Ramón López Velarde en Aguascalientes | El talismán perdido por Valeria García Torres - LJA Aguascalientes
21/11/2024

“[Es] Aguascalientes la ciudad madre o maestra, maestra o madre, de los artistas que pudieron plasmar el anhelo patrio, antiguo como la nacionalidad misma de hacer obras típicamente mexicanas; y no de un mexicanismo superficial y manido, sino auténtico y profundo, capaz, por esto, de alcanzar jerarquía universal”

Agustín Yáñez.

 

Estimado lector de LJA.MX, es ya conocida la influencia que tuvo Aguascalientes en el inicio y desarrollo literario de Ramón López Velarde: “el poeta nacional”. Sabemos que llegó a esta ciudad en 1898 y que estudió en el Colegio Particular de Niñas de Nuestra Señora de Guadalupe, mismo que después recordaría en la prosa “La escuela de Angelita”: 

Mal se ve en Guanajuato, en Michoacán y en Querétaro, que los niños de calidad vayan a estudiar las primeras letras a una escuela de hombres. Eso se queda para los párvulos plebeyos. Los niños principales concurren a una escuela de mujeres. En tal costumbre hay, quizá, un gentil acierto de la sociedad provinciana. Se gradúa todo un camino que arranca de los brazos maternales y concluye en la áspera cátedra de un áspero maestro de instrucción cívica. No deja de ser brusco arrancar de la familia a un personaje de seis años para soltarlo, de golpe y porrazo, frente a un dómine pedante, frecuentemente de melena y generalmente de folletín. Una maestra y unas condiscípulas equivalen, en cambio, a un suave y lucido factor de educación.

Después de un año de estudiar ahí, asistió al Colegio Particular del Señor San José para Varones, donde también estuvo un año. Luego se mudó al Seminario Conciliar y Tridentino de Zacatecas y en septiembre de 1902 fue admitido en el Seminario Conciliar de Santa María de Guadalupe, en Aguascalientes. Por ese tiempo comenzó su relación sentimental con Josefa de los Ríos, “Fuensanta”. Es ella quien inspiró el primer poema que se le conoce, escrito en 1905, “A un imposible”:

Me arrancaré, mujer, el imposible

amor de melancólica plegaria,

y aunque se quede el alma solitaria


huirá la fe de mi pasión risible.

Iré muy lejos de tu vista grata

y morirás sin mi cariño tierno,

como en las noches del helado invierno

se extingue la llorosa serenata.

Entonces, al caer desfallecido

con el fardo de todos mis pesares,

guardaré los marchitos azahares

entre los pliegues del nupcial vestido.

Posteriormente, ingresó al Instituto Científico y Literario de Aguascalientes, donde estudió la preparatoria. Ahí conoció a Enrique Fernández Ledesma, también escritor, quien se convirtió en uno de sus mejores amigos. Sobre él escribió la prosa crítica “Enrique Fernández Ledesma” y le dedicó (a su libro) el bellísimo poema “Introito”:

Para el libro

de Enrique Fernández Ledesma

Éramos aturdidos mozalbetes:

blanco listón al codo, ayes agónicos,

rimas atolondradas y juguetes.

Sin la virtud frenética de Orfeo,

fiados en la campánula y el cirio,

fuimos a embelesar las alimañas

cual neófitos que buscan el martirio.

En la misma espesura se extraviaba

la primeriza luz de nuestra frente,

y ante la misma fiera, reacia y sorda,

cesaba nuestro cántico inocente.

De aquella planta que regamos juntos

eran cofrades la senil vihuela,

los pupitres manchados de la escuela,

la bíblica muchacha que adoraste,

los días uniformes, el contraste

de un volumen de Bécquer y Fabiola,

la soprano indeleble que aún nos mima

con el ahínco de su voz pretérita,

y el prístino lucero que te indujo

al apurado trance de la rima.

