Un viaje a Termápolis | El talismán perdido por Valeria García Torres - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Estimado lector de LJA.MX, ¿es Un viaje a Termápolis de Eduardo J. Correa la obra escrita más emblemática de Aguascalientes? Yo me atrevería a responder que sí. Permíteme contarte un poco sobre este texto, difícil de clasificar ya que combina géneros y modos discursivos. Fue publicado por primera vez en 1937 por Ediciones Botas, la segunda edición fue en 1992 por el Instituto Cultural de Aguascalientes y la tercera edición con motivo del 75 aniversario fue en 2011 por Libros de México.

Para comenzar, retomemos las palabras del autor que en el “Preliminar” nos comparte cómo nació la idea del texto. Comenta que, hurgando en viejos papeles, encontró un “pequeño libro de apuntes”, escrito en la década séptima del siglo XIX, con “datos anecdóticos y apreciaciones curiosas sobre hechos y personajes de aquel entonces”. Así surgió en él la intención de escribir un libro, “siguiendo la misma pauta” que el autor de esa historia de viajes.

Correa se propuso “hacer perdurable el recuerdo de costumbres que por largos lustros remarcaron la fisonomía de Termápolis”, término con el que refiere a Aguascalientes. Palabra compuesta por terma, del latín thermae y éste del griego θερμός (caliente), y polis, del griego πόλις (ciudad, estado). Esta ciudad “triste, pero querendona” (“expresión gráfica y auténtica” con la que expresa su “gran cariño para Termápolis”) se convierte en el objeto de su inspiración.

Y “así fue cómo se efectuó la génesis y desarrollo del presente libro, que escogiendo uno de los años de la séptima década del siglo XIX, quise que fuera exclusivamente anecdótico”. No obstante, “creí que podrían darle algún relieve ciertos apuntamientos históricos”, por lo que “he procurado comprobar la exactitud de los datos de tal naturaleza”. Es evidente que el autor pretendía cierta objetividad, pues declara haber prescindido de la fantasía y ajustarse a la realidad de los hechos, aunque su “tendencia de romancero” lo llevó a “vestirlo con ropajes decorativos”.

Al fijar los orígenes de la obra, Correa busca manifestar su agradecimiento a las personas que “me han prestado auxilio eficacísimo, ya proporcionándome informaciones personales, ya echándose a buscar en archivos, o ya facilitandome datos adquiridos en laboriosas búsquedas”. Nombra, entonces, a Alejandro Topete del Valle (“el paciente hurgador del pasado”), Ángela Valadez, Juventino de la Torre, Luis Loera, Ramón Ávila, Francisco M. Bernal, Alberto E. Pedroza, “al poeta don José Flores”, a Victoriano Narváez y “de manera especial, por ser quien mayor empeño y labor ha puesto, a mi estimado amigo don José Villalobos Franco”.

Esa fue la metodología empleada para conseguir los datos históricos que aparecen a modo de anotaciones en las páginas del libro, a pesar de las cuales no se logra la objetividad pretendida por el autor. Sin embargo, las apreciaciones personales que pone en voz de su protagonista no hacen más que enriquecer el texto, ofreciendo observaciones agudas a través de un humor muy bien logrado.

Es por ello que Carlos Reyes Sahagún, en el “Prólogo” a la segunda edición, nombra a Eduardo J. Correa el “cronista de lo cotidiano”, pues “toma como materia prima para escribir Un viaje a Termápolis todo aquello que otros hubieran despreciado como motivo de su arte”, congruente con su convicción de enaltecer a la provincia y cantarle al terruño. Leer, pues, las obras de Correa “resulta imprescindible para quienes deseen profundizar en el conocimiento del alma aguascalentense”. 

Pero, bien, ¿de qué trata Un viaje a Termápolis? Un joven viajero llega desde Guadalajara a establecerse en Aguascalientes. Es un abogado, como el mismo Correa, tras cuya frialdad “se esconde temperamento romántico”. “Su espíritu está triste”, como “lo está la urbe que lo acoge”. Termápolis le abre los brazos, “brindándole un juzgado con módica remuneración”.

El protagonista se adentra en la tierra de la gente buena, va conociendo los lugares representativos (el Picacho, el Parián, el Jardín de San Marcos, la Plaza de Armas, el Palacio de Gobierno, las iglesias, los comercios, las huertas, las calles, los barrios…), las festividades (la conmemoración de la Batalla de Puebla, las romerías, la “fiesta de los chicaguales”, el Grito, el Día de Todos los Santos y el Día de Muertos, el novenario del Cristo del Encino, la feria de San Juan, el Día de la Virgen de Guadalupe, las pastorelas en el Teatro de la Primavera, Navidad, el Día de los Reyes Magos, el Carnaval de febrero, la Cuaresma, viernes de Dolores, Semana Santa, “las Mañanitas” con las que inicia el “programa de festejos de abril”…), los personajes populares (el bandolero Juan Chávez, el padre Boneta, periodistas como Martín Wenceslao Chávez, escritores como “Pepe Nava”, Epigmenio Parga y Jesús F. López, políticos como Rodrigo Rincón Gallardo y Carlos Sagredo…) y los tipos de la sociedad hidrocálida (incluso dedica un capítulo para hablar del “arquetipo” de don Sinforoso de la Torrentera, “un señor hacendado” que la sociedad ensalza, pero que tan sólo es “hueco y sonoro”). 


El desarrollo de la vida de nuestro protagonista sucede a la par del crecimiento del pueblo que habita. Y termina, irremediablemente, enamorado de Aguascalientes: “Me encanta este vivir quieto, sencillo, sin sobresaltos ni complicaciones; este correr de arroyuelo de una vida siempre igual… Paz, sosiego, ambiente diáfano, cielo radiante, sol amoroso, crepúsculos de maravilla, mujeres admirables por su virtud… ¿A qué mayor ambición?… Termápolis será la cuna de mis hijos y en su seno mis despojos esperarán el día de la resurrección”.

Ojalá, lector, que te des la oportunidad de leer Un viaje a Termápolis. Te aseguro que no te arrepentirás. Es una lectura sencilla, divertida, entrañable… A través de los 47 capítulos (“óleos antiguos”), se relatan episodios cronológicos que conforman un año de la sociedad aguascalentense, una mirada nostálgica, pero crítica, al pasado de esta ciudad. Y si después quieres profundizar en la lectura, te recomiendo ampliamente Un viaje a Termápolis de Eduardo J. Correa. Lectura crítica y hermenéutica de Martha Lilia Sandoval Cornejo, investigadora que se ha dedicado al estudio de las obras de Eduardo J. Correa.


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