Con la sed en los labios de Enrique Fernández Ledesma fue publicado en 1919 por Ediciones México Moderno como parte de la serie Biblioteca de Autores Mexicanos Modernos. El dibujo de la portada fue obra de su amigo Saturnino Herrán, reconocido pintor aguascalentense. Además, contiene ilustraciones realizadas por David Alfaro Siqueiros, quien apenas comenzaba la que sería una exitosa carrera. Asimismo, Gabriel Fernández Ledesma, hermano del autor y artista hidrocálido, participó en la ilustración del poemario e hizo un ex libris con el lema suaviter et fortiter (“suaviter in modo, fortiter in re”, “suavemente en el modo, fuertemente en la cosa”, es la máxima para el éxito del escritor romano Quintiliano). El lema concuerda con la imagen, que representa la mano de un guerrero sosteniendo un clavel.
Por si fuera poco lo anterior, el libro incluye una introducción (en forma de poema) escrita por Ramón López Velarde. Esto no fue fortuito, pues Enrique y Ramón sostenían una estrecha amistad desde sus años juveniles. Además, Pedro de Alba mencionó cómo Fernández Ledesma se vio motivado a publicar Con la sed en los labios tras leer La sangre devota, primer poemario del escritor jerezano. En el “Introito”, López Velarde rememora la etapa estudiantil que vivieron juntos y cómo la literatura fue algo que siempre los unió.
La conjunción del talento de estos artistas en Con la sed en los labios muestra cómo desde entonces Fernández Ledesma se preocupaba por la estética del libro y el cuidado de la edición, algo que conservaría durante todo su ejercicio profesional y hasta el día de su muerte. Así lo expresó Luis Augusto Kegel, amigo suyo, en un artículo de El Sol del Centro: “El día de su muerte había resuelto cambiarse de casa y estaba efectuándolo, enviando muebles a los carros de mudanza, vigilando personalmente que los libros de su biblioteca, muchos de los cuales estaban empastados por él mismo y a quienes amaba entrañablemente, fuesen tratados con cuidado […] y puestos en los anaqueles de la nueva casa rentada”.
Es también interesante cómo Enrique Fernández Ledesma decidió dedicar la mayoría de los 36 poemas de Con la sed en los labios a personas que tuvieron alguna influencia en él. Sus referentes literarios aparecen nombrados a manera de homenaje, así como algunos escritores afines a él: Amado Nervo, Antonio y Manuel Machado, Eduardo Marquina, Jesús Villalpando, Agustín Loera y Chávez, Francisco Orozco Muñoz, Manuel Toussaint y Ritter, Alfonso Reyes, Artemio de Valle Arizpe, Samuel Ruiz Cabañas, Rafael Sánchez, Jesús B. González, Enrique González Martínez, Carlos González Peña y Rafael López. Hay, además, una dedicatoria a Rafael Pimentel, gobernador de Chihuahua y Chiapas. Asimismo, a Antonio Caso, filósofo cristiano.
En una esfera más íntima, dedica los poemas de tema amoroso a las mujeres que los inspiraron, algunas nombradas (Julia, Soledad, Inés, Rosalinda Muriel, Challito) y otras anónimas (“a la de mi historia sentimental; a la mujer mitad salamandra y mitad Dalila”, “a la espiritual Bilitis de unas lejanas noches de verano”, “a la que es inevitable llamar con eufemismos”, “a una dama que es todavía un importante ritornello”, “al esbelto espíritu de una mujer que tiene un nombre de flor y de princesa”).
En el plano familiar, dedica el poema “El retrato del tío Don Luis (1870)” a sus hermanos Luis, Miguel y Gabriel. Mientras que “La oración del poeta” es “a la memoria luminosa y risueña de mis padres”. No se olvida, por supuesto, de sus amigos de juventud. “El poema de la hora romántica” es “a mis camaradas de colegio y de insensateces; a los que conmigo encontraron el minuto entrañable en el señorial San Marcos”. A Pedro de Alba le corresponde “Una corona de serenidad” y a Jesús López Velarde, hermano de Ramón, “Toda llena de gracia”.
El poema que quizá Fernández Ledesma consideró más importante, “Doña Sol de Luzán y Barrientos”, con el que ganó la Flor Natural en los Juegos Florales de Saltillo, lo dedicó “a Ramón López Velarde, a Saturnino Herrán y al Marqués de San Francisco (Manuel Romero de Terreros), en quienes hablan, al oído, las voces del tiempo”. Contiene, además, un fragmento de la “Canción del pirata” de José de Espronceda a manera de epígrafe.
