese sentimiento de escisión que sucede luego de, casi, toda ruptura amorosa. Me refiero a que el verso me permitió darle nombre a esa sensación. No digo que estos versos tengan que expresar única y necesariamente ese significado, pero de entre todos, ese sea quizá el preponderante. Dice Salvador Gallardo Topete: “Me destierro para siempre de tus ojos, si supieras amor lo que me duele…”.
A simple vista, parece que es el poeta quien ha sido expulsado de los ojos de la amada y, evidentemente, esta salida obligatoria causa aflicción; sin embargo, si llevamos a cabo una lectura más atenta, notaremos que el poeta es, de hecho, quien ha decido desterrarse por voluntad propia, situación que le causa una honda aflicción, a la cual la amada no puede acceder, pues el poeta no desea revelar, al menos en este primer verso, ese gran dolor que significa salir de los ojos de su amada.
La palabra clave en estos dos versos es desterrar. En términos convencionales, aquel que es desterrado lo hace porque una entidad lo obliga a salir de un lugar y, más importante, le niega el retorno a dicho sitio, que bien puede ser la patria, el núcleo familiar e, incluso como en este caso, los ojos de la amada. En estos versos, no es la amada quien pide al poeta que salga de su vida, sino el poeta, quien sale de la vida de la amada, acaso sin que ella lo haya solicitado.
Muchos poemas perfilan el dolor que significa la ruptura de parte de aquel que es abandonado, pero no sé en qué medida la poesía —y la literatura, en general— se ha ocupado de relatar el dolor del que se va. Pareciera que en la historia de las emociones, quien sufre es aquel que queda expulsado del amor, pero sabemos muy poco de quien se aleja, de quien se destierra de los ojos de la persona amada, precisamente porque, como dice el propio Salvador Gallardo Topete hacia el final de ese poema, quien decide alejarse de la persona amada tiene que estrangular hasta el último impulso de regreso.