Sirena en el aula fue la primera obra que publicó Antonio Acevedo Escobedo, en el año de 1935. El aguascalentense era todavía muy joven, no obstante, su carrera como periodista ya era reconocida. Desde los 11 años comenzó a trabajar como cajista en el taller donde Rafael Correa Cavazos imprimía el semanario El Triunfo y posteriormente fue colaborador de diversos periódicos y revistas.
Para un muchacho que cursó sólo hasta el quinto año de primaria, es de reconocer que sus primeros textos literarios fueron bien aceptados por la crítica. En 1930, Enrique Fernández Ledesma ya le vaticinaba “una brillante carrera” y elogiaba su talento. Dos años después, Antonio publicó el cuento “Sirena en el aula” en la revista Social. Éste da título a la obra que nos ocupa, en donde reunió parte de su producción literaria. “Divagación”, “Comentario”, “Ficción” y “Escenas”, son los nombres de los cuatro apartados en donde se distribuyen las catorce narraciones que conforman el libro. El dibujo de la portada fue diseñado por Isabel Villaseñor y contiene 14 capitulares realizadas por Gabriel Fernández Ledesma.
En la “Presentación” a la segunda edición del libro (1977, Instituto Cultural de Aguascalientes), Carolina Castro Padilla menciona que Sirena en el aula “seduce con el canto de la imaginación que abre mundos mágicos”, pues se trata de “un libro con sus raíces en México y aliento universal por el tratamiento que le da el autor haciéndolo vigente ayer, hoy y en los días por venir”. Mientras que María del Carmen Arellano Olivas observa un estilo moderno con tendencia a la vanguardia, pues “el autor pretende romper con formas y estilos establecidos”, al tiempo que introduce imágenes nuevas.
Ya el 14 de marzo de 1935, Salvador Novo le escribía a Acevedo Escobedo: “Me gustó mucho, mucho. Y si a la ‘Ficción’ y a las ‘Escenas’ prefiero las divagaciones y los comentarios, no es que sus cuentos no me parezcan excelentes, sino que en abstracto me gusta más verlo adueñarse de una noche sencilla, sin énfasis, disfrutar de una vacación en la provincia, que suponer un descarrilamiento de la 595. Estamos de acuerdo en muchas cosas; en el jazz, en el confort, en la feria. Y usted, a los veintidós años, habla ya un castellano que yo no dominaba a los veintiuno. Perdóneme, no es que lo compare, sino que pienso en función de un primer libro. Relega usted a segundo término sus cuentos, como yo en ‘Ensayos’ mis versos. Sólo usted podrá decir más tarde qué lo expresa mejor. No acostumbro acusar recibo, ni dispongo ya sino de un cesto y una mesa privados. A su lado, hay un pequeño estante de libros predilectos, bien hechos en todo, que conservo. Ahí queda esta sirena, ‘trémulo pez plateado del mar nocturno’ –de un mar demasiado nocturno de libros del General Urquizo”.
Lo interesante de esta misiva de Salvador Novo es que valoró más las divagaciones y los comentarios que los cuentos de Sirena en el aula. Además, consideró el primer libro de Acevedo Escobedo superior a su primer libro (XX Poemas), que escribió a una edad similar, apenas con un año de diferencia. Por último, lo eligió como uno de sus libros predilectos.
El 18 de marzo de 1935, Alonso Quijano expresó que Sirena en el aula es “libro noble, interesante, bello en todos sentidos, en lo íntimo y en lo formal”. Y añadió: “Varía en su concepción, su obra tiene verdaderos atinos psicológicos; muestra, en momentos, una honda, íntima poesía; hay en ella una constante muestra de inteligente observación. La vida discurre por sus páginas ennoblecida, limpia, pero sin perder a su través su atrayente picardía, que trasunta Ud. en ironía sutil. La forma, en fin, ya lo apunto arriba, es clara, elegante”.
Julio Torri, por su parte, señaló el 23 de marzo de 1935: “Me ha proporcionado un placer intelectual de calidad exquisita con su lectura. Reciba mi enhorabuena cordial y sincera por sus aciertos, que son tantos y tan evidentes. ¡Quieran los dioses –o si usted gusta, las diosas- que siga escribiendo y publicando bellos y ágiles libros como Sirena… para deleite de sus amigos!”.
Jaime Torres Bodet, el 2 de abril de 1935, comentó: “He leído sus relatos con vivo placer y me he detenido con particular atención en el primero de ellos”. Bodet se refería a “Memoria de la 595”, que consideraba el relato mejor logrado, por ser el más “impermeable”. Asimismo, reconocía “sus facultades de escritor y de observador fino crítico de la vida”.
Hay varias opiniones más sobre Sirena en el aula que pueden consultarse en el Archivo del Instituto Cultural de Aguascalientes (archivoicags.com, en línea), en donde se reúnen las cartas dirigidas a Antonio Acevedo Escobedo con motivo de la publicación de su primer libro, ya sea agradeciendo el envío y/o emitiendo comentarios sobre el mismo. La relevancia de estas misivas es que muestran cómo escritores de renombre veían en el autor hidrocálido a un igual, valorando su producción literaria desde su primer libro. Razón por la cual resulta inconcebible que en la tierra que lo vio nacer no se le reconozca lo suficiente.
A pesar de que Antonio Acevedo dejó Aguascalientes a la edad de 16 años, nunca dejó de querer y regresar al lugar en donde vivió “aquellas experiencias cinematográficas de mis juegos infantiles, en la casona de Aguascalientes”. Aparece con frecuencia en sus obras, así como en las antologías que publicó. Ese amor al terruño permaneció hasta el final de su vida, cuando decidió donar su biblioteca al estado.
En Sirena en el aula, escribió: “Lejanos los domingos de Aguascalientes, cuando tomado de la mano piadosa de mi madre, iba con el corazón remojado de alegría, bajo el paraguas del sol. (Calles de decorosa modestia, que no sé por qué me hacían pensar en un muchacho campesino tirado, indolente, cara al sol)”. Y: “No más paseares reposados por San Marcos, idilios de alfajor en las ventanas, músicas ingenuas de los mercados, agua zarca”. Antonio Acevedo Escobedo se mantiene vivo gracias a las palabras que nos dejó, pues “las creaciones de la pasión artística son las únicas entidades vencedoras de la muerte”.