“Les sacamos jugo a las piedras” es una frase con un significado nítido, pero que describe un hecho que es prácticamente imposible en la realidad; sin embargo, en el habla cotidiana es más o menos común, sobre todo en personas adultas mayores, ¿pero de dónde surge esta expresión por demás poética?
Imagina que tienes que sacar adelante un importante proyecto, pero para su ejecución se conjugan todas esas adversidades que no quieres que ocurran: dispones de poco dinero, de poco tiempo, cuentas con un equipo de trabajo reducido y con poca disposición para colaborar. Dicho de otro modo, tienes que llevar ese proyecto a buen puerto, pese a todas las limitaciones. Finalmente, con el mejor de los ánimos, logras organizarte, optimizar los recursos, exhortar a tu equipo de trabajo a alcanzar el éxito y, pese a las dificultades, presentaste grandes resultados. En palabras mundanas, diríamos que les sacaste jugo a las piedras, es decir, lograste que lo imposible fuera posible.
Cuando pensamos en metáforas, imaginamos frases y expresiones muy intrincadas que nos permiten decir algo de manera poética. Y esto es cierto, pero no del todo. Por supuesto, hay metáforas que engalanan la palabra; sin embargo, puede ocurrir que, con este afán, en ocasiones nuestras palabras terminen por ser inentendibles e inexpresivas, entonces la metáfora pierde su impacto y elegancia.
¿Qué es la metáfora? Es un proceso cognitivo que consiste en entender un concepto A a partir de un concepto B, con el que guarda cierta relación; a su vez, la relación que establezcan estos dos conceptos dará lugar a un nuevo concepto que, aunque tenga características de los conceptos originales, tendrá independencia y una mayor fuerza expresiva, especialmente en las metáforas que utilizamos en la vida cotidiana, como Sacarles jugo a las piedras
Para explicar lo anterior, valga la metáfora cuello de botella. Esta expresión se aplica sobre todo al tránsito de automóviles y describe con mucha precisión el escenario al que hace referencia. Así, cuando alguien afirma que llegará tarde, porque se encuentra en cuello de botella, asumimos que hay una obstrucción en la vialidad, que reduce los carriles de tránsito y, con ello, el flujo vehicular, lo que implica también reducir la velocidad a la que normalmente se desplazan los vehículos. Como podemos apreciar, para explicar el significado de la expresión “Estoy en un cuello de botella”, de apenas seis palabras, nos fue necesario recurrir a una descripción de 33 palabras (el número de palabras en cursivas). De una u otra manera, toda esa información queda inscrita en la metáfora cuello de botella. Además, ni siquiera es necesario apelar a todos los elementos que implica el concepto de botella (su forma, contenido, color, altura, anchura, etc.), pues basta recuperar la silueta que se forma a la altura en la que la propia botella se reduce. Por lo tanto, la metáfora surgirá en el momento en que sea posible proyectar esta forma (concepto A) en cualquier situación que sea similar (concepto B); esta proyección imaginaria genera el nuevo concepto. Dicho de otro modo, el punto de partida es el concepto cuello de botella y se proyecta en el concepto obstrucción de tránsito, en virtud de que ambos conceptos poseen una forma similar que verifica la correspondencia. Gracias a ello, podemos comprender casi cualquier obstrucción a partir de la forma del cuello de una botella.
Contrario a lo que pensaríamos, la lengua que hablamos todos los días está llena de metáforas: lo raro es hablar sin metáfora, no con ellas, precisamente porque nos exigiría un mayor esfuerzo expresivo. Por ejemplo, para decir que nos sentimos muy tristes, tenemos la metáfora andar bajoneado, de tal modo que quien enuncie esta frase compartirá que su estado emocional constituye una tristeza muy específica.
En el ámbito de las emociones, las metáforas son muy útiles, porque nos permiten hacer palpable algo que, en principio, no lo es. Cuando una relación termina, es normal que una de las dos partes termine con el corazón roto, a pesar de que, en sentido literal, el corazón no se rompe, ni siquiera al sufrir un infarto; sin embargo, en esta metáfora el corazón (concepto A) se concibe como si fuera un objeto que se puede romper (concepto B), de tal modo que el corazón que se rompe también recibe un daño que lo vuelve poco funcional o inservible. Así, imaginamos con mucha precisión cómo es que se siente la persona que tiene el corazón roto; para volver a la metáfora anterior, la sensación va más allá de andar bajoneado.
Una vez más, explicar sin metáforas las sensaciones que suceden luego de una ruptura amorosa resultará una tarea ardua y complicada, de ahí que una de las grandes virtudes de la metáfora consiste en compactar una gran cantidad de información en frases más bien pequeñas. Como todo en la vida, para apreciar esta poesía cotidiana de la que hablaban Lakoff y Johnson, basta “destaparse” un poco los oídos y escuchar con cuidado lo que dicen las personas.