¿Puede “el pueblo” o una multitud actuar con inteligencia colectiva? Y, en caso afirmativo, ¿en cuál multitud confiar? ¿En la de los líderes de opinión digitales, los religiosos, los catastrofistas que ante cada suceso relevante nos anuncian el fin de la civilización o, al menos, el fin de la República y el pacto federal? ¿O en los seguidores del nuevo régimen, en los Ministros de la Corte que han habitado su particular Olimpo, en los neoliberales cómplices del saqueo a la nación (hoy desplazados), o en los medios “boletineros de pijama” que solo reproducen lo que el gobernante en turno les permite, ya sea con 500 pesos por nota o con millones, que según sus “followers” y buena amistad con los encargados de prensa (locales o federales) les permitió generar un buen “chayote”?
Hoy, que se decreta el fin de la democracia (una vez más) por quienes en nuestro país perdieron abrumadoramente en las urnas, y el monopolio de legislar en pactos por México o en mayorías legislativas artificiales, con reglas y recovecos legales y electorales creados por ellos mismos, vale la pena preguntarnos si a la mayoría de los ciudadanos que no forman parte de los círculos rojos y los hoy agonizantes partidos políticos del siglo pasado les importa esta tragedia griega por la Reforma al Poder Judicial, que nos inunda con relatos apocalípticos en redes sociales y múltiples chats de WhatsApp y demás plataformas.
En 2004, antes de nuestra era (del smartphone), James Surowiecki, columnista de The New Yorker, exploró en su interesante libro, The Wisdom of Crowds (La sabiduría de las multitudes), una idea que parece contraria a la intuición pero con profundas reflexiones: las decisiones tomadas por un colectivo grande, incluso si los individuos dentro del grupo no son particularmente inteligentes, siempre tienden a ser mejores que las decisiones tomadas por un pequeño número de “expertos”. Esta interpretación aparentemente simple tiene implicaciones importantes y extensas sobre cómo operan las organizaciones, cómo avanza el conocimiento, cómo se organizan (o deberían organizarse) las economías y cómo prosperan los estados-nación.
Si bien algunos teóricos de la democracia representativa durante la Ilustración (entre ellos, John Stuart Mill, James Madison y Alexis de Tocqueville) hablaron de la “tiranía de la mayoría”, sugiriendo que muy a menudo las ideas populares no son las más adecuadas, juiciosas o pertinentes para el ejercicio del gobierno, cabe reflexionar sobre cuál sería el sentido entonces de realizar elecciones con voto directo y secreto para elegir a nuestros representantes y gobernantes, a un costo económico importante para los recursos públicos. En este proceso electoral actual se estima un gasto de más de 22 mil millones de pesos en la organización oficial, además de los recursos privados invertidos en la promoción de candidatos y partidos; si no les permitiremos llevar a cabo las propuestas o acciones de gobierno que ofrecieron los partidos políticos y coaliciones electorales, que resultaron ganadores en sus campañas en busca de la preferencia ciudadana.
Hoy gozamos de una libertad de expresión como en ninguna otra época de nuestra historia, aunque con el ruido que genera esa “multitud” de la que habló Norberto Bobbio; esa histeria mediática de los opinadores e influencers de nuestra era. En México, hay 18.0 millones de usuarios de X (anteriormente Twitter) a enero de 2024, según DataReportal, donde principalmente los bulos encuentran eco en la clase política y en la comentocracia. Aunque buena parte de esas cuentas sean falsas o perfiles creados por granjas de bots que solo se dedican a reciclar y generar tendencias muchas veces artificiales.
Asimismo, un informe del Instituto Reuters para el Estudio del Periodismo de 2023 revela que el 59% de las personas en México han encontrado noticias falsas en las redes sociales, un aumento notable respecto al 45% reportado en 2020. Esta tendencia global se manifiesta también en la prevalencia de desinformación en plataformas de mensajería; un estudio de la Universidad de Oxford en 2022 encontró que el 70% de las noticias falsas compartidas en WhatsApp y otras aplicaciones de mensajería provienen de fuentes no verificadas. Además, según Viralyft, en México hay 125.4 millones de dispositivos móviles activos, lo que sugiere que una gran cantidad de interacciones en redes sociales podría no reflejar la opinión genuina del público, sino estar manipulada por estrategias de marketing digital o desinformación organizada.
En el entramado complejo de la opinión pública y la inteligencia colectiva, la pregunta no es solo si “el pueblo” puede actuar con sabiduría, sino cómo podemos discernir entre las verdaderas voces de los ciudadanos y el ruido ensordecedor de la desinformación. La sabiduría de las multitudes, como argumenta Surowiecki, puede ofrecer soluciones superiores a las de los expertos cuando las decisiones se toman en contextos de diversidad y pluralidad genuinas. Sin embargo, en un entorno saturado de información manipulada y fragmentada, la capacidad de discernir se convierte en un desafío crucial.
La calidad de la democracia y de la deliberación pública no solo depende de la cantidad de información disponible, sino de su veracidad y de la capacidad de los ciudadanos para analizarla críticamente. En una era en la que los “expertos” son cuestionados y la desinformación se propaga con facilidad, es vital fortalecer los mecanismos que permitan una participación informada y consciente. Esto implica una educación crítica que fomente el análisis riguroso de las fuentes de información y una mayor transparencia en los procesos políticos y mediáticos. Solo así podremos aspirar a una inteligencia colectiva que realmente refleje la sabiduría de las multitudes, y no la mera cacofonía de intereses y manipulaciones.
“Las repetidas elecciones son esenciales en los sistemas populares, porque nada es tan peligroso como dejar permanecer el poder largo tiempo en un mismo ciudadano”: Simón Bolívar.