El peso de las razones Confianza en la ciencia por: Mario Gensollen - LJA Aguascalientes
21/11/2024

La pandemia de la covid-19 puso sobre la mesa la importancia de la confianza en la ciencia en el contexto actual. Naomi Oreskes abordó las razones históricas y filosóficas que justifican esta confianza en su libro Why Trust Science? La ciencia enfrenta una crisis de confianza en temas como el cambio climático, las vacunas y la salud pública, donde existe un gran desacuerdo entre el público y los expertos científicos. Esta desconfianza no es nueva, pero ha adquirido una relevancia particular en una era de información y desinformación masiva. Ante este panorama, Oreskes planteó la pregunta: ¿por qué deberíamos confiar en la ciencia?

Durante los siglos XVIII y XIX, la confianza en la ciencia se basaba en la autoridad de los individuos, los llamados “grandes hombres”, cuyas habilidades y conocimientos eran considerados suficientes para garantizar la validez de sus descubrimientos. Sin embargo, con el tiempo, se reconoció que el verdadero valor de la ciencia no radica en la reputación de los científicos, sino en los métodos que emplean. Este cambio implicó una transición hacia una visión más estructurada y metodológica de la ciencia, donde la observación rigurosa y la adherencia a ciertos procedimientos garantizarían la fiabilidad del conocimiento científico.

Uno de los elementos clave que revolucionó esta perspectiva fue el concepto de falsabilidad, propuesto por Karl Popper. Según este enfoque, lo que define a la ciencia no es la capacidad de verificar hipótesis, sino su apertura a ser refutada. Este giro en la comprensión del método científico implicaba que el conocimiento no es absoluto ni definitivo, sino provisional y sujeto a constante revisión. De esta manera, el progreso científico se basa en la capacidad de una teoría de ser puesta a prueba y refutada, si es necesario, lo que abre la puerta a nuevos descubrimientos.

El positivismo de Auguste Comte también influyó significativamente en la confianza en la ciencia. Comte argumentaba que la ciencia era la única fuente de conocimiento confiable, capaz de proporcionar verdades objetivas a través de la observación y el método. Aunque el término “conocimiento positivo” ha caído en desuso, la idea subyacente de que la ciencia ofrece un tipo de verdad sólida persiste en la sociedad moderna. Sin embargo, se reconoce que esta visión simplificada de la ciencia es insuficiente para abordar los complejos desafíos actuales sobre la confianza en los hallazgos científicos.

Con el desarrollo de la ciencia como una empresa colectiva, la noción de que el conocimiento es el resultado del trabajo de individuos aislados fue reemplazada por la idea de que la ciencia es un esfuerzo comunitario. Ludwik Fleck introdujo el concepto de que el pensamiento científico es una actividad colectiva, y que el conocimiento científico es, en esencia, consensual. Esta visión sostiene que el avance científico no depende de una sola mente brillante, sino de la colaboración y el escrutinio continuo por parte de la comunidad científica. Esta estructura colectiva permite que el conocimiento sea evaluado, corregido y mejorado a lo largo del tiempo.

Un aspecto fundamental de este proceso es la revisión por pares y la existencia de sociedades científicas, que facilitan la crítica y el intercambio de ideas. Estas instituciones permiten a los científicos compartir sus descubrimientos, someterlos a evaluación y ajustar sus teorías en función de los comentarios recibidos. Este mecanismo no solo fortalece la fiabilidad de los hallazgos científicos, sino que también proporciona una base sólida para la confianza pública en la ciencia.

Otro punto central es la importancia de la diversidad en las comunidades científicas. La diversidad epistemológica, según filósofas como Helen Longino, refuerza la objetividad al permitir que un amplio espectro de perspectivas identifique y corrija los sesgos presentes en las teorías científicas. Cuanto más diversa es una comunidad científica, mayor es su capacidad para detectar errores, sesgos ocultos y suposiciones no examinadas, lo que, a su vez, fortalece la validez de sus conclusiones.

A pesar de que la ciencia es inherentemente falible, el sistema que la sostiene está diseñado para corregir esos errores. El proceso científico es un ejercicio continuo de crítica y mejora, en el que la objetividad no es el resultado de una verdad empírica incuestionable, sino de prácticas sociales de escrutinio y corrección. De esta manera, la objetividad se maximiza cuando la comunidad científica es diversa, abierta a la crítica y no defensiva.

La confianza en la ciencia no se basa en la perfección de sus métodos o en la infalibilidad de sus practicantes, sino en la estructura colectiva que permite la detección y corrección de errores. Las revisiones constantes y el consenso crítico alcanzado por las comunidades científicas proporcionan una base sólida para confiar en los resultados científicos, aunque estos sean provisionales y estén sujetos a revisión. A través de este proceso de crítica constante, el conocimiento científico se fortalece y se hace más confiable.


De este modo, la confianza en la ciencia se justifica no por la perfección de sus hallazgos, sino por la robustez del proceso que sigue para alcanzar un consenso. El carácter colectivo de la ciencia, junto con la revisión crítica y el intercambio de ideas dentro de las comunidades científicas, asegura que el conocimiento científico sea confiable a pesar de sus posibles errores. Naomi Oreskes destaca que, aunque los científicos puedan cometer errores, el sistema en el que operan está diseñado para minimizar esos errores y mejorar continuamente nuestra comprensión del mundo natural.

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