Respecto al contenido del poemario, destacan tres grandes temas: la evocación de la provincia, la zozobra por el pasado perdido y el poeta enamorado del amor. Desde el primer poema, que le da título al libro, declara: “mis aguas corren […] por entre cándidas vertientes pueblerinas”. En “Mis ojos van a ti” canta: “Por la calle ilustre / de la ciudad (paseo provinciano, / escaparate de las inocentes / locuras femeninas, y fracaso / de bulevar) pasan las señoritas / del pueblo: ojos de paz, rostros simpáticos, / siluetas lugareñas / sabidas de memoria; anhelos cándidos / de exhibición…”. En “El poema de la hora romántica”, que dedicó a sus compañeros de juventud, recuerda: “Viejo jardín lugareño / donde apuré la fragancia / de mi ensueño / en el lejano y risueño / atardecer de mi infancia”. Y agrega: “¿Cómo no romantizarte, / ¡oh mi jardín lugareño! / si fuiste como un baluarte / para defender mi ensueño / contra el arte / de lo vulgar y pequeño?”. En “Vuestras manos” se dirige a las “lectoras de provincia”, de esa “provincia azul, muda y lejana…”. En “Dime si falta alguna…” habla de “la mansa cautividad del pueblo…”. En “Hermana de los peces” (uno de los poemas más bellos del libro, en mi opinión) versa: “Doncellas de mi pueblo: / sirenas sin malicia: / esbeltos cuerpos en esbeltas almas. / Vuestra provincia azul / es una terma, donde / bogan plácidamente vuestras ansias”. Y más adelante: “Quedad en el acuario / de la muda provincia / contemplando la vida amplificada”.
Varias veces se menciona la palabra “zozobra” a lo largo del libro, es esa sed en los labios que nunca se saciará. El poeta añora no sólo la provincia, sino también la juventud perdida y los amores pasados. Esa “vieja canción de ayer”, “una canción que se apaga”, es “el fantasma de otros días / hecho con melancolías / de un ilusionado ayer”. En “La oración del poeta” pide “remontar la corriente / diáfana de los años convividos / en mi salvaje unción de adolescente”. Busca purificarse “con esta regresión a mi inocencia”. Sin embargo, lleva todavía sobre su frente “una corona de juventud”, pues sigue siendo “un bohemio de ogaño / que aún sueña con el Barrio Latino de París”. Sigue siendo ese joven que se obsesionó con un libro de Henry Murger y por ello creó una sociedad literaria que se materializaría en la revista Bohemio.
En cuanto a las mujeres, el poeta manifiesta una capacidad infinita de amar, vaciando sus anhelos en diferentes rostros: “Diles que he repartido / mi amor con suspirante equidad, y que el alma / es para todas…”. No obstante, permanece a la espera de quien habrá de ser la definitiva. “A la que ha de venir”, “La mujer X” que llevará en alto su corazón desnudo como sangrienta flor. No es casualidad que sea justo con este poema con el que finaliza el libro.
Finalmente, hay que mencionar que por los temas tratados en el poemario se le relaciona directamente con Ramón López Velarde. Sin embargo, si bien es cierto que comparten varias características, la riqueza se encuentra en las diferencias que hacen de cada uno de ellos una voz única. Así lo expresó el poeta: “Pero mi surtidor es mío, y su claro són / es siempre el contracanto de mi propia canción”. Con la sed en los labios es un libro íntegro, valioso por diferentes razones y que, sin duda, merece mayor atención de los lectores y estudiosos.
Un dato curioso de este poemario es que en la Biblioteca Fernández Ledesma, nombrada en su honor, en el Pabellón Antonio Acevedo Escobedo se encuentra un ejemplar dedicado al entonces joven escritor, con fecha de 1930: “A mi querido amigo Antonio Acevedo Escobedo, con mis mejores vaticinios puestos en su vocación literaria, que será una brillante carrera y con mi afecto cada vez mayor y mis consideraciones a su talento”. Enrique, como buen crítico literario, ya anticipaba el éxito que tendría el aguascalentense y abría las puertas a la siguiente generación.
Con la sed en los labios, y con la rosa abierta
en la mitad del pecho, y una zozobra incierta
en los ojos… Así, pendiente de la Vida:
-una mano cubriendo la pectoral herida,
y la otra tendiéndose al vecino rosal-
estoy de pie, aguardando la Quimera encendida…
Enrique Fernández Ledesma