En materia de atención a la salud mental, en el modelo de participación comunitaria hay una sustitución progresiva del esquema psiquiátrico tradicional por uno donde se busca comprometer al paciente, la familia, a los profesionales de salud y las instituciones; se aplica en países como Canadá, España o Brasil. “No es sencillo porque hay que cambiar todo el sistema de salud, pero se está logrando”.
Lo anterior, de acuerdo con el académico de la Facultad de Psicología de la UNAM, Ricardo Trujillo Correa, quien explicó que bajo este enfoque la persona pasa de ser el portador de un trastorno para constituirse en un agente más de la sociedad, con interacción y necesidad de reintegración.
La propuesta incluye unificación de presupuestos y espacios, y la modificación de prácticas de atención: el psicólogo debe dejar de dar consulta en su consultorio. La realidad está allá afuera y “a la psicología le hace falta calle”, enfatizó el universitario.
Rehabilitar a partir de la inclusión social también significa fortalecer y garantizar el acceso a los derechos de ciudadanía. Hay que iniciar el replanteamiento de la profesión partiendo de principios de carácter político y ético de reconocimiento del otro, y de solidaridad, abundó Ricardo Trujillo durante la conferencia “La salud mental es colectiva. Solidaridad y ciudadanía”.
También romper con la idea de que la salud mental es un bien sujeto a reglas o adaptaciones de manera individual; la estrategia principal debe ser la aproximación íntegra de las garantías fundamentales a la salud mental, en lugar de la victimización o revictimización del paciente, constituida por comunidades de curación a pequeña escala que fomenten la conexión y el soporte, provean la resiliencia colectiva para enfrentar desafíos. El objetivo no es la reducción del síntoma, sino la participación social y la integración existencial, precisó.
La psicología sin perspectiva de justicia social solo busca adaptar a la persona a los contextos normativos, incluso si eso implica mantenerla en situaciones de opresión, exclusión y violencia, dijo el universitario al citar a su colega Mayneé Cortés. “Por eso, la salud mental es política, siempre”.
Estamos en interrelación
Al participar en el ciclo UNAMirada desde la Psicología, Trujillo Correa recordó que en Latinoamérica los accesos a la salud mental son limitados; el personal no está bien capacitado, los tratamientos más usados son psicofarmacológicos y se considera nula importancia a la experiencia del paciente. Sin embargo, los problemas siguen.
Tenemos, apuntó, una sociedad hipervigilante en la materia, razón por la cual estamos saturados de sobrediagnósticos y etiquetas que acompañan la connotación de desviación social, y hasta moda se volvió. “Hay gente que dice: ‘soy neurodivergente’”, cuando en realidad todo cerebro lo es.
Mencionó que hay un problema en la enseñanza de la psicología, un hueco en la formación “que nos hace pensar que trabajamos con gente aislada, sola, como Robinson Crusoe, cuando en realidad siempre estamos en interrelación”.
La dimensión de lo que es salud y lo que no lo es depende del contexto sociocultural en el que nos movemos, por eso la frase “la autonomía no es un esfuerzo individual; toda autonomía es relacional”, representa un reto para los psicólogos.
El experto ejemplificó un caso real, el de una mujer con ideación suicida. Se trató de una extranjera a quien el esposo le impidió salir, mantener relaciones sociales y su independencia económica, además de violentarla junto con su familia.
Al entrar en crisis casi llegó al psiquiatra para que le dieran medicamentos; su problema no era sus cogniciones, sino la invisibilización de una agresión constante y la pérdida de toda red de apoyo. “La intervención no debería ser un análisis conductual o decirle que su inconsciente no funciona, sino acercarle esas redes”.
Más adelante, Trujillo Correa aclaró que es un error decir que la depresión es un diagnóstico, porque en realidad es una descripción. “Es como preguntar por qué un coche no camina y responder que se debe a que las llantas no se mueven, y eso es lo que estamos haciendo”.
Utilizarla para explicar un bajo estado de ánimo es como decir que “un dolor de cabeza está causado por un dolor de cabeza”, pero no nos damos cuenta de eso y se usa como un “cajón” para meter lo que sea: “estoy triste”, “dormí mal”, etcétera.
De acuerdo con el especialista, se llegó a la idea de “lo-cura social”, propuesta que aúna al reconocimiento del otro, donde hay un giro en la atención que consta de la inclusión social, de la des-estigmatización que acarrea el diagnóstico, y el empoderamiento de la persona vulnerable.
Ese giro modifica el enfoque técnico del “qué” a uno relacional del “cómo”, donde el tratamiento se considera un ritual que modifica integralmente a la persona. Ahí el síntoma psicológico deja de tener peso para considerar la situación como un todo, siendo ahora la pauta atender el proceso y no los efectos, puntualizó.