El fenómeno del narco es tan grande en México, que invade prácticamente todos los aspectos de la vida diaria, desde la política hasta la cultura; todos, de alguna u otra forma son tocados de distintas formas y con diversas consecuencias. Por ejemplo, en la música nos inundan los terribles y pésimos narcocorridos en todas sus variantes: tradicional norteño, alterado, tumbados, y un largo etcétera que peligrosamente ahogan los lugares comunes: estaciones de radio, restaurantes, fiestas familiares e incluso, hace poco escuchamos cómo, en la entrega oficial de becas de algún gobierno, se ponía una de estas canciones. Y digo peligrosamente, porque me parece además de un atentado a la cultura, es una apología del delito, pero en especial una afrenta y una ofensa a las millones de víctimas del narco en este país.
En el cine nacional, el fenómeno del narco prácticamente no aparece en la época de oro, durante los setentas y ochentas, lo vemos colateral en el de ficheras (la droga como un afiche de diversión) y en el videohome de los Almada et. Al., donde los célebres hermanos combaten a las pandillas y mafias que acechan a las juventudes o en películas de los grupos de moda (Los Tigres del Norte, etc.) que narran los corridos famosos de aquellos años. En el llamado nuevo cine mexicano, no aparece en sí el narco, sino la droga como parte del día a día, y es recientemente que los diversos directores y escritores comenzaron a explorar el narco como leit motiv. Y aquí ha habido muchos ejercicios bien logrados, pero hoy me parece que es necesario hablar de la liga de los niños y el narco en el cine.
Efectivamente, hace un par de semanas Netflix comenzó a promocionar una obra con el nombre de Fiesta en la madriguera, en principio no me llamaba la atención pues el tráiler sonaba más para una comedia fofa y facilona de esas que recientemente el cine mexicano produce (Me gusta pero me asusta, Infierno, etcétera), sobretodo porque era dirigida por Manolo Caro, no es que no me guste sus productos, pero me parece que son más para diversión que con pretensiones estilísticas. Sin embargo, cuando leí alguna referencia en torno a que se basaba en el libro homónimo de Juan Pablo Villalobos, me comenzó a interesar. Tampoco es que haya leído a este mexicano avecindado en Barcelona, pero las referencias me llevaron a leer sobre él, y evidentemente tuve que ver la película.
La historia se basa en la relación de un padre narcotraficante y todopoderoso en los noventas en México, que guarda a su hijo de los peligros exteriores en una fortaleza, por ello es un pequeño emperador que goza de toda clase de privilegios, como un zoológico de animales exóticos o una colección de sombreros históricos. Para tomar clases, se contrata a un profesor particular que además de acercar al niño a la historia universal desde una perspectiva crítica, lo lleva hacía la literatura, y no solo a él, sino a varios de los sicarios que habitan en la madriguera. La cinta además hace un recorrido en los corridos tradicionales mexicanos, prácticamente cero narcocorridos, solo música regional mexicana que el niño disfruta cantar.
Caro se enfoca en la relación padre e hijo, y evidentemente en la forma en que un niño vive y descubre su vida sumida en el narcotráfico, esta película se encamina desde una perspectiva feliz, pues prácticamente el niño se nos muestra disfrutando de todos los beneficios del poder de su padre. Y esta puede ser la gran crítica, pues ya otras películas nos han mostrado el terrible sufrimiento de los menores de edad en torno al fenómeno, como La noche de fuego (2021) de Tatiana Huezo o Vuelven (2017) esta imperdible película de fantasía y terror, de la gran Issa López.
Debo confesar que no he leído la novela en que se basa la película, de hecho es tan interesante la cinta de Caro, que ya compré el libro por Gandhi, así que en próximos días podré disfrutar y conocer a Juan Pablo Villalobos. Mientras tanto, creo que no debe perderse esta película que si bien es dominguera, tiene bastantes aristas interesantes de conocer.