¿Qué hicimos, camarada, del tanteo

feliz y de los ripios venturosos,

y de aquel entusiasta deletreo?

Hoy la armonía adulta va de viaje

a reclamar a una centuria prófuga

el vellón de su casto aprendizaje.

Mi maquinal dolencia es una caja

de música falible que en lo gris

de un tácito aposento se desgaja.

Y el alma, cera ayer, se petrifica

como los rosetones coloniales

de una iglesia con lama, que complica

su fachada borrosa con el humo

inveterado de los temporales.

En este texto, el autor recuerda a los “aturdidos mozalbetes” que fueron, con sus “rimas atolondradas” y su “cántico inocente”. “De aquella planta que regamos juntos”, dice el poeta, “en los pupitres manchados de la escuela” fueron inducidos “al apurado trance de la rima”. Los inicios literarios de dos jóvenes que escribirían sus nombres en las páginas de la historia, son representados con la melancolía propia de un paraíso perdido. Es evidente el cariño con el que López Velarde rememora a su amigo, a quien también le dedicó el poema “Viaje al terruño”.

También hizo fuerte amistad con Pedro de Alba, de manera que los tres jóvenes se unieron en un estrecho lazo. De acuerdo a Sofía Ramírez, además de la literatura, “las muchachas serían también uno de los ejes centrales de su rutina y los escenarios más frecuentes para admirarlas fueron el Jardín de San Marcos, sobre todo durante las fiestas de abril”. Quizá por ello Velarde le dedicó a Alba el poema “Pobrecilla sonámbula”, al ser conocedor de sus enredos amorosos. Alba, incluso, escribió en 1961 un ensayo titulado “Las mujeres y los amigos de Ramón López Velarde”.

Enrique Fernández Ledesma, Rafael Sánchez, Luis Valdepeña, Alfonso Romo Alonso, Pedro de Alba, José Villalobos Franco y Ramón López Velarde conformaron una “cofradía” artística que en 1906, indica Sofía Ramírez, “se reunía ya con cierta frecuencia y sus integrantes acostumbraban recorrer el centro de la ciudad, deteniéndose a conversar largo y tendido en el Parián o en el Jardín de San Marcos”. De este grupo nació una revista literaria titulada Bohemio. De acuerdo a las memorias de Pedro de Alba, se publicaron entre 10 y 12 números. 

En el segundo número apareció el poema “Suiza”, firmado por Ricardo Wencer Olivares, pseudónimo que Fernández Ledesma le sugirió a López Velarde. Este fue, según se conoce, el primer poema publicado por el poeta jerezano, a los dieciocho años de edad. Está dedicado al grupo al que pertenecía:

Para Bohemio

Amanece: se iluminan

los vetustos Lepontinos,

los aldeanos llevan leche

en los jarros blanquecinos,

y en los aires se dispersan

de los pájaros los trinos.

Perezosos van remando

los ancianos gondoleros,

de las vacas se perciben

los mugidos lastimeros,

y las nieves se deshacen

en los viejos ventisqueros.

Las campánulas se mecen

de la brisa al tibio halago;

y derrama el sol naciente

que matiza el cielo vago,

un reguero de colores

en la clámide del lago.

Finalmente, Bohemio dejó de publicarse y Velarde comenzó a escribir poemas y crónicas en El Observador, periódico fundado y dirigido por Eduardo J. Correa, bajo los pseudónimos Aquiles y Esteban Marcel. En enero de 1908, Ramón López Velarde salió de Aguascalientes para estudiar Leyes en el Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí. Sin embargo, las relaciones que estableció en Aguascalientes resistirían el tiempo y la distancia. Prueba de ello es la correspondencia que sostuvo con Eduardo J. Correa, en cuyo medio inició formalmente su carrera literaria, pero ese es un tema para la siguiente ocasión.

Fuente: 

Ramírez, S. (2010). La edad vulnerable. Ramón López Velarde en Aguascalientes. Www.cervantesvirtual.com. https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcr5073.